Nomachenko
Un risueño Vasyl Lomachenko tuvo la mejor frase de la noche cuando, después de vencer a Guillermo Rigondeaux en el Teatro del Madison Square Garden, dijo: “Creo que voy a tener que cambiarme el nombre a Nomachenko”.
La alusión, para aquellos de ustedes que solo han seguido el boxeo de Mayweather p’acá, es al famoso ‘No más’ pronunciado por Mano de Piedra Durán al retirarse sorpresivamente en el octavo asalto de su segunda pelea con Sugar Ray Leonard, allá para noviembre de 1980.
En aquella ocasión, Durán, quien había vencido y quitado el invicto al gran olímpico norteamericano en la primera confrontación entre ambos apenas cinco meses antes, al parecer se molestó por el boxeo ‘flashy’ y burlón demostrado esta vez por Leonard, quien en la primera vez, equivocadamente, había accedido a fajarse con él.
Entonces, haciéndole un gesto de desprecio, le dijo al árbitro esas dos palabras que luego han pasado al léxico mundial para usarse en cualquier situación de abandono, salvándole también la vida a los editores que a veces sufren de un espacio mínimo para escribir los títulos de sus historias.
Lo absurdo del gesto de Durán es que, pese a lo humillado que se sentía por las burlas que le hacía Leonard encima del ring, la pelea básicamente estaba pareja y él solo perdía por un punto en las tres tarjetas.
Aunque, claro está, Durán nunca explicó con claridad a qué obedeció su abandono, y a través de los años han surgido múltiples especulaciones: desde un ‘arreglo’ mafioso con los apostadores hasta la posibilidad de que Durán padeciera de malestar estomacal y buscara la manera más honrosa de bajarse del ring lo antes posible, pero sin pedirle permiso a Leonard para acudir al baño.
Nada de esto, claro está, aplica al abandono de Rigondeaux: en su caso, él estaba perdiendo claramente la pelea, y dio una razón válida para explicar por qué no salió al séptimo asalto: una lesión de la mano izquierda, tal vez debido a una fractura en el tercer asalto.
Aunque la realidad es que no creo que Rigondeaux se viera limitado en ningún momento por una lesión, sino por las dos grandes ventajas que todo el mundo le reconocía a Lomachenko de antemano: su mayor estatura y fortaleza.
Y aunque Lomachenko no estaba dándole una paliza ni mucho menos, sí le estaba ganando todos los asaltos.
Para colmo, pienso que cuando en el sexto asalto el ؘárbitro le restó un punto a Rigondeaux por agarrar excesivamente, el cubano se dio cuenta de que la balanza parecía inclinarse por completo en la dirección contraria.
Y, como en su afán por lograr que Lomachenko peleara con él Rigondeaux se había pasado meses y hasta años menospreciándolo e insultándolo, me imagino que, al igual que Durán con Leonard, prefirió buscar una excusa que empañara su victoria.
Lo lamentable, tal vez, es que su abandono por lesión se produjo apenas una semana después de que el boricua Miguel Cotto diera una enorme lección de valentía y dignidad deportiva al pelear con un bísceps desgarrado, posiblemente desde el séptimo asalto, en su pelea de despedida ante Sadam Ali en el mismo Madison Square Garden.
Pero Cotto nunca dijo ‘no más’.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela publicada, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
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