Gómez y Tito Acosta
Hace mucho tiempo se me ocurrió escribir en El Nuevo Día un artículo en el que especulé que tal vez Wilfredo Gómez no hubiese llegado a ser campeón mundial si su pelea por el título supergallo del CMB con el coreano Dong Kyun Yun se hubiera celebrado en Corea, en vez de en San Juan.
¿La razón? Aún celebrándose en San Juan, Kyun Yun derribó a Gómez en el primer asalto y siguió dándole candela hasta el duodécimo episodio de la pelea programada a 15.
Si hubieran estado peleando en Corea, razoné, el campeón probablemente hubiese hecho una pelea muy diferente, menos arriesgada, confiando por lo menos de llegar hasta el final con la esperanza de conservar el título por el fallo de los jueces, aunque fuera una decisión muy cerrada.
Recuerdo que en esos entonces un veterano periodista boxístico tildó de ridículo mi análisis, argumentado que Gómez era un fuera de serie que hubiese despachado a Dong Kyun Yun hasta en la Conchinchina.
Fue una crítica severa que me dolió tanto que procedí a ignorarla por completo.
Y hoy en día soy yo ahora quien puede considerarse un periodista veterano de boxeo, y lo más triste de todo es que no he aprendido nada y sigo pensando lo mismo acerca de Gómez y Kyun Yun.
Cuando peleó por el título del coreano, Gómez ya tenía en su expediente un campeonato mundial aficionado y una aureola de futura superestrella, habiéndose convertido en una sensación de taquilla gracias a sus presentaciones frete a rivales como Alberto Dávila (19-3), Andrés ‘Pupi’ Hernández (24-3), Cornell Hall (32-11) y Tony Rocha (33-6) al estelarizar programas en escenarios como el coliseo Roberto Clemente y el estadio Juan Ramón Loubriel.
Su récord era de 15-0 con 15 nocauts y un empate y, noqueador al fin, podía haberse pensado que era del tipo de peleador que resultaba inmune a las posibles decisiones localistas.
Pese a todo esto, sin embargo, Gómez apenas tenía 21 años.
El campeón, entretanto, era ya un veterano de 27 años con marca de 50-2 y 21 nocauts que hacía su segunda defensa de título mundial y anteriormente había reinado y hecho seis peleas como campeón del Pacífico.
Pero nunca había peleado fuera de Oriente, haciendo la gran mayoría de sus peleas en su país,
Sin embargo, los representantes de Gómez -encabezados por Yamil Chade-, y ayudados en buena medida por la condición de Gómez como atracción de taquilla, lograron traerse la pelea al coliseo Roberto Clemente, donde se celebró el 21 de mayo de 1978.
Aunque la reputación de Gómez era tan grande que él salió de favorito, no las tuvo fácil: no tan solo cayó en el primer asalto como consecuencia de un gancho de izquierda, sino que volvieron a lastimarlo en el segundo.
En el sexto, usó el hombro contra la quijada de su rival para romper un agarre, el tipo de infracción que pasó desapercibida en su casa, pero que podía haberle costado cara si la pelea se hubiese celebrado en Seúl.
A la postre, su incansable golpeo al cuerpo ayudó darle la pelea.
Ese era y sigue siendo mi punto, tanto en aquel artículo escrito hace muchos años, como ahora: el lugar donde se lleva a cabo una pelea puede resultar decisivo, no solo porque los jueces se vendan o le roben la pelea, sino porque pueden votar de una forma muy distinta debido a la mera presión del público.
Y pelear apoyado por el público local también puede favorecer decisivamente a un peleador que a veces recurre a artimañas dudosas, o para quien los golpes al cuerpo son parte esencial de su artillería: un árbitro que se pasa amonestando o amenazando con quitar puntos por golpes que rozan la cintura puede cambiar totalmente el rumbo de una pelea.
Además, al pelear con Gómez, Kyun Yun, quien no parece hacer sido un gran pegador -según su récord- posiblemente se sintió impelido a hacer una pelea mucho más agresiva de lo que acostumbraba hacer, y muy distinta de la que la que hubiera hecho si la misma se hubiese desarrollado en Corea.
No hay que ir muy lejos en el tiempo para hallar otro claro ejemplo de esta dinámica: la forma en que José ‘Sniper’ Pedraza creyó necesario cambiar su estilo para enfrentar al noqueador Gervonta Davis en Nueva York el 14 de enero, perdiendo su cetro junior ligero de la FIB por vía del nocaut.
¿A qué viene todo esto?
Bueno a que ahora otro joven noqueador boricua, Angel ‘Tito’ Acosta, se ha ganado el derecho de retar por el título a un campeón japonés, Kosei Tanaka, que nunca ha peleado fuera de oriente.
Claro, existen muchas diferencias con la pelea de Gómez y Kyun Yun, celebrada hace más de 38 años, y siempre resulta presuntuoso comparar a cualquier promesa del boxeo con una leyenda viviente como Gómez, pero también hay unas semejanzas importantes. Entre ellas, que Tito también cuenta con el gancho al cuerpo como una de sus armas predilectas, tiene también 16 peleas en esta etapa de su carrera (con marca de 16-0 y 16 nocauts) y que la fecha propuesta por los representantes de Tanaka, para presentarla en Nagoya, Japón (20 de mayo) solo falla por un día en caer en el aniversario de la de Gómez.
Al ser pegador, naturalmente, Tito es capaz de anular cualquier desventaja con su pegada, y también es cierto que ha habido otros grandes campeones puertorriqueños que, al contrario de Gómez, y sin ser tan noqueadores, tuvieron que buscárselas en tierras lejanas, como Alfredo Escalera, Samuel Serrano o Wilfredo Vázquez, para empezar.
Pero de todos modos sería chuchin que Tito Acosta tenga su oportunidad por lo menos en territorio neutral.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
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