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Veinte años después del Tysoncidio

 

Evander Holyfield, el peleador de Atmore, Alabama que luego se convirtió en el atleta símbolo de Atlanta, parecía tener una predilección especial por el mes de noviembre.
Fue en ese mes, al menos, que el hombre conocido como The Real Deal consiguió algunas de las victorias más espectaculares de su larga carrera, pero además sufrió algunas de sus derrotas más dolorosas.
Empecemos por las victorias.
La semana pasada, por ejemplo, estuvimos pendientes de otras cosas, y tal vez por eso hubimos de dejar pasar el hecho de que el miércoles 9 de noviembre se conmemoró el vigésimo aniversario de su victoria de 1996, en el MGM Grand de Las Vegas, sobre Mike Tyson.
En mi orden de preferencia, esta ocupa el segundo lugar de todos los tiempos en mi lista personal de peleas del peso completo más trascendentales que se hayan celebrado durante mi existencia, justo detrás del choque entre Muhammad Ali y George Foreman.

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Y ambas tienen un gran parecido: ganaron, vía nocaut, los que no tan solo entraron al ring altamente desfavorecidos en las apuestas, sino porque ambos –Ali y Holyfield- eran peleadores que yo tenía en alta estima, y que yo estaba convencido de que serían humillados y recibirían el nocaut más devastador de sus respectivas carreras.
Con Ali, las razones eran obvias: con las apuestas 3-1 en su contra, este estaba tratando de reconquistar el 29 de octubre de 1974 el cetro pesado que había tenido que abandonar en 1967 cuando pasó tres años sin poder pelear debido a sus problemas legales por negarse a entrar al ejército. Pero ya tenía 32 años y había sufrido derrotas ante peleadores como Joe Frazier y Ken Norton, dos seres a los que Foreman, el devastador pegador de 25 años que había ganado oro en los Juegos Olímpicos de 1968, había hecho papilla en ruta hacia un récord de 40-0 y 37 nocauts y el reconocimiento como monarca pesado de la AMB y el CMB.
Según he contado varias veces, mi preocupación pro Ali era tal, que apenas pude dormir durante los días que antecedieron esa pelea y esa noche tomé unos somníferos para quedarme dormido bien temprano y no enterarme de nada hasta la mañana siguiente.
Y Ali, inventándose su famoso ‘rope a dope’, probó de forma definitiva su genialidad como boxeador y ser humano y noqueó en el octavo asalto.

 
Aunque mi admiración por Holyfield no estaba a ese nivel, sí lo reconocía como un peleador valeroso que siempre ofrecía buenas peleas, aunque, según mi parecer, esa valentía excesiva era su talón de Aquiles y le exponía a recibir demasiados golpes.
Además me parecía un peso completo algo inflado, dado que había ganado su primer campeonato en el peso crucero (190 libras), y aunque ya había sido campeón del peso máximo, su marca de 32-3 y 23 nocauts incluía un revés ante Michael Moorer y dos ante Riddick Bowe.
Incluso, Holyfield llegó a estar retirado durante un tiempo, luego de que al parecer le detectaran un padecimiento cardiaco luego de su revés ante Moorer.
Tyson, entretanto, parecía haberse repuesto de su sorpresiva derrota ante Buster Douglas en 1990, había vuelto a coronarse como campeón de la AMB y subió al ring con un récord de 45-1 y 39 nocauts.
Con las apuestas sucedió algo curioso, sin embargo: Tyson salió como favorito 25-1 pero el margen se había reducido a apenas 5-1 para el día del combate, tal vez debido a la gran popularidad de Evander.
Aún así, a mí me parecía una ecuación mortal: un noqueador salvaje e inmisericorde frente a un gladiador valiente que no era noqueador y necesitaba recibir muchos golpes para tner la opción de ganar.
No me imaginaba otro resultado que no fuese el de ver a Evander postrado sobre la lona mientras el insufrible Tyson se vanagloriaba haciendo gestos de bravucón sobre el ring.

 
En fin, aunque ya para entonces yo trabajaba en el departamento de deportes de El Nuevo Día y como tal no pude tomar valiums y esconderme mientras los demás veían la pelea en el televisor, mi única opción fue no mirarla: viré mi asiento, me puse unos audífonos y me concentré en estudiar a fondo la pantalla de mi computadora.
Poco a poco, sin embargo, fui enterándome de que la pelea seguía y no se había acabado en par de asaltos, como temía, y un par de vistazos atemorizados a la pantalla me dejaron ver a un Evander Holyfield que no tan solo peleaba de tú a tú con el Iron Mike, sino que hasta lo perseguía, lo empujaba y lo atacaba con fiereza.
Al final, claro está, lo noqueó en el undécimo episodio para reconquistar la corona y, para todos los efectos, ponerle punto final a la leyenda del Iron Mike.
Los mejores comentaristas de la época esbozaron entonces la teoría de que Holyfield había conseguido su gran victoria gracias a no mostrarse acobardado ante Tyson, como sucedía con la mayoría de sus rivales, y que Tyson, como todo buen abusador y ‘bully’, de pronto se había convertido en un gatito miedoso que se quejaba con el árbitro de los cabezazos y codazos que Evander le propinaba con la habilidad que le caracterizaba.
En fin, Evander, quien en las prٔóximas semanas debe escuchar el anuncio de su próxima exaltación al Salón de la Fama, haría muchas otras grandes peleas en noviembre: incluyendo sus tres combates contra Riddick Bowe (en 1992, 1993 y 1995) y su segunda pelea ante Moorer, de quien se vengó en su próxima salida, y Lennox Lewis (1999).
Pero nunca brilló tanto como en esta.

 

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
(ceuyoyi@hotmail.com).
En twitter, Ceuyoyi, En Facebook, Jorge L. Prez

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