En buena lid la derrota
La buena noticia es que McJoe Arroyo no fue víctima de una decisión localista este sábado cuando perdió el cetro supermosca de la FIB en Filipinas ante el filipino Jerwin Ancajas en su primera defensa titular.
La mala: el peleador que en diciembre cumplirá 32 años fue derrotado en buena lid para dejar su récord en 17-1 y ocho nocauts.
El nuevo monarca, quien también es zurdo y cuenta con 24 años, mejoró su marca a 25-1-1 y 16 nocauts, al imponerse con puntuaciones de 115-112 (el juez puertorriqueño Carlos Colón), 118-109 y 117-110.
Arroyo, quien no peleaba desde que en julio del año pasado conquistó aquí el cetro vacante al vencer por decisión al también filipino Arthur Villanueva, encontró en Ancajas a un peleador un poco más alto que él, de buen boxeo, velocidad de manos, efectivos desplazamientos y golpeo en combinaciones.
McJoe Arroyo.
También, para colmo, poseía un buen jab, un relampagueante recto de izquierda y -tal vez su golpe más efectivo frente a Arroyo- un feroz gancho de derecha que se pasó toda la noche clavando en el costado del boricua.
Debido a ese golpe, en combinación con una estámina dudosa como consecuencia de la larga inactividad, Arroyo comenzó a dar indicios de cansancio y lentitud del sexto asalto en adelante, sufriendo una caída en el octavo episodio.
En el noveno, el árbitro filipino Gene del Bianco, quien tuvo una labor sobresaliente, contó como resbalón del boricua lo que tal vez nadie hubiese cuestionado si hubiese cantado como una segunda caída.
En efecto, antes de la pelea había motivos de sobra para sospechar que el boricua debía resignarse a ser víctima de una decisión localista si no lograba imponerse por nocaut o darle una tunda a su rival.
Las sospechas estaban justificadas tanto por el escenario –incluyendo mobiliario y decorado- ultra favorecedor para el retador, adornado por la inmaculada presencia de Manny Pacquiao como promotor de la cartelera, así como por el organismo: a través de los años, la confiabilidad de la FIB con sus oficiales ha dejado mucho que desear, e incluso McWilliams –el hermano gemelo de McJoe- sufrió en Tailandia una muy cuestionable derrota por decisión dividida en Tailandia al disputar el cetro mosca del organismo ante Amnat Ruenroeng, a quien derribó una vez y pareció dominar por puntos.
Pero lo cierto es que Ancajas no peleó como pelean los peleadores que creen que no deben arriesgarse mucho para llevarse la victoria: fue quien presionó y muchas veces atacó con intenciones noqueadores al boricua.
Su esquina tampoco pareció pensar mucho en la inevitabilidad de una victoria por decisión: en par de ocasiones le cambió la táctica a Ancajas, quien alternó con gran efectividad la pelea a la riposta y a distancia con el ataque frontal basado en el golpeo al cuerpo.
Dicho todo esto, pareciera una contradicción que yo afirme ahora que, pese a todas estas solidas credenciales del filipino, bajo otras circunstancias Arroyo muy bien podía haber tenido grandes opciones de triunfo.
Porque no cabe la menor duda de que la ruta hacia la defensa titular no fue la más suave posible para el ceibeño que se desarrolló junto a su hermano en el célebre gimnasio Fito Ramos, de Fajardo: en febrero, su defensa obligatoria ante Ancajas se la llevó en subasta el representante del filipino, Sampson Lewkowicz, por apenas $25,000, tocándole a él $21,200, cuando ninguno de los promotores de Arroyo -la P.R. Best Boxing y Al Haymon- participaron en la misma.
El combate fue señalado para el 16 de abril en Filipinas, pero, poco antes de esa fecha, se informó que McJoe había sufrido una pequeña fractura en la mano izquierda, provocando el aplazamiento que el representante de Ancajas, Lewkowicz, interpretó como una lesión fabricada para suspender la pelea.
Así, Arroyo subió al ring en Filipinas este sábado no tan solo arrastrando 13 meses de inactividad, sino posiblemente recuperándose de una fractura en la mano y, en gran medida, obligado a alterar su estilo natural de boxeo y contragolpeo para presionar la pelea frente a un peleador alentado por sus compatriotas en una pelea que, si resultaba en un robo, solo sería vista en Filipinas.
De este modo cualquiera puede ganar, ¿no?
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.
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