Adiós, Floyd, que te vaya bien
El nombre que de pronto se me materializó en la mente mientras veía el sábado en la noche la pelea de Floyd Mayweather, Jr. fue el de los Washington Generals.
¿Quiénes?
Bueno, pues durante décadas los Generals fueron el rival designado de los Harlem Globetrotters: el equipo que siempre jugaba un baloncesto serio y convencional frente a las maromas y los trucos deslumbrantes de los Globetrotters, permitiendo que estos se lucieran ante la fanaticada.
Se cree que, en total, los Generals, que existieron entre 1952 y 1995, sufrieron más de 13,000 derrotas ante los Globetrotters, ganando seis juegos.
Lo increíble, para mí, que es ganara alguna vez un equipo cuyo fin primordial y única razón de existir al salir a la cancha era alzarse con la derrota.
En fin, en el MGM Grand de Las Vegas, Andre Berto fue el sábado en la noche el Washington General de Mayweather, aunque en su caso hay que presumir que él no perdió voluntariamente: con su estilo convencional de fajador carente de grandes recursos boxísticos, el excampeón de ascendencia haitiana cumplió con su cometido de perseguir por el ring al Pretty Boy, fallando la gran mayoría de sus golpes.
Entretanto, su rival hubo de exhibir su ya legendarios movimientos sobre el ring, su velocidad de manos y su capacidad casi sobrenatural para evitar que incluso los pocos golpes que lleguen a su fisonomía logren conectarle de lleno.
El resultado, naturalmente, fue otra pelea carente de emotividad en la que Mayweather conservó sus cetros welter del CMB y la AMB con votaciones de 120-108, 118-110 y 117-111.
Al mismo tiempo, el peleador que esperaba devengar una bolsa de más de $70 millones por el combate, mejoró su marca a 49-0 con 26 nocauts e inmediatamente después el combate, como llevaba meses anunciando, anunció su retiro del boxeo a la edad de 38 años.
“Llevo 19 años en el boxeo. Ha llegado el momento de dedicarme por completo a mi familia y mis hijos”, dijo. “No me queda más nada que probar”.
Todo lo cual probablemente es muy cierto.
Entonces… ¿por qué esa indiferencia generalizada?
“Ya era hora”, tuiteó por ejemplo uno de sus rivales, Oscar de la Hoya, quien luego manifestaría con sobredosis de sarcasmo: “Voy a extrañar sus grandes batallas”.
Claro, la razón por la que no nos conmueve el retiro de Mayweather -aparte del hecho de que casi nadie cree que sea verdadero, sino otra artimaña publicitaria más- es que, precisamente por su estilo, Floyd casi nunca brindó grandes combates.
Sí tuvo unos más complicados que otros, y un par de peleas en la que sus rivales al menos pudieron pararse sobre el ring en las entrevistas post pelea y argumentar que merecieron la victoria: el propio De la Hoya, José Luis Castillo, Maidana, incluso Miguel Cotto.
Pero en ninguna pelea Mayweather se sobrepuso de una mala cortadura o de estar medio noqueado para escapar dramáticamente con una victoria, completando el tipo de recuperación milagrosa que es la que nos llena la cabeza de recuerdos cada vez que pensamos en Muhammad Ali, o Tito Trinidad, o Sugar Ray Leonard, o Julio César Chávez.
Así, su retiro, en parte porque no se produjo después de una derrota humillante en medio del llanto de los fanáticos, no se le acerca ni a los tobillos a la carga emocional que tuvieron las despedidas de muchas de esas leyendas.
No, me temo que lo que recordaremos de Mayweather será la imagen arrogante y fanfarrona que él mismo se ha labrado a través de todos estos años, con su insistencia en considerarse el mejor boxeador de la historia y el boxeador -y el atleta- que más dinero ha ganado en todo el universo.
Y, claro, por haber alcanzado la mítica marca de 49-0 de Rocky Marciano, otro de los pocos grandes campeones que logró retirarse invicto y sin empates en su carrera.
Pero tampoco olvidaremos el coro de bostezos que tradicionalmente ha provocado el hombre que, incluso, logró el milagro supremo de convertir en una pelea aburrida su tan anhelada presentación contra Manny Pacquiao.
Finalmente, lo último que me viene a la mente es el título de una canción que un cantante llamado Dan Hicks compuso a principios de los setenta como una especie de sátira a las llorosas canciones de corazón ‘partío’ tipo ‘country and western’ dedicadas a la marcha de un ser querido: “How Can I Miss You If You Won’t Go Away?” (¿Cómo voy a poder extrañarte si no te acabas de largar?)
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.
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