Paradojas del boxeo
En su famosa película de 2004 sobre boxeo, Million Dollar Baby, la cual mereció el Oscar, el director y coprotagonista Clint Eastwood, quien en su juventud había boxeado un poco, en determinado momento se pone a filosofar sobre el deporte de los puños.
Es una escena muy hermosa: se ven las zapatillas de un boxeador, deslizándose suavemente sobre el piso –los boxeadores prefieren no levantar el pie al dar un paso, para evitar perder el balance-, y entonces se escucha la voz de Eastwood diciendo, según recuerdo, algo así:
“En el boxeo a veces hay que hacer una cosa, para lograr lo contrario. Para ir hacia la izquierda, hay que doblar el pie hacia la derecha; y para ir hacia la derecho, hay que doblarlo hacia la izquierda”.
Y en efecto, la toma de la cámara muestra cómo el boxeador gira los talones hacia la izquierda, para entonces poder dirigir el pie en la dirección contraria. Y viceversa.
Al ver el sábado por la noche la pelea en la que el manatieño Edgar Santana falló en su valeroso intento por conquistar el cetro junior welter de la FIB ante Lamont Peterson en el Barclays Center de Brooklyn, recordé otra paradoja boxística: a veces, la mejor estrategia frente a un rival que tiene pegada, no es hacer lo que parecería lo más lógico… boxearle a distancia para hacerlo fallar con mucho movimiento y velocidad.
No, a veces, si uno por lo menos lo supera en velocidad de manos, lo mejor es acercársele lo más posible, pegándosele bien al cuerpo, forzándole a la pelea adentro.
Es un estrategia que toma en cuenta que, por lo regular, los buenos pegadores necesitan espacio y distancia para lanzar sus golpes.
Aunque se trata de un dogma boxístico que probablemente los entrenadores y los boxeadores se saben de memoria, yo lo descubrí por primera vez cuando vi que Julio César Chávez usó en gran medida esa táctica para derrotar al boricua Edwin ‘Chapo’ Rosario, uno de los grandes pegadores de las 135 libras. Y luego otro boricua, Juan Nazario -quien no se le acercaba a Chávez en talento- hizo lo mismo para destronar a Rosario, un futuro miembro del Salón de la Fama.
De hecho, Peterson, ahora con marca de 33-2-1 y 17 nocauts, ya dominaba a Santana, el boricua radicado en Nueva York, antes de empezar a depender casi exlusivamente del combate cuerpo a cuerpo a mediados del combate que fue detenido en el décimo episodio. Y es muy probable que lo haya hecho porque sabía que las pocas probabilidades de éxito de Santana (ahora 29-5 y 20 nocauts) dependían de su buena pegada, en especial con el gancho de izquierda.
Muy inteligente, de parte de Peterson.
¿Qué más se puede decir del campeón norteamericano de 30 años, que anda en busca de unificar con Danny García? Pues que tiene gran condición física –nunca se cansó de tirar golpes- y que le gusta fajarse, pese a que no parece contar con gran pegada.
Y que es probable que le haga una buena pelea con García, aunque es casi seguro que pierda ante el descendiente de boricuas que boxea, pega y que contragolpea con gran eficiencia.
Danny ‘Swift’ (29-0 y 17 nocauts) exhibió en pantalla panorámica estas cualidades en la pelea que estelarizó el programa: un abusivo nocaut en el segundo asalto sobre Rod Salka (ahora 19-4 y tres nocauts), un rival tan inferior que, aunque por alguna razón recibió la aprobación de Showtime, no consiguió el aval del CMB ni de la AMB y, por consiguiente, la pelea tuvo que ser degradada a 10 asaltos y celebrarse en las 142 libras, sin título en juego.
Luego del combate, como había tenido que hacerlo en las actividades promocionales previas a la cartelera, Danny tuvo que capear las críticas incesantes de la prensa, que lo culpaban por haber acceptado un rival de esa categoría, después de haber vencido a gente como Lucas Matthysse, Amir Khan y dos veces a Erik Morales.
“Yo no escojo a mis rivales”, dijo. “Lo mío es pelear”.
Pero por alguna razón, después de su controvertida victoria aquí sobre el mexicano Mauricio Herrera, los que sí escogen sus peleas –Al Haymon, la Golden Boy Promotions y/o Showtime- decidieron que ahora debía pelear con un rival Clase C.
¿Para permitirle lucirse luego del mal sabor dejado por su pelea anterior? ¿Para insuflarle de nuevo confianza? ¿Porque ese era el rival que económicamente resultaba más viable? Quizá todo eso formara parte de la ecuación.
Pero sí me parece que aquí también entró en juego otra de las paradojas del boxeo: muchas veces un peleador coge más renombre y gana más fanaticada cuando uno lo ve enfrascado en un choque en que la pasa mal y corre peligro de sufrir la derrota, que aplastando a un pobre ganapán en menos de dos asaltos.
El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y publicó recientemente su primer libro, San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.
(ceuyoyi@hotmail.com).