Encuentros fugaces
Hace un tiempo, en una de mis andanzas por las barras de los hoteles del Condado e Isla Verde, hube de sentarme en una ocasión en el taburete aledaño al que ocupaba una simpática damisela de cuarentipico de años.
Digo simpática con toda razón: cuando la ataqué con todo el encanto de mi personalidad, ella me aceptó un cigarrillo, luego un trago, más tarde otros dos y, por último, una atrevida invitación a probar la calidad de los colchones de uno de mis moteles favoritos.
En la sobremesa sexual, cuando ambos fumábamos el tradicional cigarrillo de la paz, ella me comentó que, por increíble que me pareciera, no era la primera vez que hacía esto. Pero aclaró que, conmigo, sí sería la última.
Se desarrolló entonces un diálogo bastante interesante entre nosotros. Ella -a quien llamaré Gisela, sencillamente porque me da la gana-, me explicó que en distintas etapas de su vida había sufrido mucho debido al rompimiento de sus relaciones sentimentales con algunos hombres. Y que, después de la última tragedia, había decidido que, por ahora, lo de ella sólo serían los ‘one night stands’.
“Eso es lo mejor que hay”, me dijo. “Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea y como sea, pero, después que pasa todo, es borrón y cuenta nueva. Pasamos un rato bien chévere y todo lo que tu quieras, pero hasta ahí llega todo. Tú por tu camino, yo por el mío, y todo bien chuchin”.
“Gulú gulú y p’afuera”, dijo, empleando un famoso término baloncelístico.
Luego de prender mi segundo cigarrillo post-coito, y de frenar un ataque de tos nerviosa, le comenté que ella era una mujer tan atractiva que, de seguro, habría habido hombres que luego hubiesen querido seguirla viendo.
“Oh, querido, claro que sí”, me dijo. “Y yo a ellos. Pero es una regla no escrita que yo me he jurado que no voy a romper nunca. ¿Para qué? ¿Para que me rompan el corazón otra vez?”
En efecto, aunque luego, en mi habitual ronda hotelera, atiné a toparme con ella en más de una ocasión, al verme, Gisela apenas me regalaba una sonrisita de saludo, yo le regalaba una mía, y cada cual seguía por su camino.
Me doy cuenta de que entre nosotros nunca hubo ninguna amistad que se pudiera dañar y sólo nos queda el recuerdo cada vez más desteñido de una noche encantadora.
Romeomareo2@gmail.com