Derrotada por el celular
Norita (nombre fatulo) creía que su vida había llegado a su cénit, es decir, a su punto más elevado. Se consideraba una mujer “felizmente divorciada”, tal vez imitando una frase que suele repetir Romeo Mareo. Por lo menos pensaba que no se podía quejar: tenía su casa, su carro, una profesión y un hijo que era su adoración, en gran medida porque no oía reguetón.
Aún así pensaba que le faltaba algo. Un día se dio cuenta de lo que era y optó por llevar a cabo aquello que casi todas las mujeres deciden hacer cuando se topan con un momento de crisis existencial en sus vidas: fue a Plaza y se compró un buen par de zapatos.
Después que se le pasara el ‘high’ místico y espiritual que este tipo de adquisición siempre le proporcionaba, Norita volvió a aterrizar en la realidad. Sincerándose consigo misma, se dijo que lo que ahora le faltaba era un compañero, preferiblemente uno que pudiera convertirse en el amor de su vida.
Le aterrorizaba pensar que, si no lo encontraba, ella iba a terminar como algunas de sus amigas: escribiendo cartas sobre el gasoducto o de crujiente tono feminista en los periódicos.
Una noche, de pronto, lo encontró. O así le pareció.
Fue a una fiesta en la casa de un viejo amigo de su ex marido, un sujeto al que conocía desde hacía décadas, aunque en todo ese tiempo apenas habían cambiado más de dos o tres palabras.
Esa noche, sin embargo, comenzaron a conversar y ella se sintió como si alguien le hubiera hecho un acto de magia. Antes de que la noche hubiera terminado había habido intercambio de teléfonos y de emails y una invitación al cine.
Fue el primer acto de lo que Norita reconoció como el romance más tórrido e intenso de su vida. Y se trataba de una cosa seria: hasta se presentaron a sus respectivas familias. Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Norita se pasaba horas en el trabajo viendo por internet página tras página de catálogos de anillos de compromiso y matrimonio.
Lamentablemente, como ocurre con casi todo, se trataba de un romance que tenía fecha de expiración: le llegó a los seis meses. Ella se dio cuenta cuando, al echarle una buena mirada a su amigo, se percató de que éste, de alguna manera, se le había transformado en un ‘papi chulo’. Es decir, en vez de seguir comportándose con ella como quien padece de una adicción incurable y necesitaba verla todos los días y todas las noches, de pronto volvió a hacerse una figura más esporádica. A veces la llamaba, otras no, Y a veces, cuando ella lo llamaba, él le decía que estaba ocupado y que la iba a llamar “para atrás”, y jamás lo hacía.
La cosa empeoró: como quien no quería la cosa, ahora él nunca desatendía su celular, y muchas veces estaba enfrascado en su página de Facebook o a texteo limpio al mismo tiempo que estaba con ella. Hasta dormía con su celular en la mano.
Y ella estaba segura de que no se trataba de que él estuviera pendiente de los numeritos de Wall Street ni mucho menos.
Cuando no pudo más y se lo echó en cara, él le contestó con toda frialdad que, en efecto, también tenía otras amigas, pero que lo que en realidad debía importarle a ella era que en aquellos momentos él estaba con ella… y eso debía ser suficiente.
Norita le contestó: “Sí, baby, me hace feliz verte, aunque tu mente ande en Belén, pero ¿quién te dijo que un hombre puede hacer tantas cosas a la vez? Acuérdate que tienes 50 años, no 20”.
Otra noche, ella le dijo que deseaba que un meteoro chocara con el maldito satélite de comunicaciones para que él se quedara sin señal. Pero en los precisos momentos en que estaba diciéndoselo le entraron un mensaje de texto y una llamada, casi a la misma vez.
Ahí fue que Norita se dio cuenta de que la guerra estaba perdida y decidió tirar la toalla. En vez de progresar en una escala ascendente, su relación había ido de novio formal a jevo, luego a amigo-novio y, por último, prácticamente a ‘roomate’.
Ya era cuestión de tiempo que quedara rebajada a lo peor de todo: cuando ella se convirtiera en apenas un número de celular más, compitiendo por abrirse espacio entre la interminable lista de llamadas que hacían turno en su celular de último modelo. Es decir, su corazón.
Romeomareo2@gmail.com