Una besucona en serie
Una noche reciente, me hallaba yo en mi consultorio habitual -el Sport Bar de Isla verde que patrocino con cierta frecuencia-, disfrutando de la apacible tranquilidad que los hombres de acción conseguimos al degustar un buen whisky doble después de un arduo día de trabajo. Este es un placer, claro, que aumenta considerablemente cuando uno está solo y puede aprovechar el tiempo tratando de imaginarse los números de la loto.
Sin embargo, de pronto sentí que un individuo se acercaba, se sentaba junto a mí en la barra, ponía estruendosamente su trago junto al mío y se me quedaba mirando, a la espera de que yo le diera audiencia.
“¿Estás ocupado, Rommy?”, me preguntó.
“¿No ves que estoy meditando, Octavio?”, le pregunté.
Pero no le bastó mi indirecta y enseguida comenzó a espepitarme su último percance amoroso.
Octavio es uno de esos tipos que por desgracia parece ser un imán para algunas de las féminas más complicadas que yo haya conocido. El caso más reciente, según mi recuerdo, fue cuando empezó a salir con una boxeadora profesional. Esta estaba convencida de que una cita romántica consistía de llevarlo al gimnasio, donde, aprovechando el hecho de que él le llevaba como 75 libras de ventaja, lo sonaba como pandereta.
El, claro, no se atrevía a lanzarle ni un golpe porque ella lo tenía amenazado de acusarlo entonces de violencia doméstica.
Esta vez, sin embargo, el caso en apariencia no lucía tan grave.
Según me fue contando, además de venir ocasionalmente a la barra en que nos encontrábamos ahora, Octavio había empezado a frecuentar otro negocio que quedaba cerca de allí, no porque los tragos fueran mejores ni más baratos o porque el baño se diera el lujo de contar con papel sanitario, sino porque lo atendía una bartender de lo más bonita y simpática, llamada Clara.
Desde un primer momento a él le pareció que Clara y él congeniaban de lo más bien: ella no solo cumplía a cabalidad su rol tradicional como ‘bartender’ al sonreírle cuando llegaba y quedarse un rato conversando con él luego de traerle su trago, pero Octavio comenzó a sospechar que, más allá del trato profesional, había empezado a germinar entre ellos una química muy especial.
Y su sospecha se volvió más fuerte una noche que fue al baño y, al salir, ella estaba esperándolo y se le lanzó encima para apretujarlo, besarlo y esmorusarle el peinado.
De inmediato, sin embargo, Clara rompió el ‘clinch’, le pidió perdón por lo ocurrido y regresó a toda prisa a la barra.
En fin, como era una noche concurrida, no tuvo la oportunidad de quedarse a solas con ella para hablarle de lo ocurrido, pero, como es natural, Octavio volvió a la noche siguiente. Y la otra también. Cuando finalmente pudieron conversar, Clara le comentó que se sentía muy atraída por él y que esa noche no había podido frenar sus impulsos, pero que le prometía que era algo que jamás volvería a ocurrir.
Naturalmente, el que una mujer diga que se siente atraída por uno pero que tratará de controlarse debe ser uno de los estímulos más contundentes para que un hombre se convenza de que tiene grandes esperanzas de conquista. Por consiguiente, Octavio siguió visitando la barra noche tras noche, y siempre iba al baño cuando había poco movimiento, en espera de que el rayo volviera a caer en el mismo lugar.
Pero no tan solo el rayo no cayó sino que, fijándose bien en lo que ocurría a su alrededor, Octavio comenzó a darse cuenta de que, casi todas las noches, sí había momentos en que Clara se ausentaba de la barra y que, por coincidencia, a los pocos segundos de regresar, también regresaba detrás de ella otro de sus clientes.
Con el pelo todo esmorusado.
Y, noche tras noche, la cantidad de clientes masculinos fijos que se quedaban mariposeando alrededor de la barra iba creciendo geométricamente, compuesta -según fue percatándose Octavio- por individuos a los que antes había visto regresar todo esmorusados del baño.
“¿Qué tú crees, Romeo? ¿Estás pensando lo mismo que yo?”, me preguntó.
“Bueno”, le dije, “es posible que ella sea una besucona en serie”.
“Por otro lado”, agregué, “esa es una manera tan válida como cualquier otra de aumentar la clientela”.
Entonces me levanté, me chequeé el peinado impecable en el espejo de la barra y salí caminando a marcha forzada hacia el negocio de la bella Clara.
Romeomareo2@gmail.com