El amor que nunca fue
Recibí recientemente esta misiva de una amiga lectora que plantea un viejo dilema: las cosas inesperadas que suceden cuando uno se presta para servir de intermediario amoroso o celestino.
“Cuando tenía como 15 años, tenía una amiga”, comeienza el escrito. “Bueno, la verdad es que éramos un combo de tres, que siempre andábamos juntas.
“Un día, esta amiga me pidió que yo le ‘acomodara’ a un muchachito que era un año menor que yo, y al que yo conocía desde la infancia, por lo que tenía más confianza con él.
“Lo había visto crecer y la verdad es que nunca me había fijado en él hasta ese momento en que me habló mi amiga. Sin embargo, de pronto lo miré con otros ojos… y la verdad es que me di cuenta de que los cambios ya se notaban. No era el muchachito que yo seguía recordando de niño, sino un joven bastante guapo, tan guapo que enseguida me pregunté que cómo era posible que yo no me hubiera fijado en él.
“Aún así, Romeo, te lo juro: con la mejor intención del mundo, le hablé de mi amiga un día. Él se quedó pensativo y no me dijo nada. Pero al otro día me buscó, me dijo que quería hablar conmigo. Recuerdo que fue para la época del huracán Georges, ya que no había luz.
“Él me dijo: ‘¿Sabes una cosa? Dile a tú amiga que muchas gracias, pero que la que a mí me gusta eres tú’.”
“Al final le hice caso. Mi amiga se enojó muchísimo conmigo, pero sólo por un tiempo. La verdad, yo a él no lo tomé en serio y así se lo dije desde el primer momento (qué mala verdad, ¿no?’). ‘Sólo para pasar el rato te quiero’.
“Claro, hay que aclarar que la nuestra era una de esas amistades inocentes de antes, de abrazos y un besito de vez en cuando. La verdad es que era un chico lindo y me atraía un poco hasta que se enamoró de mí y ese día, sin pensarlo bien, me lo espepitó a sangre fría, así porque sí. Qué mal le va.
“Así que al poco tiempo tuve que decirle: ‘No te ilusiones, no quiero jugar con tus sentimientos… nos vemos’.
“Por suerte quedamos como buenos amigos… después de un tiempo, claro.
“Un día…. o mejor dicho, una noche, hicimos un pacto: que en determinado momento, cuando fuéramos adultos y tuviéramos cierta edad, si estábamos solteros y tristes, intentáramos otra vez la relación.
“Hace poco lo volvi a ver. Ay, madre mía, lo reconocí por el nombre, porque de aquel chico lindo no quedaba ni el pelo. No sabes las gracias que le di a Dios de estar felizmente casada.
“La verdad es que me acuerdo de esto y me río. Qué loqueras hacemos en la adolescencia, ¿verdad?
“Ah, y por último: mi amiga y yo seguimos siendo viejas amigas”.
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¿Mi comentario? No creas que es una historia demasiado descabellada. La diferencia es que la tuya tuvo un final feliz. Otros han sido menos afortunados: han terminado casándose.
Romeomareo2@gmail.com