Mi novia ya no me quiere
“Estimado señor Romeo,
Me ocurre lo siguiente: soy un hombre de 32 años y razonablemente bien parecido que, al contrario de muchos otros -incluyendo a mis amigos- , no me he pasado mi juventud saltando de mujer en mujer.
Más bien, para mí, mujer, lo que se llama mujer, ha habido una sola: Cameron Díaz. Pero, después de ella, a quien no he tenido la dicha de conocer, se encuentra Matti, el amor de mi vida.
A Matti -su nombre completo es Matilde, pero ella lo odia- la conozco desde que los dos éramos niños y nuestras familias eran vecinas en la misma urbanización. Fuimos a la misma escuela elemental, a la misma escuela superior, hasta a la misma iglesia. Sin haberlo planeado así, terminamos yendo a la misma universidad -la UPR de Río Piedras- y estudiando en la misma Facultad de Administración de Empresas, donde Matti estudiaba contabilidad y yo hacía una carrera corta en secretarial. O quizás era al revés, ahora no recuerdo bien.
Cuando nos graduamos y empezamos a trabajar en la misma compañía, nos dimos cuenta de que el destino se estaba ensañando con nosotros y debía estarse cansando de lanzarnos tantas indirectas. Así que decidimos hacernos novios. Y empezamos a convivir juntos, para irle cogiendo el gustito al asunto.
Aún así, no teníamos planes de boda todavía hasta que hace unas semanas, nos dio tanta emoción abrir la pluma del baño y ver que teníamos agua que, dejándonos llevar por nuestras emociones, yo le propuse matrimonio.
O quizá fue ella a mí, no recuerdo bien: es que ya para entonces estábamos tan compenetrados, tan identificado el uno con el otro, que a veces hacíamos las cosas como si fuéramos una sola persona.
En fin, le cuento que nos comprometimos y para festejarlo tuvimos un bailable en el salón de actividades de nuestra iglesia, amenizado por una agrupación que tengo entendido que se está dando a conocer últimamente: Pirulo y la Tribu.
Aún así, no quisimos ponerle una fecha a la boda: primero había unas cosas que teníamos que hacer, destacándose entre ellas el hecho de que la casa que nos gustaba y para la que hicimos un acuerdo de compra con los dueños, no se desocuparía hasta dentro de algunos meses.
Entonces pasó lo que pasó: por alguna razón que no sabría explicar muy bien, pero que tal vez tenga que ver con la familiaridad y con el hecho de que dos personas que llevan mucho tiempo estando juntas inevitablemente caen en unos baches de indiferencia, nuestra relación se empezó a enfriar un poco.
Incluso yo cometí un error que a alguna gente tal vez no le parezca nada del otro mundo, pero que a mí sí me afectó bastante: me acosté con otra muchacha.
Fue algo pasajero y que no implicaba que yo hubiese dejado de querer a Matti. Es decir, que la cosa muy bien pudo haber quedado ahí, sin que nadie se enterara del asunto: tanto la muchacha como yo éramos lo suficientemente adultos y maduros como para decir ‘borrón y cuenta nueva’.
El único inconveniente fue que ella era la mejor amiga de Matti y que, de hecho, Matti la había designado como su madrina de bodas.
Y, para colmo, al poco tiempo la muchacha se enteró de que había quedado embarazada, lo cual también complicó un poco más la cosa.
Hice entonces lo que me imagino que han hecho todos los hombres que han atravesado por esas mismas circunstancias. Luego, cuando terminé de darle cabezazos a la pared, resolví que, por el bien de mis últimas neuronas, debía confesárselo todo a Matti. Dentro de la espiritualidad conyugal que siempre nos había unido y su profundo humanismo, yo tenía la esperanza de que ella me compadeciera de mí cuando yo suplicara su perdón, aunque me temía que esto tuviera algún efecto sobre nuestros planes de boda.
Pero, para sorpresa mía, Matti terminó tomándolo todo relativamente bien y solo me lanzó a la cabeza un par de utensilios de la cocina, aunque me imagino que tal vez influyó el que se hubiera dislocado el hombro cuando trató de levantar el microondas.
Para resumir, don Romeo, lo único que le pido es que usted me hable como un padre le hablaría a su hijo y me aconseje qué es lo que debo hacer para que algo tan insignificante no interfiera en mi relación con Matti”.
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Estimado lector, en efecto lo complaceré hablándole como si usted fuera mi hijo: “¿Qué diablos tú te crees, so manganzón? ¿Dónde dejaste tirado el cerebro? ¿Quieres que me dé un infarto o qué te pasa? Y párate derecho, que estás todo encorvado”.
Espero que le haya servido de algo.
Romeomareo2@gmail.com