Aterrado por el ex de su prometida
Estimado e imprescindible señor Romeo,
Hasta hace muy poco, yo vivía muy preocupado por el futuro de mi hijo, José Arnaldo, en especial en el aspecto sentimental.
Jochy, como le llamamos los que le conocemos, ha tenido mucho éxito en la vida en muchos aspectos: es uno de los socios de una pujante empresa dedicada a la manufactura de supositorios reciclados y, gracias a eso, vive holgadamente en una casa de dos niveles con piscina y retrete alfombrado.
También ha sido muy atlético toda su vida, sobresaliendo en el ‘ping pong’ -o tenis de mesa, como el prefiere llamarle- y no es mal parecido.
De hecho, yo he estado con él en las ocasiones en que algunas mujeres le han detenido en el ‘mall’ para pedirle el autógrafo, confundiéndolo con el villano de alguna telenovela mexicana.
Pero mientras muchos de sus amigos, y hasta sus hermanos menores, contraían matrimonio, Jochy defendía su soltería a capa y espada… o como se diga.
Cuando yo le preguntaba que cuándo iba a sentar cabeza y estabilizarse, se reía y me decía: cuando tenga 40 años.
Y yo no lo culpaba: las mujeres de hoy en día son mucho más liberales que las de mi época y para un hombre con las características de Jochy, debía ser un paraíso vivir ese tipo de vida: solvente, buen mozo y dulce para mujeres que no le pedían mucho más que estar con él.
En fin, su mayor preocupación era cómo organizarse mejor con tal de poder atenderlas a todas por igual, y me consta que sufrió mucho en ese sentido hasta que su hermana, que trabaja en la oficina de un siquiatra, le instaló en su computadora un programa para organizar las citas: así, si Jochy quería saber qué iba a estar haciendo el jueves de la próxima semana a las 2:00 p.m., solo tenía que ver este programa y leer: ‘Encuentro con Sonia III (la rubia de pelo pintado) en el come y vete de Don Pucho en Piñones’.
Pero el tiempo pasó y Jochy cumplió 40, 41 y 42 años. Hasta canas empezó a tener. Pero él seguía viviendo su vida loca como si tuviera 25 años.
Y yo sufriendo por dentro. Ya estaba yo a punto de consultar al siquiatra para el cual trabaja mi hija cuando, de pronto, todo cambió: Jochy dejó de consultar las citas en su computadora y comenzó a salir consistentemente con una muchacha llamada Sara, que era maestra de inglés en una de esas escuelas comerciales que hay por ahí.
Me di cuenta de que la cosa iba en serio porque un día Jochy hasta me la presentó: era una mujer alta rubia y espejuelada con una dentadura en la que parecían sobrar dientes, y, aunque era bastante atractiva, en otros tiempos hubiese tenido tiempo para reservar un espacio -incluso en la lista de espera- dentro del programa de citas de mi hijo.
Pero era evidente que se querían y que se complementaban el uno al otro, y, lo que era más importante, Jochy lucía tranquilo y feliz.
Un día mi corazón saltó de gozo cuando mi hija me llamó llena de alegría y me dijo: “Papi, te voy a contar un secreto: Jochy me pidió consejo sobre los mejores sitios donde hacen bizcochos de boda… Pero no te des por enterado, ¿eh? Tú sabes cómo es Jochy con su vida privada”.
Sin embargo, entonces pasaron dos días seguidos sin que yo lo viera junto a Sara y le pregunté a Jochy si ella estaba enferma o algo así.
“Eso se acabó, papi”, me dijo mi hijo mientras se acicalaba el bigote frente al espejo antes de salir a discotequear. “Claro, pero seguimos de amigos”.
No me pude frenar la pregunta de rigor: “Pero, ¿qué pasó? ¿Si ustedes se veían tan bien juntos, tan felices? ¿Te hizo algo ella?”
Jochy se miró el reloj pulsera: evidentemente andaba con prisa para volver a sus andanzas de playboy en los albores de la vejez prematura.
“Sara es un amor”, me dijo. “Pero todo iba muy bien hasta que un día me presentó a su exnovio”.
Jochy me lo describió así: era un tipo medio jipitón y medio calvo que andaba en sandalias y parecía haberse peinado por última vez durante la presidencia de George Bush… padre.
“Yo lo hubiese asimilado mejor si ella me hubiera dicho que había sido una relación efímera, quizás hasta producto de alguna borrachera o algo así”, agregó mi hijo. “Pero cuando ella me dijo que habían vivido juntos siete años…”.
“¿Cómo iba a seguir yo con una mujer que tenía un gusto así?”
No sé qué pensará usted, don Romeo, pero yo le di toda la razón.
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En efecto, querido lector, hay veces que uno puede decirse: dime quién fue tu pareja y te diré quién eres.
Romeomareo2@gmail.com