Una chica demasiado fogosa
Robert, un compañero de trabajo, es uno de esos tipos tan tímidos que, como dijo una vez un filósofo anónimo, “no se atrevería a alzar la voz para gritar ‘auxilio’ ni aunque se estuviera ahogando”.
Sin embargo, igual que sucede con las personas más pusilánimes que sufren una transformación a lo ‘Hulk’ tan pronto se sientan frente a un volante, de un tiempo para acá todos en la oficina comenzamos a notar un cambio bastante drástico en nuestro amiguito cada vez que se ponía a hablar por su celular.
“No, esta noche sí que no puedo”, bramó los otros días, provocando que del susto una de las secretarias soltara la cafetera en la que preparaba el café de media mañana. “No, chica, yo tengo que descansar. Otro día será”.
La semana pasada, entretanto, la modorra que suele regarse como una neblina adormilada por la oficina cuando se va acercando la hora de salida, quedó de pronto violentada por otro exabrupto telefónico de Robert.
“¿Pero cuántas vitaminas más voy a tomar, chica?” preguntaba a grito limpio. “¿No te has puesto a pensar que el problema puede ser que tú no te cansas nunca?”
Para culminar, hace apenas dos días, él estalló otra vez como siquitraque: “¡Pues yo no tengo que saber dónde tú dejas tus panties!” chilló, haciendo vibrar las paredes. “¿Por qué siempre los tiras al aire como si fueran un frisbi?”
Intrigado, me puse a hacer mis averiguaciones. A la larga, dio frutos la red subterránea de chismes de oficina. Así, me enteré de que hacía algún tiempo que Robert, quien era soltero y muy probablemente virgen, había empezado a salir con una chica a la cual, según se contaba, hubo de conocer la primera vez que él había ido a una disco.
Y la chica, según parece, de tímida no tenía ni un pelo.
En fin, ya había páginas de Facebook dedicadas a explorar el tema hasta el cansancio, y todo el mundo comentaba lo mismo: ‘Me alegro por él, pero… ¿no podrá decirle alguien que baje un poco la voz cuando esté hablando con ella?’
Casi unánimemente me escogieron de voluntario para desempeñar este acto de caridad.
Robert se puso rojo como un tomate cuando le abordé el tema en privado.
“¿De verdad? ¿Y se oía muy alto cuando yo estaba hablando?” me preguntó con el susurro que le caracterizaba cuando no tenía cerca el celular.
“Voy a ponértelo de esta manera”, le dije. “Un poco más, y capaz que se activen las alarmas de incendio”.
“Pero es lógico que te emociones un poco al hablar con tu amiga”, agregué, tirándole un poco la toalla de la comprensión masculina. “Me imagino que es una chica demasiado fogosa, ¿no?”
Robert dejó que una tímida sonrisa se le escurriera por los labios.
“Sí, fogosa… y un poco sorda también”.
Romeomareo2@gmail.com