Una conversación entre amigos
Por una de esas casualidades de la vida, Annie y Richard, su esposo, se toparon esa mañana en el mall con Louise y Bobby, su marido.
Las dos parejas jóvenes y bien parecidas se saludaron con entusiasmo frente a la fuente de agua y, naturalmente, guardaron sus respectivos celulares y se quedaron conversando unos minutos antes de proseguir sus respectivos caminos.
Annie y Louise habían sido compañeras de clase hasta graduarse de la ‘high’ no hacía muchos años, y no se veían desde la recepción de la boda de Annie y Richard, par de años antes, donde a su vez se habían conocido los dos hombres.
Estos ַúltimos, por supuesto, se saludaron como si fueran viejos amigos, con apretones de manos y cֶálidas palmadas al bíscep de cada cual.
“Vaya, papi, estás fuerte”, le dijo Richard a Bobby, todo sonriente. “Estás dándole al gym, ¿eh?”
Sonrojándose por el halago, Bobby bajó un poco la cabeza.
“Pues, sí”, dijo. “Hace poco me abrieron uno cerca de donde nosotros vivimos en la 167, y estoy yendo tres veces por semana”.
Richard le preguntó el nombre del lugar. Cuando Bobby se lo dio, él le dijo que conocía ese gym.
“De hecho, estuve yendo allí hasta hace como dos años”, dijo. “¿No han cambiado todavía el aparato de las pesas? Ya estaban bastante gastaítos para entonces”.
Bobby le dijo que todo el equipo lo habían puesto nuevo recientemente y que incluso habían arreglado el sauna.
Richard asintió, para mostrar su aprobación.
“Voy a tener que darme la vuelta por ahí para darle un ‘look’ a la cosa uno de estos días”, dijo.
Entretanto, Annie le contaba a Louise que hacía tiempo que no visitaba ese mall y que la razón principal por la que había venido ese día, aparte de que era sábado, fue la curiosidad de visitar esa nueva tienda de carteras que estaban anunciando con tantos bombos y platillos hasta en la televisión.
“¿Really?”, le preguntó Louise. “¿Es buena? ¿Tienen variedad?”
Annie le hizo un gesto de más o menos con una mano.
“Tiene sus cositas, especialmente las de ‘leather’ que traen de Colombia”, le dijo. “Pero… no sé. Está un poco cara”.
Entretanto, Richard y Bobby habían superado ya el tema de los gimnasios.
“Si les gusta el pescado fresco”, dijo Bobby, dirigiéndose tanto a Richard como a Annie, quien había caído en un bache de silencio al agotar el tema de las carteras con su amiga, “aquí en el segundo piso acaban de abrir un restaurancito que no está nada mal, ¿verdad, querida?”
“Sí, muy bueno”, dijo Louise. “¿Cómo se llama? El Fish… algo. Ahؙí Bobby yo probamos la semana pasada un chillo al ajillo que se dejaba comer”.
“Un poco salado, pero fresco, bien fresco”, adicionó su marido.
Cuando estaban por despedirse, Annie recordó que Louise ni Bobby habían sido explؙícitos al explicar su presencia en el mall aquella mañana.
Esta vez fue Louise quien se sonrojó visiblemente.
“Ah, bueno”, dijo, bajando la vista. “Más bien es por Bobby…”.
Avergonzada, miró entonces a su marido como soltándole la papa caliente.
“Bueno, pues nada”, dijo él, visiblemente apenado. “También fue por curiosidad: como nos dijeron que acababa de abrir aquí una librería…”.
Al ver la mirada extrañada que lanzaban Annie y Richard, Louise se sintió obligada a profundizar.
“A Bobby le gusta leer… leer libros”, dijo. “Cuando estaba abierta la otra, aquí mismo, él hasta venía todas las semanas”.
Richard miró a su esposa, quien a su vez lo miraba a él.
“¿Libros? ¿Libros de qué?”, preguntó, esta vez dirigiéndose directamente a Bobby. “¿De economía? ¿De ‘self help’?”
Era, sabía, un intento desesperado de tirarle un toallazo al pobre hombre.
Pero Bobby se veía cada vez más abrumado.
“Bueno, no sé, Libros… novelas”, dijo al fin.
Apenada por su amiga, Annie trató de intervenir positivamente.
“Ah”, dijo. “En la ‘high’ yo leí una. El Quijote. Bueno, casi la leí. Más de la mitad”.
“Claro, todo el mundo tuvo que leer novelas en la high”, le dijo su marido, cortante. “Hasta yo tuve que leer una… Cien Años de no sé qué”.
Media hora después, luego de que se despidieran aceleradamente, Richard todavía estaba meneando la cabeza como quien no puede entender algo.
“La verdad que hay gente que no crece y se queda pegada en el pasado”, dijo, riendo. “Mira que ponerse a perder el tiempo leyendo cosas de esas, y a estas alturas”.
“¿Y todavía estás tan impactado por ese encuentro?”, le preguntó Annie. “¿No estás acostumbrado a encontrarte con gente rara todo el tiempo?”
Pero Annie se había quedado con una duda.
“Y si yo te escribiera una carta de amor, ¿tú te la leerías?”, le preguntó a su marido.
“Bueno, eso sí lo leería con gusto”, le contestó Richard. “A mí sí me gusta la ciencia ficción”.
Romeomareo2@gmail.com