La vida es así
Hubo un tiempo en que empezamos a visitar ocasionalmente una barra cercana al salir del trabajo para beber un par de tragos y perder el tiempo conversando acerca de nuestros sueños para el futuro.
Pero al poco tiempo él renunció sorpresivamente y jamás lo volví a ver. Algunos años después, sin embargo, alguien me dijo que había tenido problemas con el alcohol, había perdido su siguiente trabajo y que hasta su esposa lo había abandonado.
“Pues sí, lo conocí”, le dije a la enfermera. “¿Usted era amiga de él?”
La mujer emitió una especie de vaho de desaliento. Un tono de tristeza le invadió la mirada.
“Yo trabajé un tiempo en su casa”, dijo con una medio sonrisa melancólica. “Fue antes de estudiar para enfermera: trabajaba de criada”.
“El era un hombre buenísimo, demasiado amable”, agregó. “Fue muy bueno conmigo. Pero sufría mucho por su esposa. Ella no lo quería”.
Agitó de pronto la cabeza, como para salirse ya de esa nube de recuerdos tan tristes.
“Bueno, la vida es así”, dijo.
Siguió entonces recogiendo mis datos, pero al final, después que me hizo firmar como siete papeles distintos, preguntó con renacida esperanza: “¿Usted lo ha visto recientemente? ¿Sabe dónde está viviendo?”
Le dije que lo lamentaba mucho, pero que hacía años que no lo veía ni sabía nada de él.
A la larga en la sala de emergencia no les quedó más remedio que atenderme y coserme el dedo, pero aproveché la espera para decirme que era posible que esa pobre mujer hubiese estado enamorada toda su vida de aquel recuerdo cada vez más desteñido, o que incluso ella hubiese vivido con Arturo una corta aventura que tal vez él olvidara a las pocas semanas mientras que a ella le había durado toda una vida. O quizá sí se enamoraron mutuamente y las circunstancias impidieron que pudieran juntarse.
Bueno, la vida es así. Pero no tiene que serlo.
En fin, tampoco le dirigí palabra ni mirada a Marta en el viaje de regreso a la urbanización hasta que, al bajarme de su carro y agradecerle su acto de buena samaritana, le dije: “Mañana -es decir horita- te voy a llamar y te voy a invitar a comer, porque tenemos muchas cosas de qué hablar”.
Entonces, con tal de que no se quebrara ese ‘mood’ tan romántico que yo acababa de crear, le tiré la puerta en la cara para que ella no me zumbara el insulto que, amenazante, ya se asomaba a su boca.
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