Tú tan alta y yo tan bajo
Arnaldo, un viejo amigo al que yo no veía hace años, llegó sorpresivamente a la barra del sports bar que yo visito con cierta frecuencia, me saludó dándome un cálido manotazo en la espalda y procedió a ordenarle un trago al bartender, llamado Juan.
“Vaya, Arnaldo, te ves bien”, le dije.
Sonriente, me confesó que la vida le había abierto, como cortinas que se descorren para mostrar una pantalla panorámica, la mejor de sus sonrisas. Para resumir, era presidente de un banco y padre de dos hijos, que ya estaban en la universidad.
Lo único malo, me dijo, era que se acababa de divorciar.
“¿Estás seguro de que eso es malo?” le pregunté.
“Por lo menos es algo pasajero”, me dijo. “Sé que en cualquier día de estos voy a encontrar a la mujer que me acompañará por el resto de mi vida”.
Entonces le echo una mirada a los alrededores de la barra, como si no descartara que esa mujer pudiera aparecer por allí en cualquier momento.
Claro que me encantó su alegre optimismo. Pero también me sorprendió.
Me explico: A Arnaldo lo conocía yo desde la escuela superior. En esos años, le dio un tiempo con amarrarse la correa por el costado, y llevar el reloj pulsera con la esfera debajo de la muñeca. Gracias a Dios que nunca lo vi con corbata, porque me imagino que se la hubiese puesto por la espalda.
La gente lo consideraba un tipo algo excéntrico por ese afán de llevarlo todo al revés de los cristianos, pero yo creo haberme dado cuenta bien temprano de cuál había sido su intención verdadera: gracias a esa excentricidad al vestir, cuando los compañeros de clases se referían a él, lo describían como “Arnaldo, el que se cierra la correa por el lado”.
Para él, eso sonaba mucho mejor que el que dijeran “Arnaldo, el que parece un jockey”.
Y eso que usaba zapatacones.
Es decir, yo siempre lo recordaría como un tipo bajito que hacía lo indecible por disimular su baja estatura. O actuar como si esta no le importara.
Ustedes saben, de esos tipos que suelen decir “el perfume bueno viene en frascos pequeños” y cosas por el estilo.
Pero ahora, al toparme con el tantos años después, yo me daba cuenta de que Arnaldo había cambiado mucho y que había tenido éxito en la vida. Claro, yo no sabía decir si cambió porque tuvo éxito o tuvo éxito debido a que cambió, pero esos son otros veinte pesos.
En fin, mientras nosotros conversábamos, el asiento al lado suyo hubo de desocuparse y al poco tiempo pasó a ocuparlo Laura, una muchacha que unas veces venía a beber y divertirse con sus amigas y otras sencillamente pasaba y de daba un par de tragos en el ‘happy hour’ luego de salir de la oficina.
Era una rubia muy atractiva y como de 6’1” de estatura cuando andaba en tacos, como ahora.
Por alguna razón no le caigo bien, tal vez porque un día me esmandé un poco en un intento por conquistarla, y al llegar me saludó como suele hacerlo: “Parece que duermes aquí, Romeo”, me dijo con un gesto de asco.
Yo, naturalmente, procedí a presentarle a Arnaldo, quien, como todo caballero, hizo ademán de pararse… hasta que la misma Laura le hizo un gesto para que no lo hiciera
Esto, según yo capté entonces, evitó que ella se percatara de inmediato de su estatura.
De ahí en adelante, sin embargo, resultó obvio que había una química especial entre ellos y se pusieron a conversar como dos viejos amigos, incurriendo en un diálogo salpicado constantemente de grititos y ráfagas de risotadas. A mí, en cambio, me ignoraban como si me hubiese convertido en un programa del Canal 6.
Cuando único el diálogo chispeante se detuvo fue cuando ella se levantó un momento para ir al baño, oportunidad que aprovechó Arnaldo para redescubrir mi existencia.
“¡Qué mujer!” me dijo. “¡Gracias por presentármela!”
Dudoso, le pregunté si no le preocupaba un poco la estatura de ella.
Arnaldo se echó a reír.
“Bueno, la verdad es que no es tan alta como mi ex esposa”, me dijo, “pero no voy a penalizarla por eso”.
Entonces la cara volvió a iluminársele con una sonrisa: “Pero, como dice el dicho, ‘mientras más grandes, más duro golpean al caer’.”
Me entró entonces un temor incontrobable de que, precisamente, Laura cayera en ‘shock’ y, creyendo que todo había sido una broma mía, ella pretendiera desquitarse conmigo a bofetón limpio.
Así, procedí a despedirme y a evacuar el local antes de que regresara del baño y Arnaldo esta vez sí se levantara para, caballerosamente, esperar que volviera a tomar su asiento.
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