Tres regalos (3)
Un regalo que hizo propicio a nosotros, otro gran regalo. Jesús enviando al Espíritu Santo para que fuera nuestro gran Consolador.
La ascensión de Jesús después de resucitar y caminar 40 días más en la Tierra, era necesaria como Él anticipó, para poder enviar entonces al Espíritu Santo. “Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré”. (Juan 16:7).
En ese mismo capítulo del Evangelio de Juan, específicamente el tercer versículo, hay una de las diversas menciones que hace la Biblia de las tres personas de la Trinidad, sin que necesariamente se use nunca el términoTrinidad.
Pero es precisamente el Espíritu Santo uno de los grandes tesoros que Dios nos regaló y su importancia es vital para el cristiano. El Espíritu Santo pone de manifiesto la esencia de lo que vino a hacer Jesús a la Tierra por medio de su sacrificio.
Y es que como expuse antes, la Biblia nos enseña que por medio de la obra redentora de Jesús, fue restablecida la relación del hombre con Dios; la misma que se había roto por el pecado del primer hombre.
Ahora, es el Espíritu Santo el que permite que esa relación siga siendo directa con Dios, sin intermediarios. Esto no implica que Dios no utilice a hombres y mujeres. Al contrario. Sí los usa, pero es por medio del Espíritu Santo que nos trae convicción. Dios puede usar a sus hijos para traer, por ejemplo, un mensaje de la Palabra de Dios, pero es el Espíritu Santo el que pone convicción en los demás, y trae entendimiento a la vez, para que el mensaje pueda ser recibido.
“Y cuando Él venga (el Espíritu Santo), convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. (Juan 16:8). “Os guiará a toda la verdad”. (Juan 16:13).
Tan seguros debemos estar que el Espíritu Santo es un regalo de Dios a nuestras vidas, que miren como habla el Evangelio de Lucas 11:13: “Pues si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
El Espíritu Santo vino a hacer que la vida de Jesús fuera manifiesta en nuestras vidas. Nada de lo bueno que podamos lograr debemos atribuirlo a nuestra propia capacidad. Por cierto, la Biblia aclara que la salvación no es por obras, para que nadie se gloríe a sí mismo (Efesios 2:9). Y también nos advierte en Efesios 2:10 que fuimos “creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”.
Así, que de cualquier modo, no debemos darnos el crédito, pues es Dios quien pone el querer como el hacer para su beneplácito (Filipenses 2:13)
En otras palabras, que lo bueno que se produce por medio de nosotros, los que creemos en Dios y le servimos, debemos atribuirlo enteramente a la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Otro de los beneficios de que tengamos su Santo Espíritu es que como diceIsaías 57:15, Dios habita en lo alto y santo, “pero también estoy con los pobres y animo a los afligidos”.
El Espíritu Santo no trae confusión, al contrario, nos da revelación y sabiduría, como reconoció el rey Nabucodonosor cuando quería que el joven Beltsasar le interpretara uno de sus sueños.
El Espíritu también es capaz de obrar en nosotros cosas sobrenaturales, como lo hizo con María, una humilde mujer de carne y hueso con un corazón obediente a quien Dios escogió para ser la receptora del milagro que significó el nacimiento del Hijo de Dios.
El Espíritu Santo es el que nos equipa a los que hemos creído y aceptado a Jesús, para hacer precisamente las obras a las que el Maestros nos envió. Incluso, cuando Jesús habló a sus discípulos en torno al Espíritu Santo, prometió lo siguiente: “Él enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que he dicho”. (Juan 14:26)
Pero una de las razones más importantes por la que nosotros los creyentes recibimos el Espíritu Santo, es para que seamos equipados para dar testimonio de Cristo. Por eso Hechos 1:8 establece que “recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la Tierra”.
Y es que aquí Jesús estaba dejándonos a cargo de la Gran Comisión, la gran encomienda de predicar el evangelio por todo el mundo; las Buenas Nuevas de salvación que deben ser predicadas hasta los confines de la Tierra, antes de que Él venga por segunda vez.
El Espíritu Santo, al igual que el Padre y que Jesús, es una persona. Por eso en la Biblia encontramos diversos atributos que lo describen y que nos dejan ver que se trata de una persona. Por eso mismo es que la Palabra advierte que no contristemos al Espíritu Santo, o que no lo resistamos.
La Biblia nos revela que es el Espíritu Santo el que trae convicción de pecado al hombre, y eso nos debe llevar a comprender por qué es entonces que la Palabra enseña que cualquier blasfemia contra el Hijo del Hombre (Jesús) puede ser perdonada, mas no así al que blasfeme contra el Espíritu Santo.
Y es que el Espíritu Santo es, por así decirlo, el último gran recurso que Dios le otorga al hombre para que venga a arrepentimiento. A la misma vez es Dios mismo relacionándose directamente con el hombre por medio de su Santo Espíritu.
El Espíritu Santo, nos dice la Biblia, nos enseña incluso cómo debemos orar. “Del mismo modo, y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con lo que Dios quiere”. (Romanos 8:26-27).
También da dirección, y en ocasiones impedirá que hagamos ciertas cosas, como lo hizo con los apóstoles cuando comenzaron a expandir el reino por medio de la predicación del Evangelio. En ocasiones fueron enviados a ciertos lugares, pero en otras el mismo Espíritu evitó que fueran a otras regiones.
Es el Espíritu Santo el que nos ayuda y asiste en el proceso de santificación en que debemos ser diligentes una vez recibimos la salvación al aceptar a Jesús. Pero también es el que nos da revelación de quién es Jesús. Así que ni siquiera debemos darnos crédito al decir, “yo acepté a Jesús, y por eso hoy le sirvo”. La realidad es que por su inmensa gracia, Él decidió escogernos y fue Él quien nos amó primero. Todo el crédito y la gloria la merece Él, pues fue Él quien murió en la cruz y se sacrificó para que hoy día podamos disfrutar de los tres grandes regalos de los que hablé en esta serie, y aún muchos más de los que están disponibles en su reino admirable.
Cierro con el siguiente verso de Tito 3:5 que recoge por qué es que recibimos la salvación y qué provoca en nosotros el Espíritu Santo. “Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espiritu Santo”.
Esas son buenas noticias, porque entonces podemos comprender que la salvación de Dios no la recibimos por lo bien que podamos portarnos, sino por la obra redentora de Jesús. Y la renovación que experimentamos, tampoco es por las buenas acciones que hagamos, sino por la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Comprendamos entonces que las obras sí son necesarias que las realicemos, para que demos testimonio al mundo de que en nosotros nació una nueva vida que Cristo hizo posible, con su regalo a nosotros.