Su gloria, nuestro propósito
La pasada semana mencioné en este espacio que esas experiencias de dolor o problemas que nos agobian, en ocasiones pueden ser beneficiosas en el sentido de hacernos topar con la realidad.
Mencionaba que ese choque con la realidad nos puede llevar también a mirar hacia el lado, para ver la necesidad del prójimo, y tener empatía. Y también expresé que ese ‘golpe’ con la vida y la realidad, en el mejor de los casos nos recuerda que debemos depender de Dios. Es en ocasiones como una llamada o un recordatorio a poner nuestra mirada de nuevo en nuestro Creador.
Es un modo también de descubrir, o redescubrir según sea el caso, nuestro propósito en la vida. Lamentablemente esa expresión “descubrir tu propósito” se ha viciado hasta el punto que muchas veces las personas lo que hacen es divagar en la idea, fallando en reconocer que, en esencia, la razón principal para la que fuimos creados es para darle gloria a Dios.
“¡Yo soy el Señor; ese es mi nombre! No le daré mi gloria a nadie más, ni compartiré mi alabanza con ídolos tallados”, lee Isaías 42:8, y luego en el versículo 43:7, lo expone más claro: “Traigan a todo el que me reconoce como su Dios, porque yo los he creado para mi gloria. Fui yo quien los formé”.
Nuestra mente humana puede encontrar chocante y pedante que alguien procure su propia gloria. Y pensar en términos humanos acerca de Dios, puede llevarnos a pensar como inadecuado, que Dios quiera su propia gloria.
Hay un problema con esa percepción. A Dios no lo podemos encajonar siguiendo un molde humano. Sus pensamientos son más altos que los nuestros, dice la Palabra. Además, en primer lugar, si nos decimos cristianos, debemos regirnos por lo que dice la Palabra. ¿O no?
En segundo lugar, cuando resolvemos en nuestro corazón obedecer su Palabra aunque de entrada no la entendamos, Dios en su misericordia muchas veces nos permite en su tiempo y conforme a su voluntad, entender sus dichos en su Palabra, aunque no podamos comprenderlo a cabalidad. Un Dios infinito no puede caber en nuestra mente finita. Por eso la rebeldía de muchos que al no poder comprender sus grandezas, sencillamente rechazan a Dios y su existencia.
Pero ese no es el tema en esta ocasión.
Algo que entiendo de lo que dice la Palabra en Isaías 42:8; 43: 7 y Efesios 1:12, acerca de que Dios busca su propia gloria, es lo siguiente:
Si el hombre no vive para dar gloria a Dios, ¿a quién entonces se la va a dar? La realidad es que la tendencia del hombre es buscar su propia gloria.
¿No es darse la gloria a sí mismo verdaderamente lo pecaminoso? Claro, quien no promulga las verdades de Dios dirá que no. Pero yo hablo al humilde que se rige por la Palabra del único Dios viviente, Creador nuestro.
¿Darle la gloria a otras personas, u otras cosas, no es caer en idolatría?
Dicho de otro modo, conociendo el carácter de Dios por lo que vemos en su Palabra y en la revelación general que reciben todos por medio de lo creado en la naturaleza, todos los seres humanos conocemos que Dios en realidad no es vanaglorioso, ni es egoista.
Si reconocemos que Dios es amor como está establecido en la Palabra, vemos que no es egoísta, y un ejemplo está en la definición de amor que aparece en 1 Corintios 13. Solo Dios es capaz de expresar ese amor perfecto, pues Dios es amor. Pero el mayor ejemplo de que Dios no es egoísta es que el Padre dio a su propio Hijo para el perdón de nuestros pecados. Lo entregó y lo sacrificó para salvarnos.
También lo vemos evidenciado en los múltiples ejemplos de Jesús en la Tierra, sirviendo al prójimo aun cuando se trataba de Dios mismo encarnado. Para muestra, basta el pasaje cuando Jesús le dio el siguiente mandato a los discípulos:
“Entonces Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los grandes ejercen su autoridad sobre ellas. No será así entre vosotros, sino el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor”. Mateo 20:25-26
El acto de lavarle los pies a sus discípulos también fue otra muestra de que estamos llamados a servir. Y ojo, ese acto fue un ejemplo que dio Jesús para mostrar que en el reino de Dios no hay rangos; todos estamos llamados a servir el uno al otro.
Resumiendo, Dios en su sabiduría, conocía de antemano que nuestro pecado, nuestro egoísmo, vanagloria, etc, nos llevarían a centrarnos en nosotros mismos y en ídolos. Esos ídolos ya no son los que antes se hacía el mismo pueblo de Dios cuando pecó contra Él; figuras de madera u otros materiales y que luego adoraban. Hoy día esos ídolos son cualquier cosa a la que le demos mayor atención que a Dios; cualquier cosa en que invirtamos más tiempo o por la que sintamos más pasión y entrega, antes que a Dios.
Creo que a los primeros que Dios nos está haciendo un llamado para derribar esos ídolos, es a nosotros mismos los cristianos, que nos hemos dejado atrapar por la corriente cultural y estamos actuando al igual que los incrédulos, que viven como si Dios no existiera.
Glorificar a Dios, en lugar de darnos la gloria nosotros, es una manera en que nos protege a nosotros mismos porque nos ama. De tal manera nos amó, que dio a su único Hijo para que todo aquel que en él cree, no se pierda sino que tenga vida eterna (Juan 3:16).
No estoy estableciendo que protegernos fuera la principal razón para glorificarlo a Él. La principal razón para darle gloria es que la Biblia lo dice y debería ser razón suficiente para los que dicen creer que esa es Palabra de Dios.
“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu fidelidad”. (Salmos 115:1)
Además, si Dios es el creador de todas las cosas; si es soberano; si es el que nos formó en el vientre de nuestra madre; si por Él se sostiene el mundo y todo lo que en él hay, ¿no merece alguien así que sea objeto de toda gloria y honor?
En la lógica de algunos, tal vez la respuesta sea no. Pero los que creemos, en humildad pidámosle ayuda a Dios, para que aun con nuestras imperfecciones y pecados podamos agradarle y glorificarle en todo lo que hagamos.
“A fin de que seamos para alabanza de su gloria…” (Efesios 1:12)