Preocupación o gozo
Puede parecer contradictorio que nos digan que no nos preocupemos, cuando la realidad es que en la vida siempre hay situaciones que tienden a causarnos preocupación.
Tomemos como ejemplo la cada vez peor situación económica que sigue obligando a muchos a decidir entre permanecer en el país o salir a buscar alguna oportunidad en el extranjero. Es un panorama que a muchos le ha tocado vivir en tiempos recientes y que no deja de causar ansiedad, no tan solo al que tiene que tomar la decisión, sino a la familia que queda atrás cuando la separación es forzosa.
Al mundo puede parecer ridículo que no nos preocupemos, pero a los creyentes, el apóstol Pablo presenta la solución en Filipenses 4:6-7. Citar la Biblia en una situación adversa hace que afloren dos tipos de personas entre los que dicen ser creyentes. Hay unos que han creído en Dios y su Palabra mientras todo ha marchado bien en su vida, pero que ante la prueba comienzan a poner en duda lo que está escrito. Otros, por fuerte que sople la tormenta, se mantienen arraigados a los dichos de Dios.
Y en el pasaje mencionado, el apóstol Pablo presenta el remedio perfecto para la preocupación y la ansiedad. Uno que no parece nada de perfecto para quien insiste en solucionar siempre todo con su propias fuerzas y en su propia inteligencia. Pero uno que sí es efectivo para aquellos que saben descansar en la soberanía de Dios y que en el pasado han visto los resultados de confiar en Él.
“No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús”. (Filipenses 4:6-7).
Orar para algunos resulta una locura porque están acostumbrados a que todo lo ‘pueden’ solucionar por sí mismos. Pero cuando llega esa situación que no se puede resolver ni con la inteligencia, ni con las fuerzas propias, ni con el dinero, solo algunos, los más humildes, doblan rodilla para reconocer que necesitan depender de Dios.
Pienso que al orar, como exhorta Pablo a que hagamos, automáticamente la preocupación se torna en confianza en Dios, pero solo ocurre cuando hay confianza verdadera en Él. Hay que decir también a Dios nuestra necesidad. Aunque Él ya la conoce, estoy convencido de que confesar esa necesidad es la manera de reconocer ante Dios, ‘no puedo por mí mismo, necesito que me socorras’.
Pablo también manda a dar gracias. O sea, al decir que oremos, nos pide que tengamos una actitud de acción de gracias. Pero eso no se logra si no somos sinceros; hay que cultivar ese sentido de gratitud. Para una persona habituada a quejarse por todo, le resulta difícil reconocer los motivos para dar gracias. La queja ciega a las personas porque no les permite ver las bendiciones que le han tocado vivir y que les rodean.
Dice también el citado pasaje bíblico que así experimentaremos la paz de Dios que supera todo entendimiento. Y es que la grandeza esa paz, que el mismo verso dice que cuidará nuestra mente y corazón, es la que llegamos a sentir indistintamente de la situación difícil que estemos atravesando. Ahí es que nos damos cuenta que no es una paz basada en cuán bien me esté yendo en la vida, sino en una sensación de sosiego, de plenitud y de llenura, que Dios nos da aunque podamos estar atravesando por alguna carencia.
Ahí es que nos damos cuenta el poder sobrenatural de Dios, y de esa paz que sobrepasa el entendimiento.
Pero no siempre la preocupación viene por situaciones como el ejemplo que di al principio. En ocasiones esa preocupación o ansiedad llegan por equipaje que llevamos en exceso, como el pecado, en sus múltiples formas. Puede ser el enojo, la falta de perdón, y tantas otras. “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día”. (Salmo 32:3) En cambio, para toda circunstancia, el gozo del Señor puede ser provisión a nosotros.
Meditaba el otro día al leer el Salmo 51, por las palabras que salieron del corazón de David inspirado por Dios, luego de un gran pecado. Y es que habiendo reconocido su gran falta contra Dios, el salmista reconoció la necesidad de un cambio. En medio de ese quebrantamiento, solo pidió al Señor que le devolviera el gozo.
“Devuélveme la alegría; deja que me goce ahora que me has quebrantado”. (Salmo 51:8)
Parece contradicción que se hable o pida gozo justo en el momento del quebrantamiento. Pero pienso que eso lo reconoce quien sabe humildemente que ha pecado como David. Porque en primer lugar, el quebranto, al igual que ocurre cuando hay una necesidad, nos obliga a ser humildes. Y en medio de ese quebranto, me parece que somos libres de la prisión de querer autojustificarnos en nuestras fallas.
Cuando en lugar de justificarnos, nos rendimos a reconocer que fallamos, esa sensación del perdón de Dios no tiene descripción. Una sensación de amor y de su misericordia nos sobrecoge. En lugar de sentir condenación, sentimos la misericordia del Padre. Nótese que no tiene que ver con aceptar el pecado, con aceptar la mentira de que ya no hay solución y que ya es tarde para que cambie. No. Esa sensación de paz con el Señor, y en el Señor, solo se da cuando reconocemos, como hizo David, que hemos pecado malamente contra Dios.
Cabe recordar que siempre que Dios señala el pecado, lo hace en amor para traer libertad, no condenación. Pero también para ofrecer perdón. Sin embargo, la libertad no ocurre con abrazarnos a la vida torcida que llevemos. Ocurre cuando renunciamos a seguir siendo iguales.
Si vamos atrás en el mismo Salmo 51, y leemos desde el verso 1, es como si el salmista nos diera unos pasos a seguir. El verso 1 nos muestra que en nuestro pecado, ni siquiera en eso hay algo que podamos hacer por nosotros mismos para ganar el amor de Dios. Pero Él nos perdona por su amor, aún antes de lo que nosotros podamos hacer. Es por su amor, no por lo que hagamos. Por eso es que el versículo dice, “Ten misericordia de mí, oh Dios, debido a tu amor inagotable”, no debido a mis buenas obras.
Se trata de su amor, no de nuestras obras. “A causa de tu gran compasión, borra la mancha de mis pecados”.
Nuestras disciplinas deben ser en respuesta a ese amor, no como un rito para ganar su perdón. Los ritos traen más ansiedad. En cambio, cuando respondemos a Dios por amor, lo que experimentamos es gozo.