Que no se te olvide regalarle
Me corro el riesgo de lucir como un aguafiestas, pero más que lucir simpático me siento responsable de hablar la verdad en base a la Palabra.
No quiero arrojar críticas sobre la celebración del Día de los Reyes, mucho menos cuando aún recuerdo con cariño lo que viví durante esta época en mis años de niño. La ilusión que viven los niños, como la viví yo, me hizo perpetuar la tradición con mis hijos mientras estaban pequeños. Y todavía hoy, a sus 16 y 17 años respectivamente, recibirán su regalito.
Si bien creo que en Puerto Rico hemos hecho bien con mantener esa tradición, me parece que hemos fallado al desmerecer el significado original que tiene la celebración, y al igual que ha ocurrido con el Día de Navidad, creo que el consumismo figura como denominador común para haber desvirtuado ambas festividades.
Por un lado muchos de los que celebran estas fiestas, estoy seguro que dirán que creen en la razón de ser de la Navidad, el nacimiento del Mesías, pero en la práctica actúan contrario a lo que está establecido en la Palabra.
Y no se trata de que dejemos de celebrar estos días, ni de dejar de obsequiar a nuestros niños un día como hoy. Pero se trata de también enseñarles desde pequeños la verdadera razón de por qué celebramos días como este.
Al igual que se nos ha olvidado que el Día de Navidad se trata de rememorar el nacimiento del Mesías, Jesús, también hemos echado al olvido qué fue lo que ocurrió con los ‘reyes’. Nos hemos enfocado en regalar a nuestros hijos, y a otros seres queridos, pero no en meditar y reconocer el acontecimiento bíblico que dio pie a la tradición.
De esa manera, la tradición, en lugar de preservar la historia del mayor regalo que ha recibido la humanidad, lo que ha hecho es distorsionarla, y colocar en el centro al hombre en lugar de Dios. Exactamente lo mismo que con el Día de Navidad.
Toda la atención se ha centrado en regalar a otros, en comprarnos cosas nosotros mismos, y en celebrar con comida, fiesta y bebida. Cristo dejó de ser el centro. Y en la celebración del Día de los Reyes, se nos ha olvidado que lo que hicieron esos supuestos reyes fue centrarse en la figura del Mesías (basado en el idioma original griego, la Biblia no menciona reyes, sino que fueron unos sabios de oriente, o unos magos o astrólogos). “Jesús nació en Belén de Judea durante el reinado de Herodes. Por ese tiempo, algunos sabios de países del oriente llegaron a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Vimos su estrella mientras salía y hemos venido a adorarlo”. Mateo 2:1-2
Pero hoy día, algunos le han otorgado poderes a esos ‘reyes’, cuando la realidad es que el único poderoso fue y es aquel a quien esos hombres comunes y corrientes fueron a buscar hasta encontrarle. Incluso escucho año tras año como hay gente que dice que le pedirá a los ‘tres santos reyes’ salud, paz, etc., etc.
La Biblia revela quién es ese verdadero rey. “Y tú, Belén, en la tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades reinantes de Judá, porque de ti saldrá un gobernante que será el pastor de mi pueblo Israel”. Mateo 2:6
Yo me pregunto, si en realidad no debería ser a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, a quien deberíamos pedirle y orarle. Cuando escucho eso, de hacerle peticiones a los supuestos reyes, me doy cuenta de que realmente no conocen la Palabra del Dios en quien dicen creer, sino tradiciones e historietas. Y por eso vemos, por qué la fe de muchos es tan vaga, frágil o falsa. Por eso ante la primera gran prueba o crisis, su fe desaparece, porque basaron su fe en historietas, no en la verdad de la Palabra; no en Cristo Jesús. Por eso ante los problemas, algunos comienzan a dudar de Dios y de su Palabra.
Esos sabios no solo confiaron en la promesa que estaba en las Escrituras, de que un Salvador habría de nacer, sino que creyeron también que la promesa había llegado a su cumplimiento. Y como tal, por eso hicieron un esfuerzo en ir desde tierras lejanas hasta dar con el lugar de su nacimiento. Pero no solo eso, llevaron lo mejor de sí; la mejor ofrenda que podían llevarle, sin escatimar en su valor.
Hoy día, en cambio, la gente dice creer en la historia bíblica, pero en realidad lo que han creado es una tradición de hombres. Y prefieren creer en los ‘reyes’ y no en aquel a quien ellos fueron a adorar. Al llegar ante él se postraron, demostrando y reconociendo que estaban ante el salvador de la humanidad, y reconociendo su señorío.
Dice la Biblia, “Y entrando en la casa, vieron al Niño con su madre María, y postrándose le adoraron; y abriendo sus tesoros le presentaron obsequios de oro, incienso y mirra”. Mateo 2.11
La pregunta que debemos hacernos, si decimos que creemos en Jesús y que por eso celebramos Navidad, es si estamos dispuestos a regalarle lo mejor, nuestra vida. Pero regalarle nuestra vida no debe ser una frase que se exprese y quede en el aire. Regalar nuestra vida, que de todos modos ya le pertenece, es vivir para obedecerle y glorificarle. Si decimos que le entregamos nuestra vida o que vivimos para él, lógicamente se tiene que reflejar en nuestra vida.
Y se refleja arrepintiéndose, aborreciendo el mal, queriendo apartarse de la vida de pecado, y anhelando una vida nueva en Él.
Por favor, no distorsiones este mensaje y lances críticas cuando te veas sin argumento. No digas que estoy exponiendo que no debemos celebrar el Día de Reyes y que no debemos regalar. Si dices que crees en Jesús, mejor autoevalúate y medita con fundamento en la Palabra, si en realidad tu celebración es la de una fiesta más, o si realmente estás celebrando al Jesús que nació, vivió, murió y resucitó por nosotros.
Cuestiónate si en verdad estás viviendo para celebrar una tradición, o si estás viviendo para honrar a Dios, no con una fiesta o celebración, sino con tu vida postrada a sus pies. Después de todo, eso fue lo que acudieron a hacer aquellos sabios de oriente.
Hoy no se nos pide entregar oro, incienso y mirra, ni se espera que adoremos un niño, sino al Hijo de Dios que resucitó en su cuerpo glorificado para mostrar que en verdad fue levantado de entre los muertos, Ese que nos llamó a hacer las obras que él mismo hizo en la tierra. Para eso necesitamos morir a nuestro ego, a nuestro yo, para vivir para él. Ese es nuestro mejor regalo.
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