Una experiencia personal
No hay manera de conocerle y creerle, si solo es por referencia. En otras palabras, se necesita una experiencia personal con Dios. Una relación directa, sin intermediarios.
No hay manera de creer en su palabra, si solo la vemos como algo que quedó ahí escrito, en un papel, pero no la vivimos y no la convertimos en hechos por medio de la acción. “Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos”. (Santiago 1:22)
Del mismo modo que una relación a distancia no funciona, tratar a Dios de lejos, una vez en semana, no traerá frutos a nuestra vida. Tampoco basta con decir que creemos en Dios, pero demostrar con nuestras acciones todo lo contrario.
Lo digo porque hay gente que dice tener fe y creer en Dios, pero con sus acciones lo que muestran es completa incredulidad y dudas respecto a Dios y a su palabra.
El otro día en la oficina de un médico la espera por el turno se tornó insoportable y no por el tiempo que pasó, sino por las conversaciones de un grupo de pacientes. No falla que comiencen a hablar de política, para que enseguida los tonos de voz comiencen a subir y la gente se olvide dónde se encuentra.
Pero en mi caso particular me escandalizó más lo que dijo una dama que en par de ocasiones mencionó a Dios en su conversación. Cualquiera diría que es una fiel creyente. Pero me parece que lo conoce de lejos. No lo digo por juzgarla. Más bien siento lástima que muchos actúen así, pues creen conocer a Dios, pero están muy distantes.
No lo digo porque crea yo conocerlo en su plenitud. Dios es muy grande para que siquiera pensemos entenderlo a cabalidad. Pero es triste cuando pretendemos humanizarlo y atribuirle limitaciones.
La dama en cuestión hablaba de lo mal que está la sociedad; de la maldad que impera en el ser humano. Pero acto seguido dijo algo tan errado: “Si el Señor hubiera sabido que la gente sería tan mala, no hubiera venido a este mundo”.
Qué pobre concepto de aquel con cuyo nombre muchos se llenan la boca diciendo que creen, pero a quien minimizan cada vez que abren la misma boca.
Menos mal que la otra dama que con ella conversaba le aclaró que precisamente por la maldad del ser humano, Cristo vino a sacrificarse para traer salvación. Pero tristemente sé que la otra señora no lo entendió así. Triste porque a la misma vez le está restando mérito al sacrificio de Jesús, uno que es la máxima expresión de amor que jamás podrá repetirse por alguien.
En primer lugar ella no tiene claro el concepto de que si es Dios, es todopoderoso, y todo lo sabe. He escuchado aun de gente que no reconoce la existencia de Dios, que tienen claro el concepto de que, según ellos si Dios existiera, debería ser un Dios que todo lo sabe y todo lo puede… un Dios soberano. Lo irónico es que, quien sí dice creer entonces dude de su poder.
¿Será que el ‘dios’ en que aquella señora cree es otro? Lo lamentable es que en la medida que nuestro concepto de Dios esté equivocado, así mismo van a ser nuestras acciones. Si el dios en que ella cree es un dios impotente para algunas cosas, no creo que su fe, si es que tiene alguna, tampoco le ayude mucho.
¿Que será de ella, y de personas que piensan igual, cuando entonces viene la tribulación, la depresión más severa, las pérdidas, la enfermedad, etc.? Estoy hablando a los que supuestamente son creyentes, pero que en realidad un día creen y otro no. “Porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor, siendo hombre de doble ánimo, inestable en todos sus caminos”. (Santiago 1:6-8)
Quien duda del carácter y de los atributos de Dios, no podrá tener una relación correcta con Él. El mejor ejemplo de esto es el siguiente: si una persona vive creyendo que Dios es un ser implacable, falto de misericordia y que solo espera que fallemos para condenarnos, pues esa persona no se va a atrever a relacionarse nunca con Él.
Por eso vemos también personas rebeldes con Dios, porque el referente natural de la paternidad que tuvieron en la niñez, fue de alguien que los maltrató, los rechazó y los abandonó. Entonces tras la falla de ese padre terrenal, cuando se le presenta a esa misma persona a Dios como un Padre, la imagen de paternidad estará tan distorsionada que no querrá relacionarse con Dios.
Pero quien aprendió que Él es un Padre amoroso y perfecto, se atreve a acercar y sabe que no tiene que ser perfecto para hacerlo. Los otros son los que creen a Dios incapaz de interesarse en su situación. Pero si supieran que Dios es un Dios de relaciones…
Deberíamos proceder como aquellos hombres y mujeres que oyeron el testimonio de la mujer samaritana luego de su encuentro con Jesús, y después de escucharla se interesaron en saber quién era ese Jesús.
Y se interesaron tanto que luego le dijeron a ella, “Ahora creemos, no por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos lo hemos oído; y sabemos que en verdad Él es el Salvador del mundo”.
Por eso no me bastará conque diga que busco a Dios, sino que, como dice Jeremías 29:13, lo buscaré y lo encontraré cuando lo busque de todo corazón.
Dios conoce las intenciones del corazón, según dice en su Palabra. Por eso tampoco me basta conque yo diga, como he escuchado a algunos decir, ‘yo me he leído la Biblia de tapa a tapa’.
Eso no basta. Tenemos, más que leerla, meditar en ella, procurar entenderla y pedirle a Dios mismo su revelación. Pero solo cuando hay intención en nuestro corazón de obedecer cuando venga esa revelación, es cuando el Señor entonces permitirá que entendamos.
Yo doy gracias a Dios porque cuando me ha revelado o me ha dado entendimiento de su Palabra, el gozo es comparable a una sensación de riqueza. Esa sabiduría se convierte en una posesión invaluable, pero más que eso, trae vida a nuestro ser, a nuestras relaciones, a nuestra salud, a nuestros sueños y metas, y también a nuestro propósito.