Que tu peor momento sea el mejor
La mejor alabanza y la verdadera intención de depender de Dios surgen muchas veces cuando estamos en la peor situación.
En una relación común y corriente, con cualquier otra persona, se nos tildaría de interesados si nos acercáramos solo cuando estuviéramos en problemas, buscando la ayuda de alguien.
Pero en el caso de Dios, su gracia nos invita precisamente a hacerlo… a acercarnos a Él. No es que el Señor no conozca nuestras intenciones. Él sabe muy bien si después de obtener el bienestar o la bendición que buscábamos, vamos a volver a distanciarnos de Él, o si permaneceremos obedeciéndole.
Pero su gracia es tal, que como el padre verdadero, siempre está esperando que su hijo se acerque, que regrese si estaba distanciado.
Hace mucho tiempo escuché decir que el hijo nunca se atreverá a regresar mientras no esté seguro que su padre lo recibirá y lo perdonará. Creo que igual ocurre con todo tipo de relación.
Sin embargo, es triste que siendo Dios nuestro Padre perfecto, muchas veces nos dejemos engañar por la culpa y no nos atrevamos a acercarnos ni a tener una relación más cercana a Él por el peso de la autocondenación. Lamentable, porque la realidad es que Dios sí está siempre a la espera de que nos acerquemos. No porque le convenga a Él, ni porque nos necesite. La realidad es que a nosotros es que nos conviene, y somo nosotros los que le necesitamos.
Lucas 7:37:39 relata el caso de una mujer que en algunas versiones de la Biblia dice que era “de mala fama”. Otras versiones simplemente dicen, pecadora. En cualquier caso, evidentemente se trataba de una mujer cuya reputación estaba por el piso. A juzgar por el contexto de lo que dice el pasaje, tal vez se trataba de una ramera de la época. Sin embargo, este mismo pasaje nos muestra cómo, en muchas ocasiones, las personas en la peor condición, ya sea emocional, espiritual o aun corporal (enfermedad, vicios, etc), son las más dispuestas a responder al llamado de Dios, o a aceptar su consejo y ayuda.
Muchas veces esa vulnerabilidad es las que las lleva a reconocer que dependen de que el Señor les muestre el camino y les indique un norte en sus vidas atribuladas. Pero más importante, que les extiensa su perdón sanador y restaurador.
Por el otro lado, lo peor que puede pasarle a una persona es caer en una zona en que llegue a creerse que está tan y tan bien, que no necesita de nadie ni mucho menos de Dios.
Pero aquella mujer de mala fama, yo no sé lo que habrá pensado, pero su actitud y su proceder fue la de lanzarse a buscar al Maestro cuando supo que estaba cerca. Supo reconocer, distinto a mucha gente, la visitación de Dios. Esa que en ocasiones llega de diversas maneras, pero que la gente deja pasar.
“Una mujer de mala fama, que vivía en aquel pueblo, supo que Jesús estaba comiendo en casa de Simón. Tomó entonces un frasco de perfume muy fino, y fue a ver a Jesús. La mujer entró y se arrodilló detrás de Jesús, y tanto lloraba que sus lágrimas caían sobre los pies de Jesús. Después le secó los pies con sus propios cabellos, se los besó y les puso el perfume que llevaba. Al ver esto, Simón pensó: “Si de veras este hombre fuera profeta, sabría que lo está tocando una mujer de mala fama”. (Lucas 7:37-39)
No sé si la mujer quiso acudir a Jesús porque tuvo convicción de pecado. Fíjense que aquí no se muestra ni siquiera que alguien le haya dicho que tenía que dejar su mala vida. En ocasiones sí es necesario que nos corrijan, y debemos ser humildes para aceptar cuando estamos mal, pero otras veces la convicción llegará a nosotros mismos y debemos ser igual de humildes para responder a esa voz de la conciencia.
Muchas veces, si se trata de un creyente que ha aceptado a Jesús, en lugar de la conciencia será el mismo Espíritu Santo redarguyendo, apercibiendo a la persona.
Pero en el caso de esa mujer de mala fama que menciona Lucas, sí sé que ella sintió necesidad de acudir al Maestro. Y fíjense que siendo una mujer pecadora, como somos todos, ella se presentó ante Él de una manera humilde.
Tan pronto escuchó que Jesús estaba en la ciudad, acudió a donde estaba, en una actitud de dar lo mejor de sí, lo más preciado. No fue en actitud de reclamar, de exigir o de pedir. Fue en posición de humildad. Lo interesante es que estando ella en peor situación, fue humilde en reconocer la visitación de Jesús y fue al lugar donde él estaba. Pudo haberse escondido, o simplemente no llegar a donde Él estaba.
De hecho, la actitud de la persona pecadora que no tiene intención de cambiar, es de querer mantenerse alejado de Dios. Y lo hace adrede. Por eso reniega de todo lo que tenga que ver con Él, incluyendo su Palabra. Intenta callarlo. Pero el de corazón humilde, cuando los ojos le son abiertos y reconoce su condición y que su vida se está perdiendo, no teme venir a la luz de Cristo y que su pecado quede al descubierto.
Porque cuando una persona se acerca en humildad a Dios reconociendo su condición de pecador, el Señor entonces no lo va a rechazar ni lo va a condenar. Su pecado será expuesto a la luz pero no para ser ridiculizado ni humillado, sino para que la persona lo pueda reconocer y trabajar para sacarlo de su vida con la ayuda de Dios mismo.
Sin embargo, quien se empeña en ocultarlo, incluso llega a vivir convenciéndose de que todo está bien en su vida y no necesita un cambio. Y lo peor es que su mal quedará expuesto tarde o temprano, pero para destrucción, cuando ya sea tarde. No como ocurre con Dios, que te hace ver tu pecado, para perdonarte, para restaurarte y hacerte una nueva criatura cuando te arrepientes.
Para acercarse a Dios no hay que ser perfecto. Lo que se necesita es ser humilde y sincero. Sincero para reconocer que somos pecadores, y que el pecado nos ha distanciado del Padre. Pero a la vez, es necesario reconocer que Jesús, por medio de su ofrenda y sacrificio, lo que hizo fue restaurar esa relación del ser humano con Dios.
La Biblia está llena de ejemplos de como Jesús aceptaba a los pecadores que se acercaban y cómo miraba de lejos a los religiosos altivos de la época que se creían vivir una vida justa, pero en lugar de eso eran peores por su hipocresía y por no cumplir con el mandamiento de amar a su prójimo como a ellos mismos.
Muchas veces los regañó porque para ellos era más importante cumplir con la ley, como guardar el día de reposo, aunque eso implicara dejar de hacer el bien ese día a una persona en necesidad.
Por eso la Biblia dice que Dios mira de lejos al altivo, pero a un corazón contrito y humillado nunca lo desprecia. Tristemente cuando todo marcha bien, aun siendo creyentes en Dios, caminamos como si no lo necesitáramos más, o como si solo debiéramos relacionarnos de vez en cuando con Él. Pero así no funciona.
Jesús mismo dijo, “separados de mí, nada podrán hacer” (Juan 15:5).
Volviendo al pasaje de la mujer de mala fama, en los versículos posteriores Jesús le muestra a Simón el fariseo que a quien más se le perdona, más ama, pero al que poco se le perdona, poco ama. (Lucas 7:47).
Eso explica porque personas que llegaron a caer bien bajo en su vida, fueron levantados por Dios cuando decidieron responder a su visitación. Decidieron responder cuando Dios tocó a su puerta; cuando llegó a sus vidas.
Sí, personas que ya no tenían remedio. Pero, ¿y qué? Si después de todo, Dios vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Para qué entonces atormentarte dejándote llevar por lo que otros dicen. Te han marginado, te han marcado y señalado diciéndote que no tienes escapatoria, que nunca podrás lograr nada en tu vida.
Pero Dios te está diciendo la única verdad. “No recuerden las cosas anteriores ni consideren las coas del pasado. Yo hago algo nuevo, ahora acontece; ¿no lo perciben? Aun en los desiertos haré camino y ríos en los lugares desolados”. (Isaías 43:19).
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas” (2Corintios 5:17).
¿Es pesada tu carga? ¿Es difícil tu situación actual? ¿Piensas que le has fallado a muchos, incluyendo a Dios? ¿Crees que eres la persona más vil y despreciable, y sientes que ni Dios quiere que te acerques?
Si sientes cualquiera de estas cosas, déjame aclararte que no es porque Dios te lo haya dicho, ni desee que te sientas así. Su deseo es que lo sigas y no que le entregues migajas, sino lo mejor de ti. Como esa mujer de mala fama.
El perfume que llevó, me revela que ella dio de sí algo costoso, algo para ofrendar a Dios con sus bienes materiales. Pero también, el acto de secar los pies de Jesús con sus propios cabellos, me dice que murió a su orgullo, a su egoísmo y a su propio pecado, para someterse a Dios y entregarse a Él.
Que nuestra actitud sea cada día como la de esta mujer; que corrió a los pies del Maestro para ofrendarle no solo con algo material, sino más importante aun, con su propia vida. Que muramos a ese orgullo de creernos que somos perfectos y que ya no necesitamos relacionarnos con Él.