Pavos y pavas
“¿Cómo es que se llama esta pava?”, escuché decir a uno de mis alumnos en la clase de inglés. Sin saber qué exactamente significaba esta palabra, y de alguna manera agradecida de que al menos quería saber mi nombre, lo dejé pasar.
Naturalmente, lo primero que hice cuando salí del instituto fue acudir a Google: “definición pava Madrid”. En más de una página, leí “persona sosa o simple”. Bien, ya sé que voy dejando tremenda impresión…
Todavía un poco confundida con la palabra y la gravedad del insulto, decidí recurrir a mi compañero de piso. Resulta que no siempre es un insulto, pues dependiendo del contexto, pavo/pava podría sustituir al tío/tía que tanto se escucha por acá. Ya no me sentía tan mal, pero sigo con mis dudas. Desde ese día me esfuerzo aún más para que la tertulia semanal de la clase de inglés sea menos sosa (labor un poco difícil cuando mitad de los alumnos no han leído el libro asignado).
Fuera de bromas, les cuento que en Madrid hay pavos y pavas en todas partes. Mis amigos americanos no tienen que preocuparse tanto a la hora de buscar un buen pavo para celebrar el día de Acción de Gracias. Aquí abunda.
Pago diez pavos por el menú del día, mientras que el café con leche matutino me cuesta sólo un pavo. Salgo a tomarme unas copas con mis amigas andaluzas y otros pavos, cuyos nombres no recuerdo. Trabajo semanalmente con estudiantes que están en la edad del pavo, lidiando con las ocurrencias de aquellos entre la niñez y la adolescencia.
El castellano de Madrid no carece de palabras típicas. De vez en cuando éstas coinciden con las de Puerto Rico. Poco a poco voy aprendiendo el vocabulario castizo.
Esta semana ha sido una muy particular. Estar lejos de casa no es fácil, y es aún más difícil cuando sabes que la familia entera se reúne. Si cuento mis bendiciones, mi familia ocupa el primer puesto en la lista.
A pesar de que no pude estar con mi familia el día de Acción de Gracias, me siento muy en casa aquí en Madrid. Irónicamente, he celebrado más esta semana de lo que hubiese celebrado estando en Puerto Rico o en Washington, D.C.
El pavo no me ha faltado, pues celebré martes, jueves y sábado. Primero organizamos un Friendsgiving entre los compañeros del programa Fulbright. Luego, los miembros del departamento bilingüe almorzamos en el restaurante La Gringa. Cerré la semana con una cena entre amigos.
He cambiado muchas de mis rutinas desde que llegué a Madrid. Las noches en la biblioteca las he cambiado por madrugadas en el metro y mañanas en el salón de clases. Las ensaladas masivas to go las he cambiado por el menú del día en los restaurantes del barrio.
Estoy en proceso de dejar el estrés y adoptar la famosa actitud del “no pasa nada”. Sin embargo, hay tradiciones que no quiero cambiar nunca, y Acción de Gracias es una de ellas.