Las viudas pródigas de ISIS
Hace tres o cuatro años, el mundo abrió los ojos a espeluznantes imágenes en los medios sociales. El Estado Islámico orgullosamente publicó fotos de crucificciones de cristianos y yazidíes, de cabezas (incluso de niñas) removidas de los torsos de sus víctimas, de mujeres encadenadas marchando hacia un mercado a ser vendidas como esclavas sexuales, de jóvenes gays siendo empujados de un precipicio mientras muchedumbres miraban desde abajo y gritaban “¡Dios es grande!”, y muchas otras fotos de la interminable orgía de sangre que tenían los hombres de Dios islamistas en Siria. En enero del 2016, se reportó que un joven de 20 años llamado Ali Saqr mató públicamente a su propia madre Leena Al-Qasem por estar en desacuerdo con su lealtad a ISIS.
Ya que el baile y toda forma de felicidad eran prohibidos en el Estado Islámico, los niños tenían estos eventos como entretenimiento. Hay imágenes de niñas jugando con las cabezas de los enemigos de ISIS. No voy a compartir aquí las imágenes, pero se consiguen fácilmente con una búsqueda en el internet.
En medio de este espectáculo, y sin que podamos entender claramente porqué, jóvenes mujeres americanas, británicas y de otros países occidentales indoctrinadas en el islam decidieron que querían ser partícipes de ISIS, ser gobernadas bajo ese régimen y vivir “como Dios manda” según su enferma doctrina. Y se largaron. Y muchos queríamos pensar que nadie las extrañó.
La (alegada) ciudadana americana Hoda Muthana, por ejemplo, es tres-veces-viuda en sus pocos años de vida. Se unió a ISIS en el 2015, el año en que ese régimen orgullosamente reveló que había decapitado un rehén japonés, quemado vivo a un piloto y asesinado un americano.
Shamima Begum, la terrorista de ISIS británica cuya ciudadanía le ha sido quitada, perdió dos hijos por desnutrición y dijo a The Times que no se perturbó la primera vez que vió una cabeza decapitada. Acaba de dar a a luz a un nuevo bebé. Es decir, estaba produciendo un hijo cada año para el estado islámico. Quiere que la vean como un recipiente pasivo de un credo letal cuando en realidad fue una peregrina activa que dejó todo atrás para rodearse de aquellas escenas sangrientas. Tras perder su ciudadanía británica, su tierra ancestral de Bangladesh ha declarado que no la aceptará. Todos los países le hacen coro al Gran Combo: “¡Deja ese diablo por allá, pero que nunca regre-ese!”. Ningún país la quiere. Ahora pide que la traten con la misericordia que sus camaradas terroristas le negaron a los yazidíes, a los gays, a los cristianos, a las esclavas sexuales, a los rehenes y a todo el que expresara desacuerdo con ellos.
Es enorme la complejidad constitucional y legal de estos casos, pero algo es claro: estas mujeres decidieron que iban a ser miembros de una sangrienta organización terrorista y casarse con terroristas, para tener hijos indoctrinados para crecer y ser terroristas en ISIS. Pausemos y entendamos esto con cautela–porque ahora quieren retornar con bebés en las manos y quieren criarlos en nuestras comunidades.