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Que los temas de adultos no sean conversaciones de niños

8:30pm. Abre abruptamente la puerta de mi cuarto y grita: “Corre Tía que va a empezar”. Comienza a cantar: “ti nu ni nu ti nu ni… llegó la hora de Jeopardy!”

Desde pequeño le ha encantado ver Jeopardy! y se ha convertido en un acontecimiento familiar diario. En esta ocasión fue un poco diferente. No porque el programa haya cambiado de alguna forma, ni porque algo en nuestra dinámica era diferente, sino porque sentí que la realidad que vivimos había opacado la inocencia de mi sobrino. No sabía si sentía coraje, tristeza o una responsabilidad de mover cielo y tierra para que él no tuviera que preocuparse por cuestiones de adultos.

Durante los anuncios siempre tenemos el juego de adivinar de qué se trata el mismo. Cuando de momento llega un anuncio que hablaba de seguridad y del trabajo que se está haciendo relacionado a la seguridad en nuestro País. A mitad de anuncio entramos en este diálogo:

RA: “Tía, ya yo he visto este”.

Yo: “¿Ajá? Yo no. ¿De qué es?”

RA: “Es de la Policía. Pero Tía, ¿para qué la Policía tiene anuncios en la tele si no hay policías”.

Yo (pasmada): “¿Cómo tu sabes eso?”

RA: “Lo dicen en las noticias”.

No pude responder más. La impotencia me invadió. Si seguía la conversación corría el riesgo de tener que dar explicaciones que serían injustas para un niño de tan solo 8 años entender.

Si sabe que no hay policías, ¿estará al tanto del número absurdo de muertes en lo que va del año? ¿Se sentirá inseguro? ¿Entenderá lo que significa un país sin una uniformada? ¿Sabrá que si nos pasa algo no hay forma de que la policía llegue enseguida?

De más está decir que no me pude concentrar más en el programa. Mi sobrino estaba más indignado por el hecho de que el anuncio era una promoción falsa, que el hecho que no hay policías. ¿Cuán mal nos puede estar yendo para que ya sea algo normal para un niño saber que no hay suficientes policías? Ni yo, ni los genios de Jeopardy! podríamos contestar esta pregunta.

Pasan los días y son más y más las noticias de tiroteos, violencia de género, suicidios y asesinatos. ¿Hasta cuando? ¿Qué tiene que pasar para indignarnos como lo hizo mi sobrino?

No es cuestión de escondernos en las casas y no salir. Hasta que el gobierno (y la Junta) no comience a pensar en nosotros antes que la deuda, hasta que no haya una verdadera reforma de la policía, hasta que no se atienda la desigualdad socioeconómica, los problemas de drogas y otros asuntos fundamentales, no tendremos la tranquilidad ni la posibilidad de vivir en un país donde los temas de adultos no sean conversaciones de niños. Nuestra realidad empeora y la histeria comienza a tocar todas las generaciones.

Cuando tienes a la generación más joven del País desconfiando de una institución y condenando sus anuncios engañosos, es hora de tomar acción. Llevamos 11 días levantándonos a noticias espantosas, pero peor aún, llevamos 11 días levantándonos sin un plan anti-crimen, sin alguna respuesta por parte del gobierno a la ola criminal que estamos enfrentando.

Sabemos que todas las agencias están sufriendo retos fiscales y que el problema principal de la falta de policías se debe a la falta de recursos para cumplir con el pago por su labor. Ante esto, ¿por qué no redirigir la partida presupuestada para publicidad al pago de la nómina? ¿por qué no prohibir la desigualdad salarial dentro de la sombrilla de Seguridad Pública? ¿por qué no despolitizar los nombramientos a los puestos de liderazgo dentro de las agencias para asegurar la capacidad y el talento de las personas que ocupen estos cargos? No sé si son pensamientos descabellados, pero como ciudadana prefiero ver más policías en la calle a un anuncio en la televisión o el despilfarro innecesarios e injusto de fondos públicos.

Para lograr que los niños se mantengan niños y no vivan preocupados por los retos que enfrentamos, empecemos por condenar y exigir este tipo de cambio. Solo así, podremos encaminarnos a vivir nuestro día a día donde ver un programa de televisión en familia no se convierta en una de las conversaciones más difíciles de tener con un niño.

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