Remar hacia la civilización del amor
Hace unos días tuvimos la oportunidad de visitar la ciudad de Chattanooga en Tennessee y disfrutar de sus bosques, lagos y montañas. Un espacio que me permitió reconectar con la paz que nos regala la naturaleza.
Uno de esos días tuvimos la experiencia de practicar el llamado deporte del rafting en las aguas del río Ocoee. Lo que me provocó intensas emociones, no solo por la potencia del río clase cuatro, sino también por la manera como se organiza el espacio para que todos los que allí se den cita puedan disfrutar en armonía.
El río Ocoee -también conocido como Toccoa- es una cuenca de 93 millas de largo (150 kms) de aguas cristalinas que fluyen a través de las montañas de los Apalaches del sur de los Estados Unidos al sudeste. El río es manejado a través de tres represas donde se controla el nivel del agua, produciendo las corrientes que permiten la aventura en balsas por unas aguas transparentes que invitan a quedarse en ellas.
Allí llegué con seis personas que son parte de mi familia extendida. Fue impresionante ver que el lugar estaba repleto de gente que llegaban a través de varias compañías que se dedican a llevar grupos a los rápidos. Quizás más de 900 personas que de momento me hicieron preguntarme cómo podrían fluir por aquel río tantas balsas al mismo tiempo.
Mientras cargábamos la balsa rumbo al río , me fui impregnando de la energía que había en el lugar. Me di cuenta que había espacio para todos y que las compañías trabajan en colaboración unas con otras. Era impresionante ver el orden con que iban entrando al agua los grupos sin competencias ni quejas y más impresionante ver río abajo aquella caravana de balsas de todos colores y rostros. El grupo completo de la compañía que nos llevó -seríamos unos 40- era de unas cinco balsas y a partir del primer momento en que nos lanzamos al agua fuimos una comunidad sin conocernos ni hablarnos. Claro está, los boricuas éramos los únicos que en todo momento hacíamos bulla hasta para remar.
En aquellas aguas donde fuimos acariciados por el sol, la lluvia y las corrientes del río, vi trabajo en equipo, sincronicidad, solidaridad, alegría. Si se caía un remo de algún equipo, los de otra balsa ayudaban, si se atoraba una balsa las otras se acercaban al rescate. Había estaciones para nadar, lanzarse de las piedras y otras actividades que todos los grupos compartían.
De momento allí, bañada por aquellas aguas, me dio por pensar que así debería ser el mundo. Los gobiernos serían los que controlan las represas -bienes y recursos- para que todos puedan accesarlos . Con un orden donde todos tengan derecho a entrar a las aguas -medios de producción, trabajo, techo, educación- con igualdad. En una vida de comunidad donde nos veamos como el todo que somos: humanidad, naturaleza, recursos económicos y donde la solidaridad sea el remo de la civilización.
Me disfruté el remar, el estar dentro de esas ricas aguas con aquel gentío y con mis amigos. También disfruté el seguir alimentando la utopía, los sueños de esa civilización del amor que aspiramos, pues ciertamente mientras la sigamos alimentando seguirá naciendo en medio de nosotros.
(La autora es Trabajadora Social y Directora del Instituto para el Desarrollo Humano a Plenitud de los Centros Sor Isolina Ferré, empresa social que se dedica a la sanación interior y la formación humana )
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