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Perspectiva de género y aquellos obreros de la construcción

 

Allí los vi, mientras iba en ruta a una reunión, serían las 9:30 de la mañana. Estaban sentados debajo de un puente y me pareció que desayunaban un buen banquete de arroz con pollo de esos que solemos consumir en el almuerzo o la cena  los boricuas. Era un grupo de trabajadores de la construcción, que me imagino estaban en el “break” de media mañana. Serían unos ocho, algunos jóvenes, otros ya entrados en edad.

Me encontraba detenida en medio de una luz roja, frente al grupo de trabajadores, cuando pasó frente a ellos una mujer que se dirigía caminando a algún lugar cercano o quién sabe si lejano. Una mujer joven sencillamente vestida con mirada cabizbaja, segura de su paso. Al pasar cerca del área, varios de los individuos se la comieron con la mirada y le profirieron comentarios que por sus rostros asumí serían “piropos”. Casi todos  se quedaron con la mirada fija en la mujer mientras pasaba -y en ciertas partes de modo particular- mientras ésta se alejaba de la jauría. El rostro de la mujer se mantuvo sin reacción alguna, y sin decir una palabra sigui0 con su mirada baja y sólo apuró el paso, quizás para salir de allí lo más rápido posible.

Yo, que estaba a distancia y sin escuchar lo que comentaban, me sentí invadida e incómoda por la escena. Ver aquellos hombres que parecían leones en búsqueda de una presa o de un postre luego del desayuno-almuerzo, me pareció algo muy amargo.

De inmediato, mi mente pasó a la polémica discusión de la educación de género en la que estamos metidos en este país donde vivimos de la discordia y las divisiones. Observar aquel despliegue de pura testosterona, de ese instinto que sólo busca saciar la sed del apetito sexual a costa de lo que sea, me llevó a pensar en todo lo que nos falta para que se dé el respeto a la dignidad de la mujer.

Una sociedad que sigue enseñando a sus niños y adultos varones que la mujer es un objeto sexual, una propiedad sobre la cual se puede disponer, una mercancía al servicio de su dueño, no puede pretender una reducción en la violencia de género en todas sus manifestaciones. Aquellas miradas de los macharranes de la construcción me permitió ver con claridad cómo sigue vivo el protoparadigma del machismo que continúa siendo fuente de opresión para la mujer. Que sigue perpetuando unos estilos de vida donde se fomenta la sumisión -desde el bajar la mirada hasta aceptar todo tipo de trato discriminatorio- hacia la mujer.

Una concepción reduccionista de la mujer que he visto en imágenes como la de los constructores y en hombres de preparación profesional.  Son expertos en utilizar y después desechar a cuantas mujeres -en el mero impulso hormonal- logren conquistar.

Lo peor es saber que nosotras también somos socializadas para aceptar como bueno esos piropos y comentarios que denigran.  Se nos ha enseñado a verlos como reconocimientos. Lo peor es que a nosotras hemos creído que nuestro cuerpo es para alimentar el ojo, para a través de él -y solo de él- sentirnos reconocidas y valoradas.

Soy dichosa de conocer buenos hombres llenos de respeto por la vida de las mujeres y la de todo lo que está vivo. Hombres que saben la diferencia entre unas palabras para reconocer la belleza y la verborrea hormonal que busca atrapar y depredar. Hombres que trabajan por una sociedad justa e igualitaria, donde el respeto a todos y todas sea la norma.

Los pocos depredadores -sutiles o explícitos- que he conocido, me han dado grandes lecciones de lo que no es ser hombre y me han permitido ver en acción la concepción de la mujer como objeto. A esos depredadores les debo una clara convicción de que tenemos que promover un nuevo modo de tratarnos y relacionarnos. El convencimiento de que hay que detener todo tipo de violencia de palabras, piropos, golpes, violaciones, desigualdades entre hombres y mujeres y en la sociedad en general. Poder tratarnos con la digna igualdad con la que fuimos creados. Si eso es educación con perspectiva de género, no puedo menos que estar de acuerdo en que demos ese paso liberador por y para la humanidad.

 

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