Mujeres que inspiran vida…
Nos conocemos hace un año y ya son parte de nuestro proyecto. Suelen ser alegres, traviesas y muy serviciales. Algunas son olvidadizas, disfrutan los trabajados manuales y viven sus días de un lado a otro, caminando a paso lento, en un edificio de tres niveles con muchos años de historia.
Son las Religiosas del Apostolado una comunidad de monjas que tienen un salón de reuniones donde realizamos los talleres del Instituto para el Desarrollo Humano a Plenitud, lugar en el mismo centro de Ponce donde se respira paz y espiritualidad, y que ofrece un ambiente propicio para el trabajo de revisión y sanación interior.
Por años he tenido dificultad con el manejo de asuntos de la vejez…miedos al futuro, a las enfermedades que me han hecho ver ese proceso como algo preocupante y nada esperanzador. Sin embargo, en mis visitas este lugar he aprendido a reconciliarme con la vejez y sus múltiples manifestaciones.
Aquí viven un grupo de 13 monjas retiradas, todas mujeres profesionales que han trabajado en misiones en países como Cuba, España y Colombia, en áreas de educación y ayuda a comunidades marginadas. A este lugar vienen a retirarse cuando les toca, por condiciones de salud o por la edad. Las hay con Alzheimer, diabetes, enfermedades del corazón, artritis y toda clase de achaques propios de esta etapa de la vida. He podido convivir con ellas y ver un poco de sus rutinas de vida y como se van conduciendo en esta parte del camino.
En estos días me reía a carcajadas en medio de una conversación con la superiora de las monjas, quien me contaba de una hermana que suele llamarla para hablar algo importante y cuando están listas para comenzar la conversación resulta que se le olvida el tema. Y así una y otra vez.
La superiora- Rosario se llama- me lo narró con una sonrisa que me conquistó. Y también sonreí cuando me dijo de forma jocosa que a ella ya se le estaban olvidando muchas cosas. También me atrapó la mirada tierna de otra de las hermanas a quien me encuentro una y otra vez caminando por los pasillos y patios del lugar y siempre me saluda con una efusividad como si fuera la primera vez que nos vemos.
La que atendía la portería de la casa comenzó a mostrarme los objetos que guarda en los bolsillos de su ropa de monja color crema. De ellos sacó un tarjetero con distintas imágenes y me mostró una muy hermosa del Papa Francisco, también sacó de sus bolsillos un rosario, lápices, alguna libretita pequeña. Luego que me mostró sus artículos me pregunto pícaramente “¿se ven bien mis bolsillos?, ¿no se ven muy cargados?” Ambas nos echamos a reír mientras ella se alejaba a dormir su siesta de la tarde con sus bolsillos repletos.
Asimismo, he escuchado toda clase de historias de sus trabajos de juventud, de sus familias en las que muchos de sus miembros ya han fallecido, de sus preocupaciones. He sido parte de la muerte de algunas y de los muchos cuentos y dificultades que pasan con el pésimo sistema de salud que tenemos en el país.
Los jóvenes que participan de nuestros talleres experimentan una gran curiosidad por estas monjas en tiempos donde ya no hay muchas y poder conversar con ellas, escuchar sus consejos y recibir sus abrazos. De cierta forma enriquecen nuestra experiencia con su sola presencia y sus historias de vida.
Estas mujeres envejecientes, monjas, llenas de sabiduría, han ido aprendiendo a descubrir las riquezas de la vejez, la virtud de ir cerrando ciclos de vida y confiar que en su última etapa serán cuidadas y queridas.
Sin duda serán acompañadas por Dios a quien han dedicado sus vidas. Me sorprenden siempre sus detalles, los regalos que nos hacen para agradarnos: unas galletas, un mensaje escrito en un papel de colores, los mangos del patio tan dulces como algunas de ellas.
No puedo menos que agradecer por estas sencillas lecciones que nos regalan las Religiosas del Apostolado con un existir que para nada es viejo, sino que -al contrario- nos contagia de lo nuevo que cada día nos regala el amor, nos contagian de vida y esperanza…