La muerte que me ha llenado de vida
Hace seis años mi vida dio un vuelco de esos que nos llevan a trascender sin esperarlo. Sucedió en Guatemala, en unas aguas que se encargaron de llevarme a donde no había posibilidad de vuelta atrás. Unas corrientes del Océano Pacífico donde la naturaleza pretendió apoderarse de mi cuerpo y de mi alma. Allí me las jugué, allí tuve que decidir rendirme y descubrir lo que significa el más profundo abandono.
Desde ese día algo en mi esencia cambio. Lo que viví aún no logro explicarlo pero lo siento, lo vivo y me acompaña cada día en especial cada 15 de noviembre cuando todas mis células me recuerdan lo maravilloso de haber estado a las puertas de una muerte que me mostró la vida. Salí de aquellas aguas de manera misteriosa pero algo de mí se quedó en las profundidades y conectó con la verdadera profundidad que podemos vivir los humanos. Junto con aquel renacimiento nació una nueva mirada de la vida y de la muerte.
“Escribe” me decía un amigo teólogo, “escribe” me decía un consejero, cuenta lo que viviste para que no se te olvide. ¡Olvidar imposible! Esta experiencia se grabó, se guardó y se ha mantenido viva en mí desde el día que ocurrió.
Escribir sobre ella me ha permitido aprender sus lecciones, sacar el sumo de esta vivencia que marcó un antes y un después. Que cambió mis relaciones con los demás, con el mundo, con Dios. Que me llevó a cambiar de trabajo para embarcarme en una aventura para que otros puedan descubrir ese mundo interior donde habita la mayor riqueza.
Riqueza que se me mostró en las aguas del Pacífico donde se respondieron muchas interrogantes, donde entendí que al igual que los haitianos tocaba empezar a celebrar la muerte, porque la muerte es vida. Haber vivido ese momento único ha sido uno de los sucesos más valiosos del caminar y me lo regaló la cercanía a la muerte. Poder experimentar la transcendencia donde mi ser se hizo uno con el Todo y lo demás perdió la importancia que le otorgaba. Donde el trabajo, las seguridades, las fiestas, el pasado y el futuro dejaron de ser el centro de la vida. Allí encaré mis miedos y salí con una nueva sensación que me hace desear vivir de modo pleno cada día.
Hoy escribo porque es 15 de noviembre, escribo para celebrar porque si algo aprendí en aquellas aguas de Guatemala es que la vida es lo más valioso que poseemos y toca celebrarla desde su gran valor. La vida de cada ser que nos rodea.
Escribo porque es día de invitarnos a vivir plenamente, aunque el mundo de sombras que nos rodea trate de hacernos creer que todo se viene abajo. En cada persona se esconde un misterio único de realización que toca a cada cual descubrir para poder vivir desde las propias aguas de nuestro manantial.
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