El tesoro que hay que cuidar
Eran cinco, distribuidos en cuatro semáforos en búsqueda del vellón, la peseta o el peso que les calmase el ansia de la droga que consumen diariamente. Por allí los veo todos los días, a veces como estatuas vivientes en lento movimiento mientras pasan la nota. También los veo conversando con los conductores, con los que reparten periódicos, en esa especie de plaza desde donde pasan sus días. Lo que más me entristece es que todos son jóvenes.
Hoy había una mayor ansiedad en ellos, corrían cruzándose unos con otros como si buscarán cual era el mejor ángulo de la avenida para pedir en medio de una carretera casi desierta. Esta mañana salí a realizar unas gestiones y me encontré con una ciudad desolada, con poca gente, algo que podría ser normal en este mes de julio, pero hoy había algo más.
Hoy la ciudad me habló del empobrecimiento que vamos sufriendo como personas y País. Como un coro desentonado percibí la melodía que denuncia que el deterioro va en aumento. Los edificios vacíos, los terrenos baldíos, casas abandonadas, personas con miradas entristecidas, semáforos sin servicio -no sé si por las mismas razones de los demás apagones en el País- todos signos de lo que ya no es posible ocultar. Un país donde todos nos empobrecemos pues ya sabemos que los efectos de la crisis tarde o temprano seguirán tocando la vida de toda la sociedad.
Contemplando la escena del semáforo pensé en aquello que nos ayudará a atravesar este desierto en el que va emergiendo un nuevo futuro, aunque nos cueste verlo. Nos toca y nadie nos librará de años de precariedad económica donde tendremos que aprender nuevas formas de administrar hasta el shampoo de pelo. Donde tendremos que descubrir nuevos modos de recrearnos, vestirnos y alimentarnos. Asumiendo otros códigos de relaciones humanas desde la solidaridad más pura, esa que he visto en las comunidades indígenas que nos dan lecciones de convivencia.
Pero sobre todo lo que nos salvará será luchar con avidez para no perder la generación que va creciendo en medio de este mar de corruptos, pillos y faltos de moral que han defalcado el País en las pasadas décadas. Toca proteger a nuestros niños y jóvenes como el tesoro que hará que esta tierra retome su brillo. Los padres, educadores y quienes tenemos la oportunidad de tocar estas vidas debemos asumir una conciencia del cuidado que tenemos que poner en la nueva semilla para que no se contamine con la cizaña que rodea nuestra sociedad. No debemos permitir que ni un solo niño más empuñe un cuchillo -como el de Carolina- ante lo que intuimos proviene de historias de dolor y maltrato.
Ya sabemos cómo la falta del amor y protección puede corromper la vida de una persona al punto de que se pierda en las drogas u otras conductas disfuncionales. Detengámonos a mirar el interior de nuestras casas y atendamos las vidas de aquellos a quienes les debemos el futuro. No olvidemos que un hijo con una sana crianza, es un hijo rico que atraerá el bien a su vida y por ende enriquecerá a nuestro País.
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