El Clamor que sigue alzando su voz
Pedí me llevaran; esta vez no podía despedirme de Orlando, Florida sin visitar aquel lugar que tal como me imaginé se ha convertido en un santuario desde la sangre y el dolor de tantas vidas. Fui a “Pulse”, la discoteca que muchos no habremos de olvidar, el centro de diversión que dejó marcada para siempre la vida de tantos puertorriqueños y otros hermanos de diversas nacionalidades.
Pero por qué visitar “Pulse” justo luego de finalizar un taller donde ayudamos a sanar historias de dolor y descubrir lo bello que encierra la vida de cada ser humano. Por qué visitar “Pulse” luego de haber reído, llorado, danzado y amado junto a un grupo de personas de Puerto Rico, Colombia, Costa Rica y Guatemala.
La respuesta no la tengo clara, pero sí el convencimiento de que debía visitar el lugar. Al llegar a “Pulse” -que según me contaron será convertido en lugar de recordación- me impregnó el dolor angustiante que hace casi tres meses se apoderó de aquellas calles. Me estremecí ante los gritos, el miedo y la desolación que pareciese que no han abandonado las escenas que allí se vivieron y se siguen escuchando ahora de modo silente.
Había velas encendidas, flores, peluches, -muchos peluches- artículos como libretas, cofres, banderas, sombreros, cartas, fotos, cruces y tantas otras cosas que parecían hablar por cada persona que allí perdió su vida.
Al detenerme frente a los varios altares encabezados por la bandera puertorriqueña, sentí el llanto de nuestro terruño clamando por la vida de sus hijos que no merecían perecer en este acto inaceptable e inexplicable. Clamor del terruño borriqueño, clamor de las muchas familias que siguen en duelo con las vidas rotas. Clamor del cielo, de lo divino que sigue aguardando a que los humanos entendamos de qué se trata el amor. Un clamor que desde allí alzará su voz por mucho tiempo.
Clamor que se convierte en denuncia de la hipocresía de un sistema que proclama la igualdad y la justicia para todos, mientras fomenta la competencia individualista, la intolerancia y la violencia declarada con la venta de armas a diestra y siniestra. Con un doble discurso que condena lo que a su vez promueve desde las estructuras que guían la vida de los ciudadanos. La contradicción de un mundo que no acaba de entender que el respeto a la vida está por encima de los intereses particulares que se siguen apoderando de la política, la economía, las religiones fundamentalistas.
No sé por qué fui allí, pero era un deber. Como es un deber no olvidar lo que allí pasó y sigue pasando en el mundo frente a muchos atentados contra la vida que en sus diversas manifestaciones siguen asesinando el respeto a la dignidad que toda persona posee.
Es un deber seguir acompañando el éxodo de los hermanos que siguen marchando cada día rumbo a esas tierras en busca de lo que la suya les niega. Seguir proclamando que la patria grande que llamamos mundo nos pertenece a todos -desde la diversidad- y toca seguir descubriendo las maneras cómo aprender a coexistir desde la práctica del bien común.
No sé por qué fui a “Pulse”, pero sé que volveré. Porque allí hay una parte de alma borincana. Porque desde allí, entre las lágrimas y los rostros de nuestros hermanos, debemos seguir apostando a que un día, que esperemos sea pronto, el amor sea la respuesta.