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Aquí no se desperdicia nada

Fue una de  las frases que más escuchó mi esposo en un viaje de dos semanas a Cuba donde participó en una experiencia  de misión, en la que pudo visitar diversas ciudades. Regresó a casa cargando con la frase junto con un jabón de bañarse  que utilizó y aunque ya gastado no  pudo desprenderse de él.

La frase la escuchó en todos los lugares que visitó, pero de modo especial en uno de los pueblos en que estuvo y el cual, según los residentes, nunca había sido visitado por extranjeros. Allí pudo ver todo lo que nuestros abuelos vivieron y nuestra generación prácticamente ha olvidado de su historia; las carretas y caballos como medio de transporte, los bueyes para arar la tierra, las letrinas y casuchas de paja. En medio de la carencia también pudo ver la siembra de la caña y otros productos agrícolas que le dan alimento y trabajo a la comunidad. Pudo ver las vidas de muchas personas en comunidades donde no hay suicidios, hay pocos delitos, buena salud y educación.

Una anécdota que me mostró el espíritu de reinvención que ha desarrollado este pueblo fue la del  vehículo de fabricación casera. El motor consistía en una bomba de succionar agua y encendía  a fuerza de manigueta. Fue adaptado a la caja de metal con asientos, ruedas y techo. Era  de los pocos vehículos capaces de vencer el fango creado por la lluvia en los caminos de tierra.

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Un sistema económico en el que con sus pros y contras vive un pueblo  que ofrece grandes lecciones de resiliencia y espíritu de lucha. “Aquí no se desperdicia nada”, frase que por este lado del mundo tan cercano a Cuba casi no se escucha. Por acá solemos desperdiciar como si las cosas y el medio ambiente tuviesen  vida eterna. Desperdiciamos alimentos –con frecuencia lo veo en los restaurantes- que pedimos y no nos gustan o simplemente pedimos demás y botamos sin mayor conciencia. Desperdiciamos ropa, zapatos, y todo tipo de productos que consumimos. En este sistema de acumular sin medida también se bota sin medida a pesar de estar en medio de una recesión que nos viene empujando a cambiar los paradigmas de consumo y despilfarro.

Haciendo un inventario de las conductas de desperdicio sigo descubriendo que, como personas y como país nos vendría bien incorporar en nuestro vocabulario esta frase. Dejar el desperdicio y revalorizar lo que poseemos. El trabajo, si lo tenemos, el alimento, el techo en el que vivimos, las relaciones con los otros que a veces también las desechamos por el mínimo inconveniente.

En fin, de Cuba se ha escrito mucho. Ha sido mucha le gente que ha sufrido y otros que sienten orgullo de este sistema.   Habiendo vivido en medio del capitalismo donde he visto también grandes calamidades, sigo convencida de esa verdad que dijo el Dr. Carlos Corsi su libro Liberación, “ni capitalismo, ni comunismo”, dos sistemas guiados por  la materia como centro y que de diversas formas han oprimido a la humanidad.

Hoy doy mi reconocimiento a este pueblo que nos da lecciones de lo que significa crecerse en medio de las circunstancias que toque vivir y redescubrir el valor de cuanto existe por pequeño que sea. Ojalá se vuelva paradigma de reinvención de nuestro país eso de “aquí no se desperdicia nada”. Quizás nos permita descubrir otras respuestas frente a los retos de estos tiempos que vivimos.

lortiz@csifpr.org

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