Un triste desenlace
Eric Cardona, un agente de bienes raíces de 46 años que vive entre Puerto Rico y la Florida, se va a levantar hoy temprano, va ir al colegio electoral que le haya sido asignado y, sin que le tiemblen el ánimo ni la mano, va hacer una cruz clara y grande debajo del triángulo que representa la opción de la estadidad. Pero Eric, quien es estadista de nacimiento “primero porque veía a mis papás y después por convicción”, no se acostará esta noche pensando que la estadidad está a la vuelta de la esquina.
“La estadidad es un proceso”, me decía Eric, en una conversación reciente. “Pero como estadistas tenemos que movernos. El Congreso (de Estados Unidos) está muy cómodo dejándonos como estamos. Tenemos que dar un paso adelante. Tenemos que forzar al Congreso”, agregaba Eric, quien cree que si al menos 500,000 votan hoy por la anexión, a Estados Unidos se le hará más difícil darle largas al asunto.
Así, como Eric, sin saber exactamente qué esperar, miles de estadistas van a ir hoy a las urnas, solos, porque todas las demás fuerzas se retiraron del proceso.
Puerto Rico vive hoy su quinta votación de status desde la fundación del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952. Es la cuarta en los últimos 24 años y la primera desde tres eventos muy trascendentales ocurridos esta década: la derrota de la fórmula colonial en la consulta de 2012, la quiebra fiscal del gobierno de Puerto Rico y el reconocimiento por parte de las tres ramas del gobierno estadounidense de que, contrario a lo que se había querido representar desde la fundación del ELA, la isla nunca ha dejado de ser una colonia.
A la consulta de hoy, solo se presenta la estadidad. Están también en la papeleta la independencia/libre asociación y el status territorial, pero todos sus defensores boicotean el proceso. El Partido Nuevo Progresista (PNP) ha invertido más de un millón de dólares en una ubicua campaña publicitaria, con anuncios que tratan de darle a la consulta una trascendencia que los hechos establecen que no tiene.
Pero hasta los más apasionados estadistas saben que, por el boicot, por la falta de interés en Estados Unidos sobre el proceso, por la idea que ha agarrado tracción allá de que en Puerto Rico se ve la estadidad solo como un salvavidas económico (a lo que ha ayudado la campaña del PNP planteando la anexión exclusivamente en términos de lo que representaría en ayudas económicas para Puerto Rico), es muy poco probable, por no decir imposible, que la consulta tenga alguna consecuencia.
Es un desenlace triste para un proceso que al principio aspectaba bastante bien.
Por primera vez, los puertorriqueños íbamos a tener una consulta de status sin la colonia como alternativa y, se pensaba al principio, con Washington poniéndole el sello de certificado a todo lo tan entusiastamente ofrecido acá. Entonces, el pasado Jueves Santo, cuando ya el país estaba entusiasmado con el baile del status y hasta se habían establecido las primeras alianzas políticasque se veían aquí desde la primera mitad del siglo pasado, el Departamento de Justicia tiró una bomba de humo en el salón del baile.
Los que bailaban salieron tosiendo y ahogados, en un aturdimiento que todavía dura.
Estados Unidos dijo que la colonia tenía que aparecer en la papeleta; acabó con la ilusión de que la libre asociación es un status especial distinto de la independencia; echó al zafacón el resultado de la consulta de 2012 y le aclaró a los estadistas que no es cierto que la ciudadanía estadounidense de los puertorriqueños solamente esté garantizada con la estadidad.
El gobernador Ricardo Rosselló, tras un episodio de rebeldía que resultó ser fugaz como un relámpago, dijo que no aceptaba la directriz de Washington. Un par de horas después, se allanó y se metió al status territorial en la papeleta, pero se quedó sin la soga y sin la cabra, pues Washington no le dio comoquiera el aval a la consulta, los independentistas y los de la libre asociación se salieron del proceso disgustados con que se hubiera incluido el territorio y los partidarios del ELA como está, que si fuera por ellos no se hablaba jamás de status en este país, tampoco se apuntaron, con el pretexto de que la fórmula de su predilección no se le puso el nombre por el que se le conoce desde 1952.
Esta semana trascendió que el Departamento de Justicia de Estados Unidos pidió al gobernador Rosselló que retrasara la consulta –no se sabe por cuánto tiempo– para darles tiempo de revisar la nueva definición de las fórmulas. El gobierno decidió no esperar y siguió adelante con la consulta, desperdiciando así la última oportunidad de que la consulta tuviera al menos un guiño de aprobación desde Washington.
El desarrollo de los eventos ha puesto al PNP en una situación muy complicada. Sin que sea toda su culpa, el proceso se les deshizo en las manos y nadie, ni aquí ni en Estados Unidos, cree que vaya a tener alguna consecuencia importante o hacer una revelación creíble. En la consulta de hoy, independientemente de cuántos voten, y si a nadie allá adentro de los colegios le da con truquear las urnas, la estadidad va a sacar, mínimo, el 90% de los votos. No hay un alma en Estados Unidos, ni en Puerto Rico, capaz de creer que eso es un reflejo genuino de la verdadera voluntad de los puertorriqueños.
El PNP no se va a quedar quieto. Ha hablado de “crear una crisis” para obligar a Washington a prestarle atención y de campañas de desobediencia civil. Ya aprobó el llamado “Plan Tennesí”, mediante el cual mandará a dos “senadores” y siete “congresistas” al Capitolio federal a exigir la estadidad basado en el resultado de la consulta de este domingo. Será muy interesante ver cómo serán recibidas las personas que vayan allá con la historia de que el 90% de los puertorriqueños quiere la estadidad. No es descabellado pensar que, dadas estas circunstancias, al final este proceso resulte más dañino que beneficioso para la estadidad.
Eric, por su parte, sabe que la votación de hoy no traerá la anexión en el futuro previsible. Pero cree que al final servirá para educar en Washington sobre la estadidad. Cree que al Congreso hay que sacudirlo para que se mueva. Dice que el status es el problema más importante que tiene Puerto Rico. Piensa que los dos “senadores” y siete “congresistas” pueden hacer una buena labor educando en Washington sobre la estadidad.
“Cuando los congresistas conocen veteranos puertorriqueños en uniforme, ellos respetan”, dice Eric, quien nunca ha trabajado ni para el PNP ni para el gobierno.
En todo caso, la consulta está ahí, se quiera o no. Hubiera preferido que tuviera el aval del Departamento de Justicia, pero si no lo tiene, ni modo, donde hay estadidad en una papeleta, independientemente de las circunstancias, los estadistas tienen que ir a votar. Lo afirma con una pasión de la que no es posible decir que no es genuina: “Los estadistas cuando nos llaman tenemos que estar listos. Donde quiera que nos llaman ahí estoy yo, aunque sea llevando una banderita”.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)