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Las cosas por su nombre

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En la gran novela filosófica ‘El vizconde demediado’, del autor italiano nacido en Cuba, Italo Calvino, conocemos la historia de Medardo, un noble italiano que es partido en dos por una bomba mientras participa en la guerra de los cristianos contra los turcos en la Europa del Siglo XVII. Como resultado de la lesión, el vizconde Medardo se ve obligado a partir de entonces a vivir como dos personas, Gramo, el malo, y Buono, el bueno.

La historia, publicada en 1952, es un relato alegórico mediante el cual Calvino plantea la verdad universal de que en cada persona hay algo de bueno y algo de malo. En el desarrollo de la narración se maneja la idea de que una persona solo alcanza su plenitud cuando logra reconciliar dentro de sí lo que tiene de bueno y lo que tiene de malo y aprende a vivir con sus contradicciones.

Puerto Rico se nos revela en estos tiempos caóticos como una especie de vizconde demediado.

Está, por un lado, el pueblo ensimismado, frustrado, dividido, temeroso, cansado y lleno de rencores los unos con los otros que parece que somos a consecuencia del ramillete de desgracias que nos viene golpeando de un tiempo hacia acá con esto de la crisis y el derrumbe de la idea de país que teníamos de nosotros mismos.

Ese mismo pueblo, sin embargo, es capaz de, por las tres o cuatro horas que dura un juego de pelota, colgar en una percha todos sus traumas y rencores, juntarse en una sola voluntad y celebrar con euforia y orgullo incontenibles los dramáticos triunfos que están logrando ante el mundo del béisbol esos muchachos a los que con tacto afecto les llamamos “los nuestros” o “los rubios”.

Es un fenómeno igual al que vivimos en agosto del año pasado cuando la tenista Mónica Puig logró la primera medalla de oro en la historia del olimpismo puertorriqueño.

Estos eventos entrañan unas lecciones en las que conviene reflexionar.

¿Por qué hemos llegado al nivel de que ni siquiera se nos considera aptos para gobernarnos a nosotros mismos y nos tienen que poner tutelaje desde el exterior? ¿Por qué nueve puertorriqueños, ocho de ellos formados aquí mismo, entre nosotros, se meten a un terreno de juego contra los representantes de un país de 318 millones de habitantes y nos fajamos de igual a igual hasta el último out y encima de eso le ganamos, como pasó el viernes con Estados Unidos?

El béisbol es un deporte, pero no es solo un juego. Como sabe el que lo ha practicado, estudiado o seguido con interés, encierra lecciones poderosas que aplican al resto de la vida.

Nuestros peloteros, baloncelistas, tenistas, boxeadores, corredores y últimamente hasta la tenista de mesa Adriana Díaz nos dan lecciones que, aplicadas al resto de nuestra vida como país y como sociedad, pueden ayudarnos a ver la luz al final de este largo túnel que estamos atravesando.

El atleta sabe que nadie hará las cosas por él. Cuando Carlos Correa se cuadra en el plato, contra un sujeto grande y fuerte que le tirará una esfera a más de 90 millas por hora, él sabe que está solo contra el otro. No vendrá ningún rescate. No puede solicitar ninguna ayuda. No puede decir ‘pare ahí, hagámoslo el año que viene’.

Es él contra el otro, en ese mismo momento. Sabe que muy poco podrá hacer si ese momento no ha sido precedido por años de preparación, enfoque, sacrificio y disciplina.

Por estar preparado es que se cuadra en el plato pletórico de confianza, sabiendo que hará un papel honorable y que si el hit no viene en ese turno, seguramente será en el próximo. Si es retirado, regresa al banco con la paz que da el saber que hizo todo lo que estuvo a su alcance. Y el próximo bateador repite el ciclo, también preparado, enfocado y también sabiendo que va solo contra el rival. En algún momento, llega el triunfo.

El otro Puerto Rico, en cambio, gasta más de lo que tiene, sin pensar en el futuro. Ve los problemas surgir y les huye hasta que crecen y se hacen inmanejables. Está siempre mirando hacia afuera, esperando paralizado que alguien le ayude, creyéndose incapaz de encargarse de sus propios problemas.

Se la pasa pendiente de los “fondos federales” y de lo que haga “el Congreso”. Sabe hace años que el problema fiscal del Gobierno se estaba volviendo inmanejable, pero prefirió retrasar la solución hasta que, adivinen, no había solución.

Por eso es que llegamos a este punto en que el Congreso de Estados Unidos, que tiene un poder virtualmente absoluto sobre Puerto Rico, decidió que no somos capaces de atender nuestros propios asuntos y nos pusieron un guardia que nos está diciendo exactamente cuánto gastar y hasta en qué y de acuerdo a su visión y no la nuestra.

Los peloteros saben que nadie hará las cosas por ellos, que si se preparan pueden batirse de tú a tú con cualquiera y que no tienen nada que temerle ni envidiarle a nadie.

Así lo están demostrando día a día en el Clásico Mundial de Béisbol. Así lo demostró también Mónica Puig cuando se enfrentó a la alemana Angelique Kerber en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en agosto del año pasado.

Ha sido así no solo en el deporte. Por años, lo han demostrado músicos, científicos, empresarios y académicos puertorriqueños codeándose con lo mejor de sus disciplinas en el mundo entero sin miedo a nada.

El otro Puerto Rico actúa con miedo. Parece como si se sintiera inferior. Se pasa la vida mirando hacia otro lado, esperando que las soluciones les vengan de afuera.

Plantea la dependencia como un valor a defender e intensificar y no como un obstáculo que se debiera superar por el bien de toda la sociedad, independientemente de la opción de status que se favorezca.

Los peloteros actúan con pasión hacia Puerto Rico, con una entrega y orgullos difíciles de entender en este país en el que hay tanta gente esperando cómoda que otros le resuelvan los problemas. El otro Puerto Rico actúa como si se temiera a sí mismo.

Los Nuestros van a partir de mañana en Los Ángeles a buscar continuar su ruta hacia el ansiado título mundial del béisbol, esa disciplina que con tanto talento hemos practicado por más de un siglo y que es ya tan nuestra como de cualquier otro. Todos deseamos que ganen y, si ganan, lo vamos a estar celebrando por años.

Si pierden, les daremos comoquiera un largo y caluroso aplauso, porque cada vez que se han tirado al terreno, cada vez que han dado un imparable, hecho una atrapada acrobática, lanzado una recta a más de 90 o se han dado golpes en el pecho, sacudido sus cabelleras pintadas de rubio o saltado como niños traviesos, le han dado a este país una lección indispensable que en este momento necesitábamos como necesita agua fresca el que acaba de atravesar el desierto.

Nos han mostrado todo lo que se puede lograr cuando uno cree en uno mismo se prepara para enfrentar desafíos que parecen insalvables y no se queda paralizado esperando que otro le resuelva. Nos han mostrado, como el vizconde demediado, que necesitamos reconciliar nuestras contradicciones para alzarnos hacia el futuro.

Y eso no es poco.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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