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Las cosas por su nombre

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Lo real y lo imaginado

Todos hemos oído alguna vez la historia del niño, o el adulto, que para salir sin rasguños de un problema que cree menor dice una pequeña mentira. Pasa ocasionalmente que el problema no era tan menor como lo creía la persona y esa pequeña mentira obliga a otra, y esta a otra y así sucesivamente, hasta que el mentiroso, si darse cuenta, se va enredando en una tela de araña de falsedades de la que no encuentra cómo desembarazarse, sin opciones dignas para salir de la dificultad que al principio de la trama creía tan simple.

La penosa situación por la que atraviesa Puerto Rico en estos días hace recordar esa situación.

Nos fuimos enredando en el problema de la deuda tomando pequeños préstamos, abriendo un huequito aquí y otro allá, diciéndole una mentirita blanca a este y otra a aquél, retrasando el momento de enfrentar el problema mientras lo veíamos crecer y se hacía inmanejable, hasta llegar a la situación de hoy: el país nos fue arrebatado, vemos impotente a otros decidiendo por nosotros y todas las opciones en el panorama son profundamente dolorosas.

La Junta de Supervisión Fiscal, tras unos meses de cortés diplomacia, ha empezado a mostrar el mollero, los dientes y las garras. Como algunos habíamos advertido, nos recetó un brutal plan de austeridad que devastará lo que nos queda de la economía y le costará el empleo, el plan de salud, servicios gubernamentales y la educación universitaria accesible a incontables puertorriqueños.

La administración encabezada por el gobernador Ricardo Rosselló dice que quiere hacer menos doloroso el desenlace, pero presentó un plan que falla hasta en algunos cálculos básicos y que repite algunos de los errores que nos llevaron a esto, como subestimar gastos, sobreestimar ingresos y pintar un cuadro excesivamente optimista del futuro, mentiras como las que gobiernos anteriores creyeron una vez menores y que terminaron causándonos este problema de proporciones apocalípticas.

El gobernador Rosselló dice que la Junta se equivoca en sus proyecciones. Pero si la Junta está equivocada o no, eso, en realidad, carece de la menor importancia, pues la ley y el Gobierno de Estados Unidos, que es el que manda aquí, están de su lado. A muy poca gente en Estados Unidos, que está viviendo sus propios traumas, parece importarle el trance trágico en el que estamos a punto de entrar. Por ejemplo, Rosselló fue al Departamento del Tesoro a plantear el caso de Puerto Rico y allá en palabras finas le dijeron: mire, enderécese y coopere con la Junta.

Un sentimiento de “shock”, de impotencia y de horror comienza a arropar al país. Vemos lo que hay en el panorama y nos estremecemos hasta lo más hondo. Se habla de una intensificación de la ya histórica ola migratoria. Se habla de aumento de la pobreza, de frentes comunes contra la Junta, de huelgas, de desobediencia civil, de reclamarle al Congreso que le pida cuentas a la Junta, que es su propia criatura, de veinte cosas más.

De lo que nadie ha hablado hasta ahora es de una solución viable y realista al muy sencillo problema que está en el fondo de todo esto: el Gobierno de Puerto Rico sencillamente no tiene dinero para seguir operando como lo ha hecho hasta ahora y pagar la deuda a la misma vez. Esa es una realidad matemática que no pueden borrar ni cien huelgas. Esa es una pared de tamaño descomunal que no hay manera de saltar, porque el crédito chatarra de Puerto Rico le impide ir al mercado y en Estados Unidos no hay la menor voluntad de ayudarnos garantizándonos un préstamo, como ha hecho con otros países.

Los ilusos pueden decir que Estados Unidos tiene el deber moral de ayudarnos, por ejemplo, con un rescate de $5,000 o $10,000 millones, lo cual nos haría mucho menos doloroso este trance, porque somos su colonia y nos metimos en este lío en parte por la complicidad de sus agencias reguladoras, que nos dejaron seguir endeudándonos cuando era ya obvio que no íbamos a poder pagar. Se le puede recordar a Estados Unidos que en el 2008 rescató con cash a la industria automotriz, a los bancos y las aseguradoras, de la misma manera en que le tiró un salvavidas a México durante su debacle de 1994.

Pero nos enfrentaríamos con la dolorosa verdad de que Washington no ejecutó esos rescates por ningún deber moral ni porque sea un gobierno generoso y solidario, sino porque el desplome de esas industrias, o de México, iba a causar una sacudida sistémica en toda la economía de Estados Unidos. Al principio de esta crisis, algunos creían que un desplome de Puerto Rico impactaría de manera significativa al mercado de valores municipales de Estados Unidos y por ahí vendría el ansiado rescate.

Pero allá sumaron, restaron y dividieron y concluyeron que la tragedia de Puerto Rico no tendría ningún efecto en la economía estadounidense y la única respuesta fue PROMESA y su receta de machetes afilados y fulgurantes, al cabo de lo cual, quizás, nos dejen reestructurar al menos parte de la deuda que es como una bola de acero que nos ata al suelo y no nos deja despegar.

Y sin mencionar que podríamos ponernos en su lugar y pensar si nosotros mismos le daríamos un cheque así de apetitoso a los mismos que por décadas despilfarraron los miles de millones de fondos federales que han llegado aquí por décadas, incluyendo los $5,000 en fondos ARRA tirados al saco sin fondo durante el gobierno de Luis Fortuño.

Hay más recortes que se pueden hacer aquí, por supuesto, que no se han hecho. La Comisión Estatal de Elecciones, por ejemplo, no se ha tocado. A la Legislatura la habían dejado quietecita, hasta que en una de sus últimas cartas la Junta sugirió que se le quite el 20% de su presupuesto.

El país sabe que a la Legislatura le pueden quitar el 80% de su presupuesto y eso no tendría ningún efecto en nuestras vidas. Pero aun si le quitaran el 100%, cerraran la CEE, dejaran a todos los jueces del Tribunal Supremo sin salario y sin pensiones y prohibieran toda contratación externa en el Gobierno, el hoyo presupuestario es tan grande que el sufrimiento, sin un rescate externo, está como quiera garantizado.

Ya se sabe, además, que aunque no se pague un centavo de la deuda, que es más o menos lo que hemos estado haciendo desde el verano del 2015, sigue sin haber dinero suficiente para operar el Gobierno como ha sido hasta ahora.

La Junta, pues, seguramente diga mañana que, tras no aceptar el “Plan para Puerto Rico” de Rosselló, implantará el suyo propio que ya sabemos cuál es: machete a la yugular. Habrá protestas y alguna que otra huelga. Se puede tener la esperanza de encontrar misericordia en el Congreso de Estados Unidos, pero tendríamos que hacerlo partiendo de la premisa de que ese es un organismo corrupto hasta el ñu y que es dominio de intereses siniestros que no nos quieren bien.

A esto nos trajeron las mentiritas que al principio creíamos inofensivas. Cada paso en falso que dimos durante las pasadas dos o tres décadas, fueron una pulgada que le agregamos a nuestra propia tumba. Las cosas, duele decirlo, eso sí, son como son, no como querríamos imaginarlas.

(benjamin.torres@gfrmeida.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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