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La tormenta que viene

Esta es como la época en que se llenan los supermercados y las ferreterías. Seagotan las latas de salchicha, las botellas de agua, las baterías, los clavos ylas planchas de madera. Se acabó la incertidumbre y la incredulidad. Se oye elmartillar a lo largo y ancho del país. Ya casi nadie lo niega o lo ignora:viene la tormenta.

Solo que en este caso no es un tormenta de agua y viento. Es financiera. En el2006, venía por África y no muchos se alarmaron. Con el tiempo, adquiría fuerzay forma, pero casi nadie hacía caso. Ya el cielo adquirió la tonalidad plomizaque augura que en cualquier momento viene el primer trueno. Y alguna palmeracon su inquieto batir de ramas nos lo muestra.

El gobierno dice que hizo todo lo que está a su alcance para evitarlo.Durante la pasada administración se despidieron a miles de empleados públicos.Durante esta, se finiquitó la venta del aeropuerto, se reformó el sistema deretiro del gobierno central y de maestros, se impusieron múltiples tributos paraaumentar los recaudos y hay en fila varias medidas que tienen el propósito defortalecer la precaria situación financiera del Banco Gubernamental de Fomento.

Los gobiernos han seguido al pie de la letra las órdenes de lasacreditadoras. Al menos las que pueden lograr con legislación u órdenesejecutivas. Hay otra orden de las acreditadoras un poco más difícil de lograr:mejoría en los índices económicos. Eso es lo que no ha pasado ni parece quevaya a pasar pronto. Las señales de optimismo que ha mostrado ocasionalmente elgobierno son las que muestra el familiar de un paciente en coma cuando estemueve un dedo o parece que reaccionó a una palabra amorosa.  

Aquí lo único que faltó fue llevarles a las acreditadoras una parrandacon nuestros mejores cuatristas y trovadores, unas cuantas bandejitas delcuerito más crujiente y del pernil más jugoso y un poco de coquito o pitorropara pisarlo. Se hizo de todo pero la degradación, aun así, nos respira en lanuca.  

Esa es la tormenta que ya llega. La administración de Alejandro GarcíaPadilla está tratando de poner buena cara, gastando miles en publicidadtratando de hacernos creer que todo está bien. La verdad, la pura verdad, esque no lo está. Por falta de tratar, si se quiere ver así, no ha sido. Pero losresultados concretos e inmediatos que esperan las acreditadoras no están y cadadía son más los que, en privado o en público, lo han aceptado y se preparanpara las  consecuencias.

Vean, por ejemplo, al senador Ángel Rosa. Esta semana, dijo alcomentarista Jay Fonseca que la degradación “es inminente” y que administracióndebía ir pensando en un “plan b”. Dijo, además, que la deuda de $70,000millones, que obliga al pago anual de intereses de cerca de $3,400 millones, esimpagable y se debe pensar en buscar cómo renegociar sus términos.

En los círculos financieros en Puerto Rico se sabe que en laLegislatura, calladamente, se trabajan alternativas bajo el modelo de ladegradación. Se sabe, además, que ha habido acercamientos con representantes debonistas y que ha habido “apertura”  a la renegociación de parte de ladeuda, porque en Estados Unidos se teme mucho que, en las condiciones actualesen que está la economía, en cualquier momento Puerto Rico no va a poder pagarla deuda.

En el Ejecutivo, el tema de la renegociación no se toca ni en vozbaja, pues en el momento en que se le zafe de la boca a un representante delequipo económico del gobernador, zas, la degradación viene como por arte demagia. Hablar de renegociación es prácticamente reconocer “no puedopagar”  y el Ejecutivo se mueve en torno a ese discurso como caminando enterreno minado. 

No es posible precisar si un intento de renegociación tendrá éxito oserá beneficioso. Los que se lo han planteado lo hacen básicamente porqueentienden que todo lo que se ha hecho para complacer a los bonistas no ha sidosuficiente y la degradación viene como quiera.

Es trágica, muy trágica, la situación a la que nos llevaron tantosaños de irresponsabilidad, de temeridad e incompetencia, de reírles las graciasa políticos inescrupulosos, de cambiar la estación cuando nos anunciaban que seformaba una tormenta. Es preciso reconocer que nos buscamos esto, aunque eso nolo haga ni un poco menos doloroso.

Lo que nos queda es prepararnos para el gran golpe y tener laesperanza de que aprenderemos la lección y en el futuro seremos mucho máscuidadosos a la hora de elegir a quién queremos que nos gobierne, qué promesasvamos a creer y qué chistes les vamos a aplaudir a nuestros políticos.

(benjamin.torres@gfrmedia.com,Twitter.com/TorresGotay)

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