La semilla
Da mucha tristeza mirar periódicos en estos días.
La insolvencia del Gobierno y sus catastróficas consecuencias de impago y/o interrupción de servicios públicos asomándose en el horizonte con aliento de animal feroz. La emigración alcanzando niveles históricos con decenas de miles de compatriotas abriendo la puerta de salida y diciendo adiós, o más bien hasta luego, quizás con tristeza, quizás con alivio.
El aumento de la pobreza y de la dependencia, significando unos cuantos miles que se deslizaron por las grietas de la crisis del confort de la clase media a las penumbras de la indigencia. El plan de salud gubernamental dando sus últimos estertores. Las escuelas estatales en crisis permanente. La lista es larga, honda y, francamente, escalofriante.
El mosaico de problemas, cuando uno toma distancia y lo mira con perspectiva, revela el cuadro desolador de una sociedad rompiéndose por los pliegues, derrumbándose pieza a pieza ante nuestros fatigados ojos.
Es un buen momento, dirán algunos, para cubrirse con la costra del cinismo. Esa, de hecho, es la actitud de muchos. Es que, en este momento, los que nunca han creído en Puerto Rico, que son demasiados, se sienten confirmados en sus complejos y andan presumiendo de su victoria.
Los que siempre creímos en Puerto Rico, porque este es nuestro país, porque no tenemos, ni queremos, ningún otro, en cambio, miramos la crisis en todas sus dimensiones, le vemos sus causas y sabemos que, aunque no sea fácil, aunque seamos, de momento, pocos, la semilla del triunfo sigue ahí, esperando que la descubramos.
A los que creemos en Puerto Rico la coyuntura desgraciada no nos sorprende. Identificamos hace tiempo el virus que contaminó la fibra más profunda del país, lo denunciamos, pero no nos hicieron caso, prefirieron mirar para otro lado y seguir nadando plácidamente en las cálidas aguas de la superficialidad. Este es un buen momento, sí, para tirar la toalla. Pero lo es mejor todavía para ver la hernia que nos impide andar. Esa hernia, en esta crisis, ha quedado expuesta como quedan expuestas las vértebras cuando se mira un cuerpo a contraluz.
Lo primera llaga que está al desnudo aquí, para el que quiera verla, para el que no le tema a la vida, es el coloniaje, ese despreciable crimen mediante el cual dejamos que todo lo que es importante para la vida de un pueblo sea impuesto desde donde no tenemos voz ni voto, de acuerdo, siempre, a los intereses de allá, incluso cuando esos intereses, por carambolas del destino, por razones fortuitas que no tenían que ver con nosotros, coincidieron a veces con los nuestros.
La historia del coloniaje estadounidense en Puerto Rico es larga y compleja, imposibles de resumir en esta columna. Mas para lo que nos ocupa ahora lo preciso es señalar que nuestros periodos de mayor prosperidad no tuvieron que ver nada con iniciativas nuestras. Fueron a causa de la lluvia de dinero que Estados Unidos dejó caer aquí a partir de la década de los 50 y desde la década de los 70 con la concesión estadounidense conocida como la Sección 936.
Ambas fueron estrategias económicas que Estados Unidos puso en marcha para exhibirnos ante el mundo como un ejemplo de democracia liberal exitosa en momentos en que el comunismo representaba una amenaza en América Latina. La amenaza ya no está y así, a marronazos, como cayó el Muro de Berlín, así mismo se esfumó el interés de Estados Unidos en Puerto Rico.
Como consecuencia de esto, Puerto Rico se acostumbró a que toda iniciativa económica esencial venía de allá, de Washington. En el camino, fue maniatada aquí, como consecuencia de la relación colonial y a a veces por la fuerza bruta, la voluntad colectiva, que es el motor que impulsa hacia el futuro a las sociedades.
Y ahora, que todos los indicios son que ya Estados Unidos no tiene ningún interés especial en Puerto Rico, y que no hay político de allá que no se asome por aquí si no se le garantiza antes una pesada bolsa de billetes, nos quedamos con un país en ruinas y sin las herramientas tangibles e intangibles que han tenido otros para superar trances desafortunados como el que vivimos en este momento.
La crisis también desenmascaró la partidocracia, esa degeneración de la democracia que nos tiene rehenes de dos partidos prácticamente idénticos, compuestos, salvo raras y honrosas excepciones, por mediocres y vividores que se apoderaron del aparato electoral y hacen imposible que pueda ser electo cualquiera que no milite en sus filas y se adhiera a sus estrechos credos y torcidas lealtades.
Los partidos, además, tomaron por asalto las instituciones, para ponerlas a su servicio y no del país, llenándolas de militantes partidistas sin vocación alguna de servicio público y ordeñándolas para amamantar con los recursos del pueblo a los intereses económicos que sostienen a esos dos aparatos opresivos y excluyentes que dominan toda la vida pública aquí.
Usted junta eso con un sistema de educación pública en ruinas, también criatura del coloniaje y la partidocracia, que no produce el conocimiento esencial para levantar un nuevo país y que actúa más bien como un perpetuador de la pobreza y la marginación y las piezas encajan perfectamente para mostrarnos de pies a cabeza la esclerótica anatomía de esta crisis económica, política y social que tiene al país prácticamente de rodillas.
Esas tres llagas son, a grandes rasgos, las causantes de la crisis, las taras que nos impiden alzar vuelo. Las tres, como puede verse, tienen solución. Fácil no es nada que valga la pena en la vida y la solución que necesita el país, por supuesto, tampoco lo será. Pero tenemos que enfocar bien si queremos volver alguna vez a respirar esperanza: descolonización y reformas política y educativa.
La semilla de un mejor país está, pues, ahí, fulgurante y preciosa, esperando que recojamos y quememos la basura que la cubre y empecemos a regarla con el potente abono de nuestras voluntades para construir el país digno y próspero que sabemos que podemos llegar a tener los que no hemos perdido la fe porque conocemos las causas de la debacle.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)