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Las cosas por su nombre

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La piña agria

Le está llegando la hora a los que sienten ardiéndole algo por dentro por la situación crítica que vive el país y han pensado en poner de su parte desde el ámbito de la política. Se acercan las fechas claves y es el momento de ir organizándose. Como en las bodas, en el que no hable ahora tendrá que callar para siempre, o al menos durante los próximos cuatro años.

El 1 de diciembre abren las candidaturas para las elecciones generales del año entrante. Se siente el hormigueo en todo el país. Empiezan a sonar fulano para gobernador, mengano para comisionado residente y perencejo para alcalde o legislador. Se acomodan entre ellos.

A veces llegan a acuerdos, se hacen guiños con la mirada.

Desde afuera, hay que decirlo, vemos el proceso con cierto espanto. Hay un callado consenso en el país de que la debacle que vive Puerto Rico fue causada por el tipo de política sectaria, extremista y cerrada que se ha hecho aquí durante las últimas décadas. Y uno oye la radio en estos días, lee los periódicos o navega la internet, y se percata con horror de que los que están sonando, los que se están acomodando, los que respondieron “el clamor del pueblo y de la base” son los mismos que nos destruyeron el país o sus copias idénticas.

Son los que están en puestos y no han propuesto una sola idea novedosa para sacarnos del hoyo. Son los que, con sus acciones, echaron a rodar la piedra gigante que ahora nos aplasta. Son los que estuvieron antes y oyeron en el horizonte los truenos de esto y se taparon los oídos. Son los que antes derrotamos. Son los que llegaron a la vida pública de la mano de los antes mentados.

Son los hijos, sobrinos, alicates y soplapotes de los que, por vergüenza o por la ley, no pueden correr ellos mismos y ponen a otro para que los represente.

Dios santo, daba escalofríos una historia que publicó hace un par de semanas el diario Primera Hora en la que se hablaba de quiénes están tramando volver a postularse. Esta columna se lee normalmente durante el desayuno dominical y por esa razón nombres no serán mencionados, porque no quiere el autor ser responsable de una epidemia inusitada de atragantamientos mañaneros. Pero imagine lo más malo de lo más malo y lo que hay en el panorama es peor que eso.

¿Por qué pasa esto? ¿Por qué la política partidista sigue siendo el feudo de los mismos que han demostrado una y mil veces que carecen de la capacidad, la voluntad, o la imaginación, para afrontar nuestros abismales problemas?

¿Por qué se siguen llenando las papeletas de gente que, en la inmensa mayoría de los casos, no ha hecho otra cosa en su vida que política o batateo en las agencias públicas? ¿Por qué no hay más académicos, trabajadores, empresarios, líderes comunitarios (que no es lo mismo, ni se escribe igual, que comisarios de barrio), gente de la cultura, del deporte, etc.?

Hay en la Legislatura y en las alcaldías, en ambos partidos, gente seria, talentosa, vertical, comprometida con el país, con buenas ideas que lamentablemente no pueden casi nunca poner en marcha porque están rodeados de payasos, incultos, cínicos y charlatanes.

Es indispensable que nos preguntemos por qué hay menos de los primeros y más de los segundos y por qué gente que no podría dar una buena idea ni aunque su vida dependiera de ello sigue ahí o quiere volver y de seguro lo logra.

La respuesta a estas preguntas es más sencilla de lo que se ve a simple vista. Es más, cualquiera que no haya estado nunca en la política puede averiguarlo andando unos simples trámites tratando de postularse.

El que haya dedicado su vida a otros menesteres que no sean la política partidista de seguro no sabrá ni por dónde empezar si quiere correr.

Y, si logra entrar a la papeleta, la derrota es casi segura porque el sistema está diseñado para que fracasen los que no son absolutamente leales a los partidos y, salvo raras excepciones, no falla.

Los partidos son logias cerradas, muy hostiles para el que no tenga el carimbo impreso en la frente desde bien temprano en la vida.

Los integran ejércitos de líderes de barrio, presidentes de sector y representantes en agencias públicas, entre otros especímenes, que tienen el control de los organismos electorales, de los que mueven a la gente a las actividades y, más importante aún, de los que sueltan el billete gordo que hace falta para hacer política en el Puerto Rico de hoy.

El que no esté vinculado a esas maquinarias excluyentes de todo el que no sea un incondicional no podrá armar un equipo electoral que logre llevar su mensaje y moverle gente, ni caminar sin chocar por los vericuetos de la ley electoral, ni recoger dinero. El que llega se debe a esos y a ellos responde después cuando está en posición de poder. El que tiene criterio propio será, en palabras entendibles para todos los puertorriqueños, una cucaracha en baile de gallinas.

Por eso es que son siempre los mismos y esos mismos rompieron el círculo cerrado del partido porque están desde niños metidos en el hoyo del partidismo, porque fueron llevados de la mano de alguien que ya está, son familiares de alguien que ya estuvo o porque, al entrar a trabajar a una agencia pública, se integraron a los cuadros políticos que dinamitan el servicio público y desde ahí se acomodaron para candidaturas.

Por esas razones es que en estos días en que suenan nombres para esto o para aquello, son los que ahora mismo nos atormentan, los que mal recordamos o los que llegaron de la mano de los primeros dos. Los partidos que tienen el control del gobierno, que nos destruyeron el país, que nos han cubierto de vergüenza ante el mundo, son, como pueden ver, una piña de la que estamos excluidos los que dedicamos la vida a actividades más productivas que el fanfarroneo político.

La piña está agria, sabe el puertorriqueño de bien. Y esta piña política es la más agria de todas.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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