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Las cosas por su nombre

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La dictadura púrpura

Los puertorriqueños nos desternillamos de la risa cuando oímos a los cubanos decir que ellos tienen la democracia más perfecta del mundo. Dicen así los cubanos porque ellos tienen comicios cada cinco años en los que eligen a los miembros de su legislatura, llamada Asamblea Nacional del Poder Popular, la cual, a su vez, decide, junto al Consejo de Estado, quién el presidente de la nación.

Los candidatos a la Asamblea Nacional del Poder Popular son ciudadanos comunes y corrientes postulados por las organizaciones de base como las federaciones de estudiantes, mujeres, jóvenes, trabajadores y hasta periodistas. Se presentan en una papeleta sin distinción de partido y los que más votos saquen son electos.

En teoría, muy bonito. En la realidad, no tanto, pues los candidatos tienen que pasar el crisol de las organizaciones de base, que son, a su vez, organismos del Partido Comunista, la única colectividad autorizada a existir en Cuba. De esta manera, el Partido Comunista se asegura de que solo sus propios militantes puedan presentarse a las elecciones. En teoría, cualquiera puede ser candidato. En la práctica, solo son postulados los que respondan al Partido Comunista.

Este sistema, que como ven está genialmente diseñado para asegurar la supervivencia del sistema comunista, es el que produce a muchos en Puerto Rico asombro y risa cuando se le llama democracia. Pero si miramos bien nuestra propia democracia nos daríamos cuenta de que no es muy diferente a la cubana, pues aunque en teoría tenemos partidos de todas las formas y colores para escoger, el sistema está diseñado de tal manera que solo tengan opción de ser electos los miembros de dos partidos que, como veremos, son en esencia lo mismo.

Dentro de tres años, hará medio siglo que aquí el poder se lo alternan los partidos Popular Democrático (PPD) y Nuevo Progresista (PNP). Saque el status del medio, trate de encontrar alguna otra diferencia fundamental entre esos dos y verá, quizás con sorpresa, quizás con horror, que no la hay. Ambos proponen la unión permanente a Estados Unidos, son adictos a Wall Street, creen en la privatización, practican el clientelismo y la dependencia, los dos nos endeudaron hasta el tuétano y hacen campaña en un lenguaje y gobiernan en otro, entre muchas otras características que los hacen idénticos.

Los dos se alimentan del Estado para sobrevivir, sea mediante el reclutamiento de sus militantes para todos los puestos directivos de las agencias públicas o saqueando a los contratistas de Gobierno. Aunque en los dos hay gente decente y bien intencionada, la manera que se diseñó la práctica política aquí es esencialmente corrupta, pues hace falta tanto y tanto dinero para hacer campaña que quien no haga trampa y meta la mano donde no debe tiene muy pocas posibilidades de ganar elecciones.

Por eso, los dos tienen su ejército de personeros y traficantes de influencias que saquean las arcas del estado para beneficio del partido y no pocas veces del propio, como hemos visto tantas veces.

En las últimas dos semanas tuvimos otra muestra más de lo idénticas que son estas criaturas. Altos funcionarios de los dos partidos están bajo investigación de las autoridades federales por usar sus influencias y sus contactos para repartirle contratos con fondos públicos a sus amigos. En el caso del PPD, la fiscalía federal aquí tiene bajo la lupa al recaudador Anaudi Hernández y a Eder Ortiz, excomisionado electoral de la colectividad, por usar sus influencias para colocar a personas de su confianza en la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) y quién sabe dónde más.

En el caso del PNP, fue acusada una exdirectiva de la Administración de Desarrollo Socioeconómico de la Familia (Adsef) y fuentes con conocimiento de la pesquisa dicen que los fiscales de Washington a cargo de la investigación han estado preguntando insistentemente por un alto funcionario de la Fortaleza de Luis Fortuño y por dos empresarios vinculados desde siempre al PNP que obtuvieron de manera turbia un jugoso contrato de Adsef.

Como pueden ver, esquemas corruptos idénticos. Tan extendida está la fiebre de la corrupción en esos dos partidos, que el secretario del Trabajo, Vance Thomas, que mientras militaba en el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) no había tenido que ir nunca ni a un cuartel de la Policía, tuvo que acudir también a rendir cuentas al gran jurado.

En teoría, todo ciudadano puede afiliarse y ser candidato de esos dos partidos. En la práctica, tiene que pasar por el crisol de los comités locales, como los cubanos los organismos afiliados al Partido Comunista, y recibir el aval de los comisarios para poder acceder a las estructuras electorales que les permitirán correr con éxito, tener quién le recoja dinero o quién les cuente votos.

En teoría, cualquiera puede fundar un partido y competir. Pero las reglas de inscripción, de supervivencia y de hacer campaña que impusieron el rojo y el azul son tan complicadas que muy pocos lo logran, amén de que los dos, por razón de que son los que siempre han gobernado, tienen acceso exclusivo al poder económico que da el dinero indispensable aquí para ganar elecciones.

Los distinguen matices, por supuesto, pero de la misma manera en que a veces se diferencian dos o más facciones de un mismo partido. En todo lo esencial, en el corazón que les palpita, en la sangre que corre por sus venas, en el aire enrarecido que respiran, los dos, PNP y PPD, son de un buitre las dos alas, para usar una imagen familiar para los que gustan de comparar a Cuba con Puerto Rico.

Nos llenamos la boca aquí hablando del comunismo cubano, sin haber querido ver que nosotros también somos víctimas de una dictadura, en nuestro caso una dictadura púrpura, que es el color que surge de la mezcla del rojo y el azul de los dos partidos que por décadas han tenido de rehén las aspiraciones del pueblo puertorriqueño y tiraron al país por el barranco de insolvencia, corrupción e incompetencia del que ahora lucha afanosamente por salir.

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