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La alegoría del explorador

El explorador llega a la falda de la montaña que tiene que escalar, mira hacia arriba y no ve la cima. Ve el laberíntico follaje, las inimaginables pendientes y las descomunables rocas u oye el potente rugido de las bestias y el inquietante zumbido de las sabandijas. Ve y oye todo eso, pero no la cima. 

 Puede dudar, rendirse antes de empezar, volver por donde mismo vino. Pero no tiene opción. Sabe que tiene que subir. Que su vida y la de los suyos depende de ello, que allá arriba hay un tesoro que es suyo. 

Tiene que enfrentar a la feroz naturaleza, por mucho que le tema, por colosal que le parezca la gesta y llegar a la meta. Si la piensa como un todo, la tarea le va a parecer inabarcable. 

Pero es  un explorador valiente y sagaz. Sabe que Roma no se hizo en un día. Que las escaleras se suben escalón a escalón. Que tiene que ir paso a paso. Un desafío hoy y otro mañana. Con maña, determinación y consistencia. 

Cuando menos se lo espere, la cima se alzará ante sus ojos, bella y solitaria como una reina. 

Esta es una lección que nos conviene aprender en el Puerto Rico de hoy. Los descomunales desafíos fiscales, sociales y políticos, parecen una montaña inmensa cuya cima no vemos desde abajo. 

Peor aún, mientras nos quedamos quietos sin saber por dónde empezar, deslizamientos de terrenos, tormentas, desengaños y estampidas nos siguen tirando hacia atrás.

Cada día que pasa sin empezar a andar su traduce en diez días más que nos tardaremos en llegar a la meta.

Lo que toca es empuñar el machete, echar mano de la cantimplora y de la brújula y echar a andar. 

Paso a paso. Afrontando los desafíos uno a uno. Diseñando la ruta. Andando y andando. Pero andando con  una lámpara que nos ilumine el camino. No dando palos a ciegas como hemos estado hasta ahora. No empezando una ruta ahora, cambiando a los tres meses o a los cuatro años, y empezando de cero otra vez. 

Las circunstancias son demasiado adversas. 

La primera, en este momento, es un gobierno que no habla claro, que vive dorándole la píldora al país y dorándosela a sí mismo, que actúa a escondidas, que está pensando en lo menos que se puede pensar en este momento: consecuencias políticas. 

Por ejemplo, los principales portavoces del gobierno decían en público que reestructurar las descomunales deudas de las corporaciones públicas no estaba sobre la mesa y al mismo tiempo preparaban en privado una ley precisamente con ese propósito y que fue aprobada sin ninguna discusión, el mismo día en que se presentó, con el obvio propósito de acallar la discusión sobre sus efectos.  

De la misma manera, toda la putrefacción de las finanzas públicas se ha ido descubriendo poco a poco mientras la administración se empecina en tratar de ocultar cuán abismales son los problemas. 

Demasiado a menudo da la impresión de que improvisa, como ocurrió con la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE): se invirtieron meses en la pantomima de una reforma que pocos días después supimos que no se va a poder ejecutar porque esa corporación está en quiebra y es casi seguro que en cualquier momento diga que ya no puede pagar a sus deudores. 

No ayuda, tampoco, una oposición empeñada en librar las más minúsculas de las batallas, repitiendo los más irracionales argumentos imaginables, con la demente prédica de que ellos no tienen ninguna cuota de responsabilidad en el estado de las cosas, sin el menor ánimo de colaborar en las soluciones y sin haber, hasta el momento, presentado ninguna idea  que no sean variaciones de lo que nos trajo a donde estamos o la fe sin sentido de que desde afuera nos van a sacar esta piedra de encima.  

Por ejemplo, si no fuera tan grave la situación sería para desternillarse de la risa cada vez que un sector de la oposición dice que la solución a la crisis que vivimos es la estadidad.

Así mismo, obreros y empresarios se agarran cada uno de lo suyo sin la menor voluntad de colaborar, como si el país fuera solo de ellos y no de todos los que lo sufrimos.  

Vean lo que pasó con el proyecto del fondo de la niñez temprana: una medida cuyos méritos nadie serio cuestiona y que se ha demostrado que es de vital importancia para nuestro futuro como sociedad está en coma porque la industria de refrescos le tiró en contra todo su inmenso poder económico y encontró fértil el terreno de la jauría política para darle resonancia a sus fatulos argumentos.

Así, es imposible avanzar. 

Todo este ruido en el debate político, las múltiples voces cada una halando para su lado, las pequeñeces, la desconfianza que arropa a todos los actores de la conversación pública, incluyendo, por supuesto, a los medios de comunicación, todo eso dificulta emprender la urgente, la impostergable tarea: discutir con franqueza la magnitud de los problemas, analizar qué nos trajo hasta aquí, asumir cada cual su responsabilidad con entereza patriótica, buscarle todos juntos soluciones, diseñar la ruta y no despegarse de ella ni aunque nos quieran obligar a palos.

Es indispensable que en este momento bajemos un poco las revoluciones de la batalla de todos los días, nos escuchemos a nosotros mismos y veamos qué feo estamos quedando para la foto histórica con este gallinero en que estamos inmersos. 

Paso a paso se puede llegar. 

La alegoría del explorador nos muestra la ruta. Ahora no se ve la cima, pero menos la veremos, y más se irá alejando, mientras nos quedemos en el mismo sitio aferrados a pequeñeces, sin la determinación para dar ese primer paso que nos llevará al segundo, después al tercero y, cuando menos lo imaginemos, a la cima, la ansiada y adorada cima. 

Mañana será más tarde que hoy.

(benjamin.torres@gfrmedia.com,Twitter.com/TorresGotay)

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