¿Ganar para qué?
Quique, llegaste. Eres candidato a la gobernación. Tal como lo soñaste en tu niñez allá en las áridas llanuras de Patillas, cuando le decías a tu mamá que querías ser como Rafael Hernández Colón. Hubo fiesta en Patillas la tarde en que anunciaste lo que hace tiempo se sabía que en algún momento ibas a hacer.
Diste allí un discurso bonito, de esos por los que ya te conocemos. Hablaste de unidad, de una nueva forma de hacer política, de acoger las ideas buenas vengan de donde vengan, de gobernar sin colores.
Confirmaste que eres carismático, que tienes el don de la oratoria y que sabes conectar con la gente. En Patillas hubo fiesta y en el resto del país mucha expectativa.
Quique, el colorao, el que ha cautivado a gente de todos los partidos con su amabilidad, don de gentes y maneras de muchacho bien criado, quiere ser gobernador.
Hasta ahí, todo bien. Ahora, Quique, es que la cosa se te va a poner complicada. Y mucho. De hecho, ya empezaron las complicaciones.
Estás ofreciéndote como candidato a la gobernación a un país sangrante, agobiado por un Estado que simplemente no sirve, por una crisis que causaron los que estuvieron antes donde ahora tú estás, en los dos partidos grandes que nos han gobernado y ultrajado por casi 50 años.
Estás frente a un pueblo hastiado del abuso, de la corrupción, de la politiquería, del pillaje, del saqueo de las arcas del Estado, de la violencia. En palabras que se entienden clarito en Patillas: este pueblo está que ya no cree ni en la madre que lo parió.
Ya debes haberte dado cuenta.
Hace apenas dos meses, eras un mimado de este país, no era fácil criticarte. Desde finales de octubre, cuando renunciaste al Departamento de Estado para meterte a político, empezamos a mirarte con otros ojos.
Nos dimos cuenta, primero, de que nunca hablaste de los eventos traumáticos que hemos afrontado durante los últimos tres años.
Nos percatamos de que el país quebró, nos ahogaron con impuestos, nos enterró la deuda, desvalijaron poco a poco al trabajador, miles de los nuestros huyeron y siguen huyendo despavoridos hacia otro país y no dijiste una palabra.
Fuiste un soldado de fila. Eso puede tener su valor. Pero también lo habría tenido haber visto el intenso dolor que arropa al País por la desgraciada coyuntura en que estamos y hacer un gesto, cualquiera, que le demostrara que estás de su lado.
Sin dejar de ser soldado de fila, ya que a eso le atribuyes tanto valor, podías haberle ofrecido al País, por ejemplo, una palabra de consuelo, tú que hablas tan bonito. El estigma de ese silencio lo vas a cargar hasta el último día de la campaña.
Ahora vienes a postularte bajo la bandera de la Pava, la cual, junto con la de la Palma, es la causa de la mayoría de nuestras desgracias.
De un día a otro, pasaste de ser el amigo de todos al candidato de los rojos. Eso hace que instantáneamente el 45% del País decida que va a poner la cruz bajo tu rostro en la papeleta y que otro 45% te ponga la cruz del desprecio sobre el rostro ahora mismo.
Y hay otro 10% al que probablemente le caías muy bien y que ahora te está mirando con lupa. Como no hablaste de ninguno de los grandes temas del país durante los pasados tres años, muchos de ese 10% creen que eres lo que llaman por ahí “livianito”. Y no ayudó el discurso bonito, pero sin ideas concretas, y oído muchas veces antes, con el que te presentaste.
Tampoco el que se haya visto rondándote como buitres a los mismos rostros de siempre en el partido rojo. Y, por último, el que hayas dicho que no recordabas por qué votaste en el plebiscito de 2012, cosa que en honor a la verdad es bien difícil de creer, considerando que la preferencia de status es como la segunda piel de todo adulto puertorriqueño.
Pero, nada, tu campaña apenas comienza. Vas a tener once largos meses para quitarte ese mono de la espalda, demostrar que tuviste tus razones para callar, dar a conocer tus ideas concretas y ejecutables para enderezar a Puerto Rico y convencer al País de que esta vez, de verdad, tenemos frente a nosotros a un político diferente. Lo que pasa es que el camino para demostrar eso también está lleno de curvas de muerte.
Lo primero, lo segundo y lo tercero es el dinero que vas a necesitar para hacer campaña. Dices que empiezas en cero y no hay razón para no creerte. Mas ahora empieza el proceso y ya el 10% vio algo que le inquietó bastante: un desayuno citando a tu nombre para el lunes 28 de diciembre a $500 el plato. Está fuerte: la mayoría de los patillenses, por no decir de los boricuas, a ese desayuno no podrá ir.
Dijiste que cada dólar que recaude tu campaña será sometido a la más rigurosa transparencia y que aplicarás a tus esfuerzos de recaudación criterios más estrictos que los dispuestos en ley. Ojalá y en el fragor de la campaña puedas cumplir. Puedes jurar que el País te va a estar velando bien de cerca en eso.
Pero no va a ser fácil, sobre todo porque ya se te deben estar pegando esos seres siniestros que han dominado siempre las campañas aquí, diciéndote que ellos, y nadie más, son los que saben cómo es que se cuece ese sancocho. Te van a decir que mires para otro lado mientras ellos hacen aparecer el dinero como un mago saca conejos de un sombrero.
Te van a decir que el otro, el azul, está hasta el cuello en eso, recogiendo cash por vagones. Te van a decir que así es que se ganan elecciones.
Tienen razón, Quique.
Aquí las elecciones se ganan a billetazo y si hay manera de recoger legal y moralmente todo el dinero que hace falta para prevalecer, nadie lo ha descubierto hasta ahora. Si de verdad vas a ser absolutamente limpio en tu campaña, correrás en desventaja.
Cuando te convenzan de eso será, pues, el momento de regresar a Patillas, meter los pies en la playa de El Bajo, mirar al horizonte y hacerte la inevitable, la indispensable pregunta: ¿ganar para qué?
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)