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Fiesta de disfraces

Era una fiesta de disfraces. Duró unas cuantas semanas. Había bailes, luces y algarabía. Tenía atmósfera de circo, pues se vieron bufones, gente dando saltos mortales, hombres caminando cuerdas flojas, augures vaticinando el futuro y hasta faquires acostándose en camas de clavos.

Nos hizo olvidar, pues para eso son las fiestas, para dejarnos arrebatar por la música, las luces, el ruido, el frenesí, la fantasía, y olvidar. Algunos políticos se disfrazaron de lo que nunca han sido ni podrán ser. Por disfrazarse, se disfrazó, mire mi hermano, hasta la realidad.

Pero, como cantó una vez el gran Juan Manuel Serrat, “se acabó, el sol nos dice que llegó el final”, aunque por un tiempo se hubiera dado el milagro de que olvidáramos que “cada uno es cada cual”.

La fiesta de disfraces, llamada por algunos “campaña electoral del 2016”, terminó.

Acabó oficialmente el viernes, en el salón Pablo Casals del hotel El Conquistador. Allí, la Junta de Supervisión Fiscal, como el maestro que da un reglazo en el escritorio para imponer de súbito orden en un salón anárquico, nos desveló unas cuantas realidades muy dolorosas que dibujan, con pavorosa precisión, el país al que nos vamos a enfrentar durante los próximos años.

Quedó inaugurada la nueva era puertorriqueña. La era de la austeridad. Ha habido austeridad ya, no hay que equivocarse. Pero nada comparable con lo que viene ahora.

Se acabó la campaña y regresó, acompañada de tiros y explosiones, la realidad.

Operar el Gobierno de Puerto Rico cuesta mucho más de lo que se recauda. Lo sabemos hace años.

Los gobernantes habían estado cuadrando con préstamos. Es como si usted supiera que sus gastos permanentes exceden sus ingresos permanentes y, en vez de ajustarse, iba a la financiera al final de cada quincena, hasta que se endeudó tanto que en la financiera ni le respondían el teléfono.

Otra estrategia para cuadrar presupuestos artificialmente era inflar los estimados de recaudos. O sea, poner en la papelería que iban a recibir $10 dólares de una fuente de la que razonablemente se podían esperar $5.

Y la última gracia era cuadrar con lo que esperaban recibir de alguna petición hecha o por hacer al Gobierno de Estados Unidos y sobre la que no había habido respuesta.

Como si uno fuera a pedir un carro a crédito y cuando le preguntaran cómo lo iba a pagar dijera que con un trabajo que va a solicitar la semana que viene y que confía en Dios que se lo van a dar.

Sería para reírse si no hubiera desembocado todo eso en una situación tan crítica.

La Junta rechazó el plan fiscal que presentó el gobernador saliente, Alejandro García Padilla, precisamente por cosas como esas, porque contaba con tortillas hechas de huevos que las gallinas no han puesto todavía.

García Padilla tiene hasta el 15 de diciembre para presentar un nuevo plan. Quedándole en ese entonces 15 días de gobierno, no se puede esperar mucho.

El tostón le va a tocar al que entra en funciones el 2 de enero, Ricardo Rosselló, quien aunque lleva tiempo pregonando que tiene el plan listo hace rato, ya empezó a intimar que puede necesitar un préstamo, otro préstamo, por Dios, de por lo menos $900 millones, para llegar hasta el próximo año fiscal.

La Junta le ha dicho que primero presente su plan y después, si se viera que hace falta, se puede hablar de préstamo.

La Junta se ha propuesto tener el plan fiscal, el de García Padilla o el de Rosselló, o una combinación entre de ambos, para el 31 de enero del 2017. Para esa fecha, entonces, es que vamos a saber cuáles cabezas van a rodar o a quiénes nos van a poner nuevos impuestos para cerrar la brecha de cerca de $3,000 millones que hay ahora mismo entre los ingresos y los compromisos del Gobierno.

Es después de que la todopoderosa Junta vea el plan, y decida si de verdad se recortó todo lo que se puede recortar, que dará permiso para empezar negociaciones voluntarias hacia la reestructuración de la deuda de cerca de $70,000 millones.

La tienen difícil Rosselló y Puerto Rico. El nuevo gobernador porque juró en cuanta esquina se paró durante la campaña que no habrá despidos de empleados públicos, la manera más fácil de recortar gastos, ni nuevos impuestos, la ruta preferida por muchos para aumentar ingresos.

Está a punto de entender que no es lo mismo con violín que con guitarra.

Puerto Rico no es que la vaya a tener difícil. Es que ya lleva tiempo teniéndola difícil y lo va a tener más todavía en este huracán al que estamos a punto de entrar.

Vamos a vivir, por fin, las consecuencias de estar votando año tras año por irresponsables. Nos está llegando el tiempo del crujir de dientes que se nos anunció hace tiempo y que, por mucho que se veía venir, no todo el mundo todavía lo cree.

Está en primera fila para ser guillotinado el disparatado plan de salud del Gobierno, del que dependen la vida y la salud de 1.5 millones de residentes de Puerto Rico. El Gobierno y organizaciones privadas han pedido de todas las maneras posibles que se le conceda a Puerto Rico paridad en fondos Medicaid, porque el dinero del Obamacare, con el que se ha estado costeando en estos tiempos, se acaba a más tardar en el 2017.

El reclamo cayó en oídos sordos en Washington. De hecho, ese reclamo, y muchos otros, seguirán cayendo en oídos sordos. Los miembros de la Junta dijeron el viernes que el Gobierno de Puerto Rico no debe seguir contando con fondos federales adicionales a los que ahora tiene, porque no vendrán. En pocas palabras, hay que ajustarse a lo que hay, como todo el mundo; como usted, que me lee y como este que escribe.

Toda persona sensata sabe desde el primer día que ese modelo, que básicamente consta de que el Gobierno les compra costosos seguros de salud privados a los indigentes, no es sostenible. Pero dejamos dos largas décadas sin arreglarlo y ahora nos quedamos sin alternativas. El estimado esque habrá que quitarle la tarjetita a por lo menos un millón de los que ahora la tienen.

La reforma de salud puede ser la primera víctima, pero no será la única. Están en peligro muchas escuelas, la Universidad de Puerto Rico (UPR), tribunales, hospitales, carreteras, parques, todo lo que cueste dinero.

Viene un machetazo profundo y doloroso. Está llegando lo que hace tiempo sabíamos que venía. Vimos la verruga desde que era apenas un lunar y podíamos sacárnosla sin mucho trauma. Pero miramos a otro lado y el lunar siguió creciendo hasta convertirse en una enorme verruga que ahora vienen de afuera a ordenarnos que nos la saquemos sin anestesia.

Para los que llegaron hasta aquí en la lectura: no, no se puede volver a la fiesta. Se acabó el tiempo. Tenemos que enfrentar ya esta dolorosa realidad.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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