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Las cosas por su nombre

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El día después

Lo menos interesante de la consulta de estatus convocada por el Partido Nuevo Progresista (PNP) para el próximo 11 de junio va a ser el resultado. A menos que ocurra algo inimaginable de aquí a junio, algo que vire patas arriba todo lo que se ha entendido por política aquí por décadas, el resultado lo sabemos desde ya: la estadidad va a ganar con no menos del 70% de los votos, aunque con una participación seguramente menor al 50% de los electores.

Lo verdaderamente fascinante, lo que seguirá de seguro enfrentándonos con las duras lecciones que de un tiempo acá nos vienen llegando desde Washington envueltas en celofán, va a ser lo que pase el día después de la votación en que los puertorriqueños digan, por segunda consulta consecutiva, que quieren anexarse como el estado 51 de Estados Unidos, recibir el maná prometido y asegurar la ciudadanía estadounidense por los siglos de los siglos.

Al presidente de Estados Unidos, que en este momento en particular, como sabemos, y por más extraño que siga sonando todavía, es un tal Donald Trump, se le prepara cada mañana un informe con los eventos más trascendentales ocurridos en la nación y en el mundo el día antes. Pero ya se sabe que Donald Trump, que no lee ni los comics, dedica sus mañanas a ver televisión y dichos informes los reciben sus asesores.

Lo más seguro, entonces, es que el informe lo lea Stephen K. Bannon, quien es el principal estratega de la Casa Blanca. Este Bannon es el verdadero cerebro de la administración de Donald Trump. Es su principal consejero y su conciencia. Bannon, quien co-escribió el divisivo discurso inaugural de Trump, es el responsable de la nueva política estadounidense de enroscamiento en torno a sí mismo que ha dominado las primeras semanas de la presidencia de Donald Trump.

Conviene, por lo tanto, hablar un poco de ese señor.

Bannon se dio a conocer como editor en jefe de Breitbart News, un medio digital conocido por su línea editorial furiosamente antihispana, antiinmigrante, antisemita y supremacista blanca.

Según un artículo publicado esta semana por el diario The Washington Post, Bannon lleva años preocupado por la manera en que la inmigración, legal e ilegal, está transformando lo que él considera la esencia de Estados Unidos. “El 20% de los habitantes de este país son inmigrantes. ¿No es ese el corazón de nuestros problemas?”, dijo Bannon en marzo del año pasado, al referirse al desempleo entre los blancos, en un programa de radio por satélite que mantenía antes de unirse a la campaña de Trump.

Bannon es también el cerebro de una propuesta que tiene Trump bajo consideración que impediría la entrada a Estados Unidos de inmigrantes que pudieran necesitar de programas de beneficencia pública y autorizaría la deportación a los que ya están en ese país, incluso de manera legal, que dependen de asistencia gubernamental para vivir. La propuesta, por supuesto, parece absurda. Pero a estas alturas, con lo visto ya, ¿quién duda que Trump sea capaz de tirarse una maroma así?

Este personaje, u otros de su mismo modo de pensar, son los que van a recibir en su escritorio, en las primeras horas del próximo 12 de junio, un informe diciéndoles que Puerto Rico, una isla caribeña llena de mulatos, cuyo principal idioma no es el inglés, que está en bancarrota, en la que casi la mitad de la población depende de la beneficencia federal y a la que se le ha prometido $10,000 millones más en fondos de la noche a la mañana, quiere ser el estado 51.

Trata uno de imaginar a estos personajes diciendo “cool, Puerto Rico wants to be a state, let’ em in” y resulta, francamente, imposible.

En el Congreso, donde es que se tiene que echar a andar el proceso de admisión de Puerto Rico como estado, no hay siquiera que imaginar las posibles respuestas, pues ya las tenemos. El proyecto de estatus del excomisionado residente Pedro Pierluisi no llegó ni a primera base. El que presentó la actual comisionada Jenniffer González no tiene hasta el momento ni un co-auspiciador.

Y todo congresista que ha hablado de estadidad, incluyendo al influyente Orrin Hatch y al puertorriqueño Raúl Labrador, ha dicho alto y claro que en medio de la histórica fiscal la anexión es poco menos que imposible.

Dadas, pues, estas circunstancias, es difícil imaginar un momento menos oportuno para ir a Washington a pedir la estadidad. ¿Por qué, entonces, se mete el PNP en esta camisa de once varas? La respuesta no es difícil. En Estados Unidos el ambiente para la estadidad está hoy, debido a la quiebra y los aires aislacionistas que se respiran por allá, peor que nunca. Pero en Puerto Rico, en una paradoja histórica, no ha habido nunca un mejor momento para plantearle al electorado la anexión.

Los puertorriqueños viven obsesionados con la unión permanente con Estados Unidos, con la ciudadanía de ese país y con los fondos federales. La desaparición del ELA como opción, dinamitada de manera inclemente por las tres ramas del gobierno federal y por la historia misma, dejó a los que no pueden imaginar la vida sin Estados Unidos con la estadidad como única opción, a pesar del miedo al inglés, a las contribuciones federales y a perder el equipo olímpico.

Las habladurías del PPD de ELA mejorado, o ELA fuera de la cláusula territorial, pero “en unión permanente con Estados Unidos con el vínculo de la ciudadanía”, son solo eso, habladurías. Ni siquiera propuesta se les puede llamar, sobre todo porque nadie ha dicho de qué “mejora” habla ni mucho menos se sabe si Estados Unidos la aceptaría y, además, Washington ha dicho claro que fuera de la cláusula territorial solo están la independencia y la libre asociación.

La consulta de junio tiene como alternativas a la estadidad, además de la independencia, la libre asociación. Pero la mayoría de los puertorriqueños parece que le tiene tanto terror a la libre asociación como a la independencia misma. La libre asociación es una forma de independencia, distinta de la otra solo en que sería en una asociación nadie sabe en qué términos ni por cuánto tiempo con Estados Unidos, y que no incluye la ciudadanía estadounidense de nacimiento para los que vengan al mundo después de que Puerto Rico se convierta en un país soberano.

Por eso es que el PNP se está tirando de pecho, a pesar del terreno minado que la estadidad va a encontrar en Estados Unidos, porque la victoria aquí es casi segura. Sería el segundo triunfo. Dos victorias de la estadidad son un argumento muy poderoso que Estados Unidos no va a poder ignorar indefinidamente. Esa es la esperanza del PNP, que tarde o o temprano, un par de victorias más por el medio si hicieran falta, Estados Unidos tendrá que contestar.

Donald Trump, Stephen Bannon, el secretario de Justicia con trasfondo racista, Jeff Sessions, y todos esos personajes de igual calaña, algún día no estarán ya en el poder. El PNP, por lo tanto, espera un ambiente menos tóxico en un futuro quizás no muy lejano. Los que acá no quieren la estadidad, por su parte, no tienen que desanimarse. Tienen hasta entonces para enamorar al país con otra alternativa.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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