El alma partida en dos
Había que mirar con mucho cuidado para verlo. Pasó el viernes a las doce de la noche, cuando, en medio del estruendo de los petardos y disparos, llegó el 2016. Mientras todos se abrazaban, se besaban y se deseaban feliz año, ellos también lo hacían. Pero, en medio de la felicidad y esperanza que trae un nuevo año, reflejaban también una callada inquietud en lo profundo de la mirada.
Se trata de los estadolibristas. El 2016, lo saben, no será fácil. Les llegó el momento de definirse. Tienen salir de la comodidad de “lo mejor de dos mundos”. Soy de aquí o soy de allá. Ser un poco de ambas, como han pretendido siempre, parece que ya no será posible. Han vivido con el alma partida entre esas dos fuerzas y parece que llegó el momento que William Miranda Marín llamó “de la ruptura”.
Estados Unidos los está empujando. El procurador general federal, Donald Verrilli, en una escrito sobre un caso que se debate ante el Tribunal Supremo federal, dijo que Puerto Rico sigue siendo un territorio de Estados Unidos, carente de soberanía, sujeto a los poderes del Congreso y que eso no cambió en el 1952. Esas son palabras finas para llamar lo que la humanidad define de otra manera más comprensible: colonia.
En verdad, eso sorprendió solo a los más tercos estadolibristas. Primero, porque basta ver cómo han sido las cosas en Puerto Rico siempre, pues nadie ha dudado nunca que aquí manda Estados Unidos, que nos aplica sus leyes sin que nosotros podamos hacer nada. Segundo, no es la primera vez que el Gobierno de Estados Unidos declara oficialmente que Puerto Rico nunca dejó de ser una colonia.
Aunque en los años ’50 Estados Unidos le dijo a la ONU que Puerto Rico había alcanzado el grado suficiente de gobierno propio como para dejar de considerársele colonia, las administraciones de Bill Clinton y George W. Bush ya habían empezado a pedalear en reversa sobre ese tema. Nadie duda que muchos puertorriqueños seguirían viviendo felices en una colonia. Pero no será posible. Lo ocurrido durante los últimos años demuestra que el coloniaje no es un fenómeno abstracto, ni un concepto legal sin impacto en la vida de las personas.
En este momento, Puerto Rico está atravesando una crisis económica y fiscal de proporciones históricas y el ser colonia le tiene sin herramientas para intentar superarla. Nos aplican regulaciones federales para el manejo de situaciones como estas y no hemos encontrado en Washington apoyo para ordenarla. Incluso si encontramos mañana ese apoyo, será un favor y no algo que pudiéramos haber alcanzado por nuestros medios.
No es por casualidad que el coloniaje es repudiado de manera unánime a nivel mundial. Los pueblos, como las personas, tienen el derecho inalienable a decidir sus propios destinos, sea de manera independiente, fusionándose con otro país, como es el caso de la estadidad, o en asociación de igual a igual, en un pacto entre iguales en el que ninguno pueda decidir por el otro, como sería el caso con la soberanía.
Esa es la tremenda disyuntiva que carcome el alma popular. El cómodo arreglo de 1952, que les permitió dar rienda suelta a la fantasía de que vivían en un estado soberano, mientras continuaban disfrutando de la asociación con Estados Unidos, ya no es posible. Les toca enfrentar muy duras realidades. Les toca llegar al punto al que el resto de los puertorriqueños llegó hace tiempo: quiero ser puertorriqueño o quiero ser estadounidense.
Pedro Albizu Campos le llamó hace décadas “la suprema definición”. Rafael Cox Alomar dijo que el momento de esa definición se acerca para los populares. Aníbal Acevedo Vilá invitó a los populares a moverse, pero no les señaló hacia dónde. Eduardo Bhatia dijo que había que cambiar la relación, pero no precisó a qué.
En términos sencillos esto sería decidir entre estadidad e independencia, sea la independencia total, si eso existiera, o en asociación entre iguales con Estados Unidos. Pero los populares gustan de complicar lo sencillo y están hablando de desarrollar el ELA en términos que parecen irrealizables. El nuevo líder de los populares, David Bernier, habló, por ejemplo, de un ELA no colonial ni territorial, lo cual presenta serias complicaciones.
Washington ha dicho que un ELA no colonial ni territorial no cabe en la Constitución estadounidense. Washington no lo dice con esta claridad, ni los populares tampoco, pero como en esta columna se llaman las cosas por su nombre hay permiso para decirlo como es: un ELA no colonial ni territorial no es otra cosa que un país independiente que, en el ejercicio de su soberanía, se asocia con otro, si es que el otro quiere.
A los populares decirles eso es casi como hablarles malo. Antonio Fas Alzamora dice (uno puede imaginárselo persignándose al decirlo) que Puerto Rico “no sería independiente ni por un minuto”. Ramón Luis Nieves dice que el pacto se haría sin que Puerto Rico sea independiente en ningún momento. Algunos sabemos que un pacto así no tiene valor mientras no haya una transferencia de poderes que dé la facultad soberana para negociar con Estados Unidos, pero allá los populares con sus fantasmas.
El otro problema que angustia profundamente a los populares es el de la ciudadanía estadounidense. Bernier ha dicho que él quiere un ELA no territorial “con el vínculo de la ciudadanía estadounidense”. Pero pocos creen que los nacidos en un Puerto Rico no territorial serían ciudadanos estadounidenses de nacimiento, pues la ciudadanía de nacimiento, como lo dice su nombre, es para los nacidos en Estados Unidos y sus territorios.
Nadie puede quitarles a los ya nacidos aquí su ciudadanía. Las normas federales establecen, en términos generales, que hijos de ciudadanos estadounidenses pueden serlo también con solo reclamarlo en el consulado más cercano. Pero parece que hay quien teme que un niño nacido en un Puerto Rico soberano no pueda respirar hasta que alguien corra al consulado a inscribirlo.
Ahí están, a grandes rasgos, los graves hechos con los que tienen que reconciliarse los populares ya. Pueden optar por la estadidad y continuar durmiendo en paz al amparo de la ciudadanía estadounidense de nacimiento, los fondos federales y la “unión permanente”. O pueden dejar de temerle a todo lo que le han temido en la vida, llegar a adulto y aceptar que para alcanzar la relación digna con Estados Unidos de la que tanto hablan algo hay que soltar.
Es fácil. Allá o acá. Suerte con eso.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)