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Las cosas por su nombre

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Alabanza

El gran escritor puertorriqueño Abelardo Díaz Alfaro ya nos hablaba de esto desde el lejano 1947, cuando en su clásica obra ‘Bagazo’ nos contaba la historia del negro Domingo, descartado por su patrono en una central azucarera por no tener ya el vigor deseable para el ímprobo trajinar en los flameantes cañaverales y dejado a su infortunio sin que importara que su esposa, Susana, ardiera en fiebres de malaria y que el mísero salario fuera indispensable para tratar de salvarle la vida.

Esa tragedia, la de Domingo, la de ser tirado como inservible bagazo después que se le hubo sacado el valioso zumo, es la que han sufrido, sufren y al parecer seguirán sufriendo legiones de hombres y mujeres que dejaron el cuero y las vísceras en talleres, en oficinas, en aulas, tras volantes, bajo sol, entre surcos, construyendo naciones con sus propias manos. Fueron la zapata sobre la que se levantó lo bueno que podamos tener y cuando se hacen flácidos los brazos antes turgentes, las piernas antes postes cogen polilla y las mentes antes relojes empiezan a tropezar, son abandonados a la orilla de la historia, para empezar el mismo ciclo feroz con los que vienen detrás.

Es que es Puerto Rico una sociedad de verdad cruel con los que envejecen y dejan de estar en condiciones de ganarse la vida con su propio esfuerzo. Da vergüenza decirlo, aunque más vergüenza debería dar que pase. Los explotamos hasta que casi no pueden levantarse y después los tiramos a la calle con pensiones de hambre que, según sabe todo el que tiene el estómago para mirar este problema de frente, casi nunca bastan para todo lo que cuesta ser viejo en este país.

Nos arropamos en la noche en paz pensando que “solo” el 45% de las personas de más de 65 años aquí vive bajo el nivel de pobreza. Falaz consuelo ese, pues el tan mentado nivel de pobreza federal solo toma en cuenta los ingresos y no otros aspectos de la vida de una persona mayor, como lo son, entre otros, el estado de la vivienda en que reside, sus condiciones de salud y hasta el acceso a transportación. Cuando se mira todo, el grupo de personas mayores de 65 años es el más pobre de Puerto Rico, según estudios hechos por el economista José Caraballo Cueto.

Los vemos caminando por nuestras aceras con sus bastones, bien planchadita la ropa y bien puesto el peinado, y creemos que están bien. Pasamos frente a sus casas y los vemos silbando mientras riegan las matas y respiramos aliviados de que tengan techo. Pero nos acercamos un poco, los sacamos del contraluz, y queda expuesto un panorama de espanto. Se ven, entonces, la estrechez, la precariedad y las angustias sin fondo.

El 65% tiene como único ingreso el seguro social. El promedio de pagos del seguro social es de $1,033 al mes. Eso es $12,400 al año, apenas un poquito más de los $11,880 por persona que definen pobreza según los parámetros federales. El otro 35% tiene, además, una pensión, pero esa pensión, si es de Gobierno, suma apenas un promedio $1,250 al mes. $15,000 al año. Casi al borde de la pobreza también. Para miles de maestros y policías retirados, la pensión de Gobierno es su único ingreso, pues no cotizan para seguro social y no lo reciben.

Si no fuera por el apoyo de sus hijos, los que los tienen, algunos ni comerían. Esos ingresos se esfuman sobre todo en medicamentos, porque a medida que se entra en años empiezan a salirle fallas al cuerpo como le salen fallos a los carros de mucho millaje. Los medicamentos suben de precio por infernales mecánicas del mercado que nada tienen que ver con las cuitas de los que están en la recta final de sus vidas. Entre mayo de 2015 y mayo de 2016, subieron en promedio un 10%, según un análisis del diario The Wall Street Journal.

Hay diferentes tipos de seguros médicos estatales y federales para ancianos, pero algunos tienen límite en lo que se puede gastar en medicinas y los deducibles suelen ser astronómicos. Así pues, al cheque, como al que lo recibe, le da diabetes, enfermedades cardiacas, artritis, alta presión, disloques de caderas y hasta muchas cosas peores. Ni los ancianos están a salvo del crujir del mercado al que hemos dejado que sujeten en este país un derecho humano como la salud.

La precariedad en que viven los 180,000 ancianos que tienen como principal sustento pensiones de Gobierno está a punto de ponerse peor, pues los sistemas de retiro del Estado se van a quedar sin dinero entre finales de este año y principios del próximo y desde las altísimas cumbres de la Junta de Supervisión Fiscal, que le ha recetado a la enfermedad fiscal de este país un explosivo brebaje de austeridad, le pusieron el ojo. Mandaron a que le tumben 10% a las pensiones.

El gobernador Ricardo Rosselló, que está tratando desesperadamente de que la Junta entienda que no se puede resolver en dos años un bodrio fiscal que se fermentó por muchos años, se paró de frente a los que mandan en este país y les dijo: “La pobreza no es una opción para los que trabajaron incansablemente para el Gobierno”. Mas como este enfrentamiento, si se le puede llamar así, apenas empieza y es terreno nunca andado en este país, en este momento nadie puede decir con total certeza cómo será el cheque de los pensionados cuando todo esté dicho y hecho.

Mientras tanto, nuestros padres, tíos, abuelos, encima de la angustia de ver cómo el cheque que reciben se le desvanece de las manos como agua entre los dedos, tienen ahora otra amenaza ensombreciéndoles lo que en el mundo ideal deberían los días para regocijarse en paz por todo lo labrado y construido.

Debería este país trazar la raya en la arena y hacerle frente a esto. Si por ellos, por nosotros, que mañana estemos ahí. Escuchemos a Abelardo Díaz Alfaro y a ‘Bagazo’, pero también a Juan Antonio Corretjer, que en Oubao Moin, el mejor poema épico puertorriqueño de la historia, nos invitó a darles gloria a las manos aborígenes, negras, blancas e indias que trabajaron por nuestro país.

Nuncaolviden, pues, la inmortal lección de Corretjer: “Para ellos y para su patria, alabanza”.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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