La ausencia
Pasó el 3 de agosto de 2015. Por primera vez en la historia del Estado Libre Asociado, Puerto Rico fallaba en hacer un pago de su deuda. Ese mismo día, el Gobierno le informaba al mercado que suspendía los abonos mensuales que se hace a la cuenta desde la que, en su momento, se paga la deuda constitucional. Parecía que se hubieran desatado, ese día, y a esa hora, las fuerzas del Apocalipsis.
En cuestión de minutos, los noticieros y las redes sociales se llenaron de titulares tremebundos de los medios más importantes del mundo anunciando que Puerto Rico había caído en impago. “El impago pone de lleno en el horizonte una terrible tormenta legal y financiera”, dijo The Economist, la principal revista financiera del mundo.
Todo el drama, el miedo, toda la ansiedad a la que hemos estado sometidos durante los pasados años cristalizó, así, en el momento en que transcurrió la fecha del 3 de agosto y el Gobierno no pagó. A nosotros la noticia no nos sorprendió demasiado. Por Dios que se veía venir hace tiempo. La confirmación nos llegó en una ardiente tarde de verano con asuntos más concretos, como el racionamiento de agua, ocupándonos el espíritu.
Algo que tampoco nos sorprendió, aunque, en honor a la verdad, sí era algo que debíamos haber notado, fue la ausencia del gobernador Alejandro García Padilla durante esa complicada jornada. García Padilla estaba de vacaciones en Colorado con su familia, a lo que tiene derecho, como todo asalariado. Lo que pasa es que un gobernador no es cualquier asalariado.
Aquí lo hemos olvidado de tanto que nos ha faltado, pero un gobernador no es solo el jefe de la Rama Ejecutiva, el poder nominador de la Rama Judicial, el jefe político de su delegación legislativa, el que firma leyes, el presidente de su partido, cosas así. El gobernador debe ser, además, y entre muchas otras cosas, guía, inspiración, maestro, orientador, apaciguador, árbitro, conductor.
El gobernador, en pocas palabras, debe ser un líder.
Nunca habíamos notado tanto la ausencia de ese líder como durante este tiempo de tribulaciones. Nunca tanto como esta semana en que nos azotó el impago, en que como consecuencia de la crisis fiscal empezaron a tambalearse instituciones centrales en la vida económica del país como son las cooperativas, en que queda expuesto el desplome de nuestra infraestructura con un cruento racionamiento de agua que tiene muy poco que ver con la sequía y mucho con la incompetencia, entre muchos otros desafíos.
De la manera natural en que llega una mañana, pues, nos llegó esto: se convirtieron de repente en certezas las dudas sobre la capacidad de liderato que siempre han acompañado como una sombra a García Padilla.
En el mundo ideal, habríamos tenido esta semana a un líder con las mangas enrolladas y la corbata suelta, explicando, guiando, apaciguando al país, mostrando la ruta, dando cara ante el mundo, representándonos, no dejándole el espacio de debate abierto a los que nos quieren mal.
Lo que vimos, en cambio, fue una ausencia monumental.
Las dudas sobre la capacidad de liderato de García Padilla se habían estado fermentando durante un tiempo. Lo vimos clarito en agosto de 2012, cuando el país, menos el PNP, se levantó en contra de la propuesta de limitar el derecho absoluto a la fianza y García Padilla, entonces candidato al frente en las encuestas, decidió marginarse de un debate tan trascendental solo para no comprometerse.
Las hemos visto también a lo largo de este cuatrienio, sobre todo en lo que se refiere a sus relaciones con una legislatura dominada por su propio partido y que de un tiempo hacia acá parecería que no le cree ni el ave maría. Así pasó con la crudita, que no logró que sus legisladores se lo aprobaran a tiempo e incluso necesitó una ayudita del bando de los azules para que pasara.
Pasó con el proyecto principal de su administración, con la piedra angular de su plan de reconstrucción económica: la reforma contributiva anclada en un impuesto al valor agregado del 16%. Después de un largo y tortuoso proceso, de librar batallas en varios frentes, de dejar el cuero tratando de que el país y su propio partido lo entendieran y le creyeran, se quedó corto y la propuesta fue derrotada.
Se está viendo, incluso, en el rol de García Padilla como presidente del PPD. Temeroso, al parecer, de que la Junta de Gobierno, el organismo rector de la colectividad, se le llene de opositores, no la ha reunido ni convocado a elecciones internas y le dio algunas de sus funciones a un comité ejecutivo que llenó con personas leales a él.
Ejercer liderato en Puerto Rico no es fácil. El tema del status nos hiende de manera irreparable, porque se trata nada más y nada menos de lo que cada cual cree que el país debe ser mañana. No hay líder que anclado en una de las ideas de status pueda aglutinar a todo el país. Ejercerlo en tiempos de crisis es más difícil aún, pues se desplazan las certezas y cada cual anda buscando culpables hasta debajo de las piedras.
Pero de eso precisamente se trata el liderato grande, de reconocer la naturaleza del pueblo al que dirige y del tiempo en que lo hace, levantarse sobre las limitaciones de ocasión y darle guía y certeza.
No lo tenemos. No lo hemos tenido hace mucho. No se ve en el panorama. Quizás no lo hemos tenido nunca. Aquí hablan de Luis Muñoz Marín, pero se olvidan de que mientras fungía como gigante de la democracia perseguía indiscriminadamente a independentistas y consentía en que Estados Unidos lo hiciera.
García Padilla no ha demostrado hasta ahora que pueda serlo. El país necesita un guía, pero García Padilla hasta hace muy poco no hablaba con total claridad hasta sobre la magnitud de los problemas, se pone a interpretar de manera acomodaticia las cifras del desempleo, dice una cosa y otra mañana, entre muchos otros desaciertos. Se desaparece por días o por semanas. No se ve presente, aquí con nosotros, librando esta batalla.
Le queda año y medio para aprender, si es que ser líder se puede aprender.
(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)