Gasolina Premium para el tanque emocional
Tal vez por despistada, olvidadiza o codependiente, pero estuve muchos años, lustros, décadas, sin mirar la aguja que marca la gasolina de mi auto. ‘Ludim, acuérdate de echar gasolina’, era la rogativa semanal de mi esposo José Luis. Les confieso que, aún con su seguimiento constante, insistente y enfático, en muchas ocasiones, diría que abundantes, regresaba a casa con el tanque vacío, lucecita roja de empty incluida. ¿Y yo? Sin darme cuenta. Probablemente volando por los mundos alternos de mis laberintos mentales del megadespiste. ‘¿Será posible que no te fijes, ni en la lucecita intermitente?’, reclamaba y con razón. ‘Un día de estos te vas a quedar en la carretera’, también formaba parte del repertorio de seguimiento. Afortunadamente, nunca se cumplió la profecía esbozada. Debo aclarar que nunca me quedé varada por falta de gasolina en el camino, pero sí un día en la marquesina de nuestra residencia.
Un punto a mi favor, ocurrió en el periodo antimariano, y fue que él me pidió, días antes del ventarrón, que le llenara el tanque a mi auto. Esa vez, sí, lo hice. Ciertamente eso nos permitió fluir en todas las gestiones que tuvimos que hacer luego de la crisis y negarnos, como voto familiar, a hacer las patéticas filas en las gasolineras. De hecho, ya cuando el tanque de mi auto se vació, comenzamos a usar el de José Luis, y providencialmente, una noche que salimos a buscar señal telefónica, en clara afrenta del toque de queda, conseguimos una gasolinera abierta cuya fila no era tan ofensiva. Ya en media hora teníamos combustible para ambos vehículos, un milagro con relación a las colas de tres hasta 24 horas que muchos hicieron.
El desastre mariano y la crisis de gasolina, calaron en mí al darme una nueva visión –cuasiobsesiva– de tener el tanque lleno todo, todo, todo el tiempo. Si la aguja marca que me quedan tres cuartos, pienso que ya estoy en medio tanque; y si, en efecto, marca la mitad, lo considero como un cuarto; y si por alguna razón, me anunciara que solo tengo un cuarto, que en mi nueva realidad es una situación rarísima, es como si me alumbrara la lucecita roja. Sí, ahora la veo simbólicamente y la veo muy clara. En fin, después de años de olvido, desinterés, y codependencia; ahora recuerdo, estoy interesada y no dependo de nadie para mantener mi tanque lleno.
La práctica de la inteligencia emocional nos brinda las herramientas para sintonizar, efectivamente, nuestro lado emocional con nuestro lado racional. Una vez armonicemos ambos componentes, debemos alimentarlos con los mejores nutrientes, para así dar buenos frutos. Precisamente, la metáfora del tanque emocional, popularizada por el doctor Gary Chapman, en su libro Los cinco lenguajes del amor, nos ilustra la importancia de los pensamientos y acciones productivas para generar resultados positivos en las relaciones familiares y de pareja. ¿Qué tal si usamos ese mismo concepto para aplicarlo al ser que más debemos amar y respetar en la vida? Sí, me refiero a nuestros ‘yo’ y el llamado a mantener nuestros tanques emocionales repletos de combustible de calidad óptima que, a su vez, nos permita un devenir existencial más fructífero.
El educador Joshua Freedman, principal oficial ejecutivo de la organización Six Seconds, The Emotional Intelligence Network, asegura que ‘las emociones son señales valiosas que nos ayudan a sobrevivir y prosperar. Cuando aprendemos a usarlas, las emociones nos ayudan a tomar decisiones más efectivas, a conectarnos con otros, a encontrar y seguir el propósito, y a llevar una vida más plena”.
De hecho, Six Seconds plantea un Modelo de Inteligencia Emocional que consta de tres pasos: conócete, elígete y entrégate. De estos, se desprenden ocho competencias, que a mi juicio tienen el octanaje ideal para llenar nuestro tanque emocional a nivel premium. Dentro de ‘conócete’ se encuentran: conciencia emocional, que como explicamos en la entrada anterior, implica examinar y expresar, adecuadamente, los sentimientos; y reconocer patrones, que busca identificar nuestras reacciones habituales. Las competencias en ‘elígete’ son: aplicar pensamiento consecuente, que es evaluar los costos y beneficios de nuestras decisiones; navegar emociones, que aspira a que evaluemos y gestionemos nuestros sentimientos en la búsqueda de sabiduría y energía; activar la motivación intrínseca, o navegar en la energía que nos proveen lo valores dentro de nosotros mismos; y una de mis preferidas, ejercitar optimismo, que es un llamado a la exploración de oportunidades. En ‘entrégate’ los postulados son: incrementar la empatía, que significa identificar y responder adecuadamente a las emociones de otros; y perseguir metas nobles, que es aquello que nos brinda propósito.
¡Somos lo que pensamos! ¡Somos lo que sentimos! Como bien lo expresan los autores Enrique Chaij y Francesc X. Gelabert en su libro Aprenda a pensar en positivo, “no permitas que ningún pensamiento (y yo le añado emoción) hostil se instale en tu mente, pon tus neuronas al servicio de propósitos y fines nobles”. Si lleno el tanque de mi vehículo de gasolina de mala calidad, ya sea porque está adulterada o que no tiene el octanaje óptimo, el auto presentará problemas que pueden fluctuar desde perder potencia hasta un daño permanente al motor. Por otra parte, como me pasaba a mí, si no te preocupas en llenarlo, corres el riesgo de quedar atascado en el camino. Del mismo modo ocurre con la forma en que nutrimos nuestro tanque emocional, si insistimos en albergar pensamientos y emociones destructivas, en algún momento el motor de nuestro existir se afectará y en algunas instancias, podría ser muy grave. Y si lo dejamos vacío, a propósito, no tendremos fuerzas para emprender proyectos, sueños y esperanzas. Si elegimos vigorizarnos con las competencias de inteligencia emocional, serán como un energizante para nuestro funcionamiento del día a día. Les aseguro que tendrán un mejor rendimiento en la vida. ¡Para tu tanque emocional, procura el combustible de la más alta calidad!
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