Entre las emociones y la integridad
Mientras esperaba a que despacharan mi orden en un establecimiento de comida, escuché la conversación de estos tres jóvenes que estaban sentados en la mesa del lado. Dos chicas y un chico que, a juzgar por lo que hablaban y por esos rostros que delataban la chispa de la primera juventud, parecían ser estudiantes universitarios. Una de ellas exclamó: “Luego de esto, mi hermano me va a deber bien duro”. “¿Y qué es lo quiere?, le preguntaba uno de los comensales. “Me pidió que le enviara un mensaje de texto diciendo que yo había tenido un accidente y que lo necesitaba en ese momento”, explicó la chica, mientras todos reían en complicidad. Fue así que, audiblemente, los tres esbozaron ideas para el mensaje de texto. “Debe ser corto e impactante”, dijo la otra chica. “Tienes que decirle que lo necesitas rápido porque no encontraste a tu mamá”, ideó el chico. “Debe tener sentido de urgencia. Dile que te duele el cuello”, recalcó una de las ‘consejeras’. “Y que necesitas ir al hospital”, agregó el joven. “Voy a buscar una foto en Google de un accidente para enviársela”, expresó la buena hermana. Y así se fue armando, detalladamente, el engaño que sería enviado al profesor o profesora. El objetivo del invento era con el fin de que el peticionario pudiera librarse de un examen de contabilidad, según charlaban. Tras enviada la magistral pieza por mensajería, se reían, y reclamaban que el hermanito les debía, a todos, una botella de vino. Durante la conversación, ninguno de ellos advirtió algún conflicto ético o moral, todo lo contrario, cada cual aportaba detalles para la ‘credibilidad’ de la historia.
Hubiese preferido no haber escuchado el ‘plan’ pero por la cercanía de las mesas era inevitable. Lo escuché con claridad y con detalles. Además, vi su lenguaje corporal mientras construían la ‘estrategia’. En sus expresiones risueñas no se percibía ningún tipo de cuestionamiento hacia las ideas colectivas y mucho menos arrepentimiento. Sus carcajadas sellaban la complicidad.
Múltiples pensamientos fluyeron en mi mente. En primer lugar, que ojalá ninguno de ellos tenga que enfrentarse a un accidente de tránsito real. Los que lo hemos experimentado, sabemos que no es nada placentero y que las consecuencias físicas y emocionales, en algunas instancias, se cargan para toda la vida. Pensé en el profesor o profesora para quien iba dirigido el engaño. Tal vez, sabiendo que se trataba de una treta le dio la oportunidad o quizás, pensó que la situación era real y hasta se preocupó por su estudiante. Sí, también pensé en los padres, en este caso completamente ajenos de la pseudohistoria. Se imaginan si, por esos entuertos de las tecnologías digitales, el mensaje hubiese llegado equivocadamente a ellos o a otro familiar cercano. Por otra parte, los extrapolé al contexto laboral y me pregunté, si esas características que mostraban, perdurarían más adelante en situaciones decisionales dentro del ámbito de trabajo.
¿Hubiesen actuado diferente si sus niveles de inteligencia emocional fueran más elevados? Definitivamente. La inteligencia emocional nos permite ver con más conciencia tanto nuestras dimensiones intrapersonales como las interpersonales. El doctor Daniel Goleman les llama habilidades emocionales fundamentales que incluyen: “la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último, la capacidad de empatizar y confiar en los demás”.
En su Modelo de Inteligencia Emocional, Goleman se basa en cinco competencias: autoconciencia, autorregulación y automotivación, en la dimensión intrapersonal; así como la empatía y las habilidades sociales, en la interpersonal. Analicemos cada una de estos a la luz del autor ‘intelectual’ de la elaborada excusa para no tomar un examen de contabilidad.
En primer lugar, la autoconciencia o conocernos a nosotros mismos, con nuestras fortalezas y áreas de mejoramiento. Expresa Goleman: “el conocimiento de una mismo sirve como barómetro interior, que evalúa si lo que estamos haciendo (o por hacer) vale realmente la pena”. ¿Vale realmente la pena inventar un cuento tan detallado para evadir un examen? La conciencia emocional nos da la gallardía necesaria para enfrentar, con sus consecuencias, los resultados de nuestras decisiones. Asimismo, nos impulsa a vencer nuestras limitaciones. Añade Goleman: “El autoconocimiento ofrece un timón seguro para mantener nuestras decisiones en armonía con nuestros valores más profundos”.
El segundo componente es la autorregulación o autocontrol. Se trata de manejar las emociones y los impulsos perjudiciales. Para algunos puede parecer un chiste o un ‘mentira piadosa’ o tal vez un hecho aislado, la intricada excusa para esquivar una prueba académica. Sin embargo, la pobreza en el autocontrol puede desencadenar eventos nefastos en los individuos. Puede que comience con un asunto que luzca pequeño, pero luego se puede transformar en una situación de mayor envergadura. Dos aspectos claves del dominio propio son: la confiabilidad, que significa mantener las normas de honestidad e integridad; y la escrupulosidad, que implica aceptar la responsabilidad del desempeño personal.
El tercer aspecto, la motivación, que a mi juicio siempre lleva implícitamente el prefijo auto, porque no hay otra forma de motivarnos sino proviene de nuestro interior. Es ese motor que nos mueve hacia unas metas. Esa voz que te dice: ‘tú puedes’ y cuando realmente sientes que no será posible, te susurra: ‘dale otra oportunidad’. Al mismo tiempo, además de proyectarte optimismo, te lleva a la acción. Para pasar el examen de contabilidad, y lo sé por experiencia propia, hay que invertir horas practicando los ejercicios, cuadrando débitos y créditos; y finalmente, más horas aprendiendo los conceptos teóricos. ¡No hay accidente fingido que te salve de esa fórmula! Porque puede que te permita excusarte del examen ese día, pero eventualmente lo tendrás que tomar.
Ya en la dimensión interpersonal, se encuentra la empatía, o la capacidad de ponerse en lugar de otro, incluyendo su profesor universitario. La empatía camina de la mano con aquella milenaria regla de oro también denominada ética de reciprocidad: “no le hagas a otros, lo que no te gustaría que te hicieran a ti”.
El quinto componente del modelo de Goleman, lo constituyen las habilidades sociales, que implica un trato satisfactorio a nuestros semejantes y desarrollar la capacidad de manejar los conflictos que se presenten y de encontrar el tono adecuado para gestionar las distintas situaciones que enfrentemos.
Me siento esperanzada de que muchos, incluyendo los protagonistas de esta historia, puedan peregrinar por el camino de la inteligencia emocional para que, a través del autoconocimiento, el autocontrol, la motivación, la empatía y las habilidades sociales, puedan llegar a ser mejores estudiantes, mejores profesionales y mejores seres humanos. Prefiero creer que estos jóvenes, en algún punto, podrán reflexionar, crecer y abrazar la integridad.
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