El sombrero de la empatía
Desde que tengo uso de razón fashionista, me han gustado los sombreros y los he utilizado desde mi primera juventud. En ese entonces, en el ocaso de la década de los 80 y en los albores de los 90, no era tan usual, aquí en Puerto Rico. Así que aprovechaba mis visitas veraniegas a la casa de mi hermana en Nueva York para reabastecer mi inventario. En realidad, no estaban de moda, pero de todas formas los usaba. Los tenía casuales, formales, veraniegos, en fin, para toda ocasión. Eso despertaba mucha curiosidad (más antes que ahora) y hasta el derecho de las personas de comentar abiertamente sobre mis sombreros. “Pareces de las cívicas”, era uno de los frecuentes, en referencia al tradicional evento de desfile de sombreros que realiza el Club Cívico de Damas de Puerto Rico, que llevan a cabo como parte de una recaudación benéfica. “Pedro Navaja”, era otro de los comentarios, en alusión al mítico personaje ensombrerado salido de una canción. También estaban los: “me encantan, pero no me atrevo a usarlos”. ¿Y por qué no? , los que cuestionaban: “pero, ¿por qué tú usas sombreros?”
Mi fascinación sombrerística ha pervivido los años y también los múltiples comentarios (los ‘bien y los mal intencionados’) y cuento con una colección nutrida, que recientemente incrementó con una herencia maravillosa que me obsequió mi querida Elsa, una elegante dama aguadillana, cuya historia y sus sombreros -ahora míos- merecen la publicación de un libro.
Esto me hace reflexionar sobre esa conexión entre el sombrero y el pensamiento que emerge de nuestra actividad celular cerebral. El psicólogo Eduard de Bono lo explica en su libro Seis sombreros para pensar: Una guía de pensamiento para gente de acción. Los seis sombreros: blanco, rojo, negro, amarillo, verde y azul, representan seis maneras de pensar.
“El color de cada sombrero está relacionado con su función. El sombrero blanco es neutro, se ocupa de hechos objetivos y de cifras. El rojo sugiere ira, furia y emociones por lo que da el punto de vista emocional. El negro cubre los aspectos negativos del por qué algo no se puede hacer. El amarillo es alegre, cubre la esperanza y el pensamiento positivo. El verde es crecimiento fértil y abundante, por lo que indica creatividad e ideas nuevas. El azul es frío, y es también el color del cielo, que está por encima de todo. El sombrero azul se ocupa del control y la organización del proceso del pensamiento. Eliges qué sombrero adoptas en un momento determinado”, explica de Bono.
El psicólogo sugiere que nos convirtamos en distintos pensadores desde lo profundo de nuestro cerebro. La propuesta del psicólogo es que los roles de los sombreros se utilicen proactivamente y no reactivamente, ya que cada uno representa una manera de visualizar un asunto. Expresa que los beneficios derivados del uso de esta técnica son tres: (1) Fomenta el pensamiento paralelo; (2) Fomenta el pensamiento en toda su amplitud; y (3) Separa el ego del desempeño. En otras palabras, analizar sosegadamente desde la perspectiva de otro: ¡empatía!
En muchas ocasiones, vemos ilustrada la empatía con la metáfora “ponerse en los zapatos de los otros”. ¿Qué tal si en lugar tratar de acomodarnos en sus zapatos, hacemos el ejercicio de ponernos sus sombreros? Busquemos entender cómo se ve el mundo desde su mente.
El psicólogo Paul Ekman menciona tres tipos de empatía: la cognitiva, que es la habilidad de ver el mundo a través de los ojos de otro; la emocional, que es la capacidad de hacer esa lectura de los signos no verbales que da la otra persona; y la preocupación empática, que entra en acción cada vez que una persona se preocupa genuinamente por otra.
La práctica de la empatía es la piedra angular de la inteligencia emocional. Nos convertimos en mejores personas cuando entendemos o tratamos de entender las perspectivas de los otros. Así que antes de juzgar, decidir, hablar, publicar en las redes sociales, arremeter, hablar nuevamente, entrar en un estado de ira, trata de ponerte el sombrero empático.
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