Una chica demasiado alegre
Estimado señor Romeo,
La otra noche yo miraba por el balcón y me entretenía en la contemplación del lento ascenso de la luna mientras esperaba que mi esposa terminara de darle los ‘toques finales’ a su maquillaje. En su caso, se trataba de un proceso que solía consumirle, en promedio, entre una y dos horas. Con suerte podríamos llegar a la fiesta antes de que se hubieran marchado todos los invitados.
Pero no sé por qué lo lamento: hace tiempo que ya sé que tuve la desgracia de casarme con lo que algunos sicólogos de poca monta describen como una “mujer fuera del tiempo”. Es decir, ella pertenece a ese gremio femenil que todavía no se ha percatado de la invención del reloj, ni mucho menos de su razón de ser.
En fin, como el tiempo seguía pasando, agarré mi ‘laptop’ y me puse a escribirle, estimable señor Romeo, estas tristes cavilaciones acerca de las complicaciones de la vida en pareja. Sé que para mí tal vez ya sea demasiado tarde, pues no tengo salvación. Pero lo escribí con la intención de que otros pobres inocentes puedan salvarse antes de que sea demasiado tarde.
Mi esposa Beatriz (nombre encubierto) parecía una mujer normal cuando la conocí y empezamos a salir hace ya más de siete años.
Creo que su característica más encantadora -aquella que terminó de enamorarme-, fue su alegría. Su propensidad a no preocuparse mucho por nada. Era del tipo de mujer que comenzaba a mover la cabecita hacia uno y otro lado y a tararear con una sonrisita cada vez que escuchaba una pieza musical, fuera esta una creación de Bach o de Farruko.
Lo cual a mí, sumergido en esa etérea primera fase del enamoramiento, me parecía encantador, naturalmente.
Ella también demostraba su despreocupada alegría en los ‘selfies’ que se tomaba, los cuales eran cuantiosos. Al parecer, no se salvaba nadie con quien fuera topándose en su devenir por la vida: ya fuera en Plaza, la disco, un pub o la carnicería de la esquina, allí estaba ella posando junto a alguna víctima. Para remachar, en todas sus fotos, naturalmente, ella, bromista al fin, aparecía con la lengua por fuera, con los ojos bien abiertos o haciendo alguna otra morisqueta. Es decir, irrumpía tan frecuentemente en alguna mueca cuando se veía enfocada por un lente que, viendo sus fotos, a uno le hubiese resultado imposible precisar cuáles eran sus facciones verdaderas.
Claro, estas características que durante la etapa del coqueteo y el noviazgo resultan tan refrescantes para la relación de pareja, corren el peligro de irse agriando según los años avanzan. Y eso fue lo que pasó en mi caso. Con el tiempo, comencé a avergonzarme cuando, en las reuniones de familia, nos pedían a todos que posáramos y Beatriz procedía a sacar la lengua y a ponerle la señal de los tarritos a mi abuelita de casi 100 años de edad.
O cuando -estoy seguro que inconscientemente- ella se ponía a tararear y a dar pasitos de merengue en momentos en que el organista daba los primeros acordes de la marcha fúnebre en un funeral.
Y lo peor del caso es que, como podría esperarse, Beatriz era partidaria de ponerle los ‘ringtones’ más llamativos del mundo a su celular. ¿Qué haría usted, don Romeo, si, como me acaba de pasar a mí, vuestra merced estuviera en una actividad con el arzobispo y cuando fuera a saludar al prelado a su media naranja le empezara a retumbar el tema de Star Wars?
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Estimado lector,
Para conseguir que su pareja acelere el paso cuando se prepara para salir, tengo un amigo que me asegura que es muy útil el uso de gases lacrimógenos. Para lo demás… solo me resta desearle fortaleza y buen ánimo. Los va a necesitar.
Romeomareo2@gmail.com